En el imaginario colectivo de los españoles de una cierta edad, el apellido Rockefeller fue siempre sinónimo de multimillonario. De familia millonaria, por mejor decir. Sus múltiples ramas genealógicas daban frutos que ocupaban destacadas parcelas de poder, pero más allá de que cualquier Rockefeller pudiera ocupar un alto cargo empresarial o financiero, o que otro ejerciera de vicepresidente de los Estados Unidos, todos eran millonarios, muy multimillonarios.
Huelga decir que en una familia tan ramificada y prolífica, había y hay de todo. Pues bien, entre lo más granado de tan granado apellido, David y Peggy Rockefeller ocupan un lugar preeminente. David fue heredero de la dinastía cuyo nombre es sinónimo de riqueza, y su esposa Peggy era una apasionada del arte del nivel de su tocaya Guggenheim, pero mucho más reservada. En la que fue su casa, un Matisse presidía el salón, un Picasso la biblioteca y, en el comedor, una vajilla de porcelana que perteneció al mismísimo Napoleón.
En sus 55 años de matrimonio, la pareja ‘coleccionó’ seis hijos, 10 nietos y una impresionante cantidad de obras de arte, que ahora serán subastadas en el Rockfeller Plaza, edificio emblemático de Manhattan y sede de la casa de subastas internacional Christie’s. La cita es para mayo, a un año exacto de la muerte, con 101 años, de David, último nieto del patriarca fundador del imperio petrolero Standard Oil, el más joven de los hijos de John D. y el único de ellos en dedicarse a los negocios, habiendo sido durante mucho tiempo el presidente del Chase Manhattan Bank (hoy JP Morgan).
La subasta promete ser el evento de caridad más importante de la historia: por voluntad del filántropo, la recaudación de la venta de su colección –que su nieto Adam Rockefeller Growald calcula en más de 600 millones de dólares– será repartida entre una docena de instituciones, entre ellas el MOMA, del que David fue presidente durante mucho tiempo y donde, en 1994, expuso gran parte de su extraordinaria colección.
Christie’s ya ha presentado algunos lotes, que están dando la vuelta al mundo, de Hong Kong a Londres y a Nueva York, entre los que destacan las obras de los maestros franceses del siglo XIX, con piezas de Monet, Manet, Corot, Gauguin, Seurat y Signac; pero también los americanos, con pintores de la talla de Edward Hopper o Giorgia O’Keefe. Además de los preciosos lienzos, se subastarán también muebles de época, objetos de artesanía, esculturas de bronce, porcelanas chinas o tapices iraníes, que decoraban los pisos de Manhattan y las residencias de verano, en Maine, de David y Peggy Rockefeller, una pareja de filántropos ilustrados de los que ayudan a conservar la riqueza cultural del mundo.