Ron Carter, la leyenda viva del jazz, portada de Gentleman

Ron Carter, la leyenda viva del jazz, portada de Gentleman

Ron Carter, la leyenda viva del jazz, portada de Gentleman

Casi toda su vida ha sido un secundario, y eso que su primer disco como cabeza de cartel lo grabó en 1960. Su nombre evoca en los aficionados el que quizás fue el mejor quinteto de Miles Davis. También se recuerda que ha tocado con los más grandes del jazz, desde Thelonious Monk y John Coltrane a Brad Mehldau, y que ha prestado su prestidigitación a Roberta Flack, Aretha Franklin, James Brown, Antonio Carlos Jobim, Jefferson Airplane, Paul Simon o los raperos del A Tribe Called Quest. Normal: la única adicción que se le conoce a Ron Carter es la del trabajo. No en vano detenta el récord Guiness de discos grabados; se lo concedieron hace cuatro años, al alcanzar los 2.221, una cifra francamente jazz: irregular, sincopada y juguetona.

Jorge Barriuso

Y es que el viejo comparsa de casi todos, con los años, el trabajo, la inventiva y un estado de forma siempre envidiable se fue convirtiendo poco a poco en un imprescindible, en un clásico, al menos desde que su paso por la película Round Midnight, de Bertrand Tavernier, le procuró su primer Grammy. Corría el año 1988.

Por si fuera poco, buscando ampliar los límites sonoros del contrabajo, inventó hace casi 40 años el piccolo bass, una versión mas chica y aguda y al que, a veces arco en mano y a veces a puro dedo, supo sacar sonidos insospechados… sin demasiado éxito de público y crítica, todo hay que decirlo. Le habría gustado dedicarse a la música clásica: su dominio del cello y el contrabajo a los 15 años dejaron boquiabierto a Leopold Stokowski y fue precisamente el legendario director de orquesta quien le recomendó que se dedicara al jazz, porque en ese momento no había sitio para los negros en las sinfónicas. Casi mejor: ¿alguien conoce el nombre de algún bajista de música clásica? (O, ya que estamos, ¿el de algún virtuoso del bombardino?).
Quinto de diez hermanos, Ron Carter nació en Michigan y se crió en Detroit, en una familia devota del trabajo, la disciplina y la música. Los espantosos inviernos de la ciudad del motor se llenaban con interminables horas de estudio y prácticas, sobre todo desde que logró una beca para una cotizada escuela local. Más tarde obtuvo otra para la prestigiosa escuela de música Eastman de Rochester, a orillas del Ontario, donde aprendió a tocar a Bach y a Dvorak y donde lo conoció Stokowski.

Desafiando los consejos del maestro, entró en la Filarmónica local, pero el joven Carter tenía que buscarse las habichuelas los fines de semana, teloneando a artistas en gira o tocando en fiestas y para ello, según cuenta en sus memorias, tuvo que “adquirir otro lenguaje para los tempos más rápidos del jazz. Las líneas de bajo no eran complicadas, pero no era capaz de pensar lo bastante rápido para hallar las notas adecuadas”. Hallar las notas adecuadas: ese es el título de las memorias y la obsesión de toda una vida.
El joven y espigado Ron también se defendía con el piano, la voz y algún instrumento de viento. Los jazzistas que pasaban por Rochester le dijeron que en Nueva York había trabajo, que los buenos bajistas no abundaban. Así que a finales de los 50, con 21 años, recién casado con Janet, Ron Carter se lanzó a la aventura. Consiguió trabajo, sí (con Chico Hamilton, con Randy Weston), además de terminar sus estudios en un año y hacer su primera gira por Europa con Cannonball Alderley. Y, lo más sorprendente de todo, manteniéndose estrictamente abstemio en un ambiente, mmm, cómo lo diría…, poco propicio a la sobriedad.

EL GRAN QUINTETO DE MILES

Y en eso, en 1963, le llegó la propuesta de Miles Davis, que aceptó sin rechistar, como es natural, como lo hicieron Herbie Hancock, Wayne Shorter y Tony Williams, ahí es nada. Algunos definían al contrabajista como “el ancla” de una formación que experimentaba con nuevos límites sonoros del jazz, de los más pop a los más ‘free’. A Carter le gusta muy poco el término. “¿Un ancla? Eso significa que la banda no va a ninguna parte. Yo no hago eso. Mi trabajo es dejarte boquiabierto. Un ancla es un peso muerto y oxidado. Si quieres calificarme, di de mí que soy un tío majo, que viste corbatas geniales y toca el bajo”, bromeaba en una entrevista reciente. Esa costumbre de vestir bien la adquirió en la Filarmónica de Rochester y, como fanático de la elegancia también en la música, es una marca de estilo que nunca ha abandonado.
El segundo gran quinteto de Davis se disolvió cinco años más tarde. En los 51 transcurridos desde entonces, Ron Carter no ha estado estrictamente ligado a ningún proyecto ni propio ni ajeno… Quizás porque ha estado en todas partes, colaborando, girando y grabando con todo el mundo, llevando una agenda tan bien diseñada que le ha permitido hacer miles de grabaciones, dar miles de clases, hacer decenas de giras, implicarse en decenas de actividades filantrópicas y encontrar tiempo para su familia mientras iba acumulando una fortuna notable.

Juan Parra

Docente en la Julliard School y profesor emérito del City College, ambos de Nueva York, además de doctor honoris causa por la Berklee School of Music, Carter no logró hacer carrera en la música clásica, pero ha logrado más distin- ciones, influencia y popularidad que si lo hubiera hecho. Tímido recalcitrante, ha aprendido a apreciar el calor del público (de joven le persiguió cierta fama de estirado) y hasta se ha atrevido en tres ocasiones a dar la cara en la pantalla, siempre interpretándose a sí mismo: además de en Round Midnight, en Kansas City, de Robert Altman, y en la mini serie Treme, de David Simon. “Me queda poco tiempo”, dice desde hace 20 años, con la insistencia de quien nos enterrará a to- dos. Quizás por eso Ron Carter no para. Bendito sea el Festival que nos lo devuelve de nuevo.

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