El origen de las utopías, una historia de lo (teóricamente) imposible

El origen de las utopías, una historia de lo (teóricamente) imposible

El origen de las utopías, una historia de lo (teóricamente) imposible

Toda utopía contiene su negación. Ya quienes formularon por primera vez la idea de un lugar idealizado en el que conviven la armonía y el bienestar general –de Platón a Tomas Moro–, hablaban de un mundo “diferente” al mundo real. Así, hoy por hoy podríamos definir el término utopía como ese universo alternativo al que instintivamente aspiramos a pesar de saberlo inalcanzable. En La República platónica (394 a. C), por ejemplo, se habla de un estado dividido en tres clases: gobernantes, guardianes y productores, siendo los gobernantes sabios supuestamente infalibles los que conducen paternalmente al pueblo a la soñada coherencia.
Más adelante, ya en el siglo XVI, Tomas Moro acuñaría el término en ‘De optimo statu de que nova insula Utopia’ para designar, literalmente, a ese no-lugar: una isla en la que el disfrute común de los bienes es la norma y no existe la propiedad privada. Paradójicamente, con el paso de los siglos ambas ideas parecerían haber derivado en las grandes ideologías del siglo XX, el capitalismo y el comunismo, que no son otra cosa que la formulación utópica de estados posibles basados en situaciones ideales.

A lo largo de los siglos, el término utopía ha servido para referirnos a ‘ciudades armoniosas’,’mundos virtuosos’ y ‘estados perfectos’ a menudo caracterizados como lugares lejanos –ya sean imaginarios como la mítica Atlántida, o reales como El Nuevo Mundo– en cuyas fértiles tierras las sociedades se desarrollarían en paz y abundancia.
Por ello, casi siempre este viaje a la utopía implicaba una serie de sacrificios por los que tenía que pasar el aspirante. No es gratuito, por ejemplo, que los exploradores españoles del siglo XVI consideraran la mítica ciudad de El Dorado “una legendaria ciudad pavimentada de oro” como la recompensa natural de todos sus esfuerzos. Aunque muchos de estos aventureros solo encontraron la muerte en la entonces misteriosa selva amazónica, el riesgo que estaban dispuestos a correr por la llamada utopía del oro, nos habla del papel que ha cumplido este concepto en lo que sería el encuentro de dos mundos. La utopía como elemento dinamizador de la cultura. O como ese instinto que nos dice que más vale perseguir un sueño, por imaginario que parezca, que entregarnos al desierto de lo real.

LA DISTOPÍA LITERARIA, EL REVERSO TENEBROSO

Platón expulsaba los poetas de su soñada República, y probablemente no iba desencaminado, ya que han sido precisamente los poetas y creadores quienes han alimentado el sueño de utopía. Y su pesadilla. Uno de los ejemplos más curiosos tal vez sea el del país de los Houyhnhnms, descrito por Jonathan Swift en ‘Los viajes de Gulliver’, nada menos que caballos de naturaleza perfecta y noble, cuya belleza, razón y sentido de justicia contrasta con la agresividad, la bajeza y la deformidad de unas criaturas llamadas ‘yahoos’ y que no serían más que un trasunto del propio ser humano.
Aunque fueron Aldous Huxley (‘Un mundo feliz’) y George Orwell (‘1984’) quienes llevaron al extremo su crítica demoledora al hombre y con él a su aspiración utópica. El primero propone un mundo en el que la guerra y la pobreza han sido erradicadas y con ellas el libre albedrío, la diversidad cultural y la creatividad. Un mundo, permanentemente anestesiado, en el que la felicidad es una obligación. El segundo, por su parte, retrata una sociedad que se ha impuesto a sí misma los más severos mecanismos de control (con un dictador que todo lo ve, llamado, ay, Gran Hermano), de los que es incapaz de desembarazarse. Ambas distopías –término acuñado para definir esta especie de utopía negativa– vuelven a poner en evidencia la imposibilidad del mundo ideal ya que, como muestran, su consecución implicaría nada menos que el sacrificio de la libertad individual.

LA UTOPÍA DEL BIENESTAR

Tras el estreno de la película ‘Avatar’ de James Cameron, en 2010, se reportaron en Internet diversos casos de algo que empezó a llamarse el ‘síndrome de Pandora’. Se trataba de espectadores que, seducidos por el idílico paraíso imaginado por Cameron para el planeta Pandora, caían en depresión ante la imposibilidad de ‘permanecer’ en él una vez acabada la película.
Mito o realidad, el ‘Pandora blues’ representa una vez más el instinto humano por desear lo inalcanzable. Diseñado como un compendio de clichés ‘new wave’, el mundo de Pandora ofrece al espectador un sistema ecológico perfecto en el que los Na’vi –que son en sí mismos una raza utópica que reúne primitivismo y evolución– conviven en simbiosis con la naturaleza. Una naturaleza, claro está, que es mejor que la nuestra: las plantas brillan con luces que parecen de neón (pero no lo son), las bestias nos defienden, el universo es consciente de sí mismo.
Las conducta de los Na’vi es, además, casi irreprochablemente ética: un sentido moral amplificado en 3D. Y he aquí el verdadero meollo del asunto, porque tras el deslumbramiento cromático de cintas como ‘Avatar’, está la ética como aspiración utópica de nuestro tiempo. Así, lejos de los límites imaginarios de Pandora, y ya instalados en nuestro convulso siglo XXI, es la ética lo que deviene inalcanzable. Década a década, las sociedades humanas se han sustentado en el convencimiento de que el hombre es capaz de ‘hacer lo correcto’ y, década tras década ese convencimiento ha sido traicionado. El viejo anhelo de la utopía se ha convertido así en el deseo de un estado del bienestar y la justicia y el equilibrio ecológico para el que no estamos preparados.

Otra película de ciencia ficción, ‘Matrix’, de los hermanos (ahora hermanas) Larry y Andy Wachowski, contiene un diálogo que puede ser esclarecedor en este sentido. En la película, los humanos somos una raza sometida cuya vida no es más que un programa implantado (o Matrix, una realidad virtual) para distraernos de la cruel realidad, a saber, que somos cultivados en campos como meras fuentes de energía para las máquinas. Uno de los guardianes de ese secreto, el agente Smith le dice a un humano rebelde: “¿Sabía que la primera Matrix fue diseñada para ser un perfecto mundo humano donde nadie sufriera y donde todo el mundo fuera feliz? Fue un desastre, ningún ser humano aceptó ese programa, se perdieron cosechas enteras”. Así las cosas, el término utopía probablemente no conlleve una aspiración real, pero sin duda nos da claves para entender nuestras propias limitaciones y definir nuevos sueños. Sueños posibles.

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