Un Londres distópico donde cualquier movimiento está controlado por el Gran Hermano que todo lo ve, donde nada de lo que sucede se sale de lo establecido. Allí las normas son las que son, no pueden cuestionarse y quien se atreva a hacerlo no podrá contarlo. El miedo reina entre una población que vive bajo el manto del silencio, con la cabeza gacha y sin llamar la atención. Los Ministerios del Partido Único rigen absolutamente todo, desde el amor y la paz hasta la abundancia y la verdad.
Orwell se inspiró en aquellos aspectos que comenzaban a dejarse ver allá por 1948 -tan solo cambió las cifras de orden para dar nombre a su novela-. Regímenes totalitarios y controladores como el Tercer Reich alemán y el Fascismo italiano habían caído recientemente, y todavía existían brasas de un temor por un poder extremo que se había mantenido vivo durante muchos años. Con todo, 1984 es considerada la primera novela distópica de la historia de la literatura contemporánea.
El 75 aniversario
El escritor inglés tardó dos años en escribirla, publicándola tal día como hoy hace 75 años. La película salió más tarde, en 1984. El éxito continúa siendo tal, que hay incluso una palabra para describir aquellas situaciones que destruyen una sociedad libre y abierta, que se denominan orwellianas. El autor no quiso viajar demasiado lejos en el tiempo porque creía que, pese a lo ficticio de su idea, podría hacerse realidad. Por eso eligió un futuro tan cercano que él mismo podría haber vivido de no haber fallecido en 1950 con 47 años.
Él estaba convencido de que la sociedad del momento se estaba hundiendo en una sarta de mentiras y que sería imposible que se recuperara, al menos tal y como la recordaba cuando era más joven. La imaginación jugó un papel importante, pero, tal y como se dice, la realidad acaba superando a la ficción, por lo que tan solo le hizo falta rebuscar en la Historia de la humanidad para dar forma a su mundo, dividido en tres superpotencias: Oceanía, Eurasia y Estasia.
En la primera impera el Ingsoc, o lo que es lo mismo, socialismo inglés, en la segunda gobierna el neobolcheviquismo y en la tercera ha ganado la ‘adoración de la muerte’. Todo ello no es más que un análisis de aquello en lo que podría haber derivado el mundo. De hecho, muchos lectores que habían vivido en la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin confesaron reconocer prácticas y eventos supuestamente ficticios en las páginas del libro pero muy reales en sus experiencias.
Mucha menos ficción de la que parece
En el libro plasmó parte de sus vivencias en el frente republicano de la Guerra Civil española, de donde se vio obligado a huir para salvar su vida. Aquí nació su deseo por aprender sobre los métodos totalitarios y pasó más una década estudiándolos. Se dio cuenta de que muchas veces las imposiciones de estos regímenes eran totalmente absurdas, pero, quién sabe si por miedo, amor o adoración, los habitantes acababan por aceptarlas, como la fórmula de Stalin 2+2=5.
Ese pasado con el que juega Orwell, no existe para los personajes de 1984. La serie de sucesos que han conducido a la humanidad a esa distopía se malea al antojo de los poderosos, hasta el punto en que los propios ciudadanos no pueden confiar en sus recuerdos. Aquello que sucedía en ese momento, no tenía ninguna explicación histórica, simplemente venía ocurriendo desde siempre. Ese es el razonamiento que se da a la guerra de Oceanía con Eurasia.
Al fin y al cabo, como el escritor indica, «la historia es en su mayor parte inexacta y sesgada». A lo que añade que «lo que es peculiar de nuestra época es el abandono de la idea de que la historia podría escribirse con sinceridad». La novela es, por tanto, un manifiesto contra los totalitarismos que no va a perder nunca la vigencia, ya que siempre habrá líderes que quieran controlar presente, futuro y pasado, también en la Historia real. Pero, ¿qué historia lo es?