Entre lo digital y lo analógico: así serán las tendencias que definirán 2026

Tendencias 2026.

Tendencias 2026.

Las señales que asoman en 2026 dibujan un movimiento de repliegue, una búsqueda de calma y de misterio que nos devuelve a una escala humana. La revisión de historias soterradas, de templos ocultos y geometrías perdidas alimentan una curiosidad que invita a mirar el pasado del ser humano con otra mirada. El auge de tecnologías que apagan el ruido nace del mismo impulso, crear huecos donde respirar y escuchar lo que sucede en uno mismo. La reparación manual, la vida en ciudades densas pero habitables y el gesto ritual de un reloj analógico forman parte de un clima emocional que quiere menos estridencia, una verdad más táctil que digital en la que la creación pausada, el ocio sosegado y el contacto con las esencias ganan terreno hasta redefinir la existencia deseada. En ese paisaje, el bienestar se convierte en una forma de lujo suave, personal y casi secreto, que nos devuelve hacia lo íntimo.

Fotografía:Del Hambre
Los urbanistas proponen redensificar y ampliar las ciudades de forma sostenible para crear entornos más habitables, circulares y verdes.

Megalópolis con alma

Parece contradictorio con el sano ideal de vivir en contacto con la naturaleza, pero los urbanistas están de acuerdo en una cosa: hay que hacer ciudades más grandes. La redensificación sería la mejor forma de crecer en sociedad y cuidar del planeta concentrando en determinados puntos toda la actividad humana. Algo que puede sonar distópico, como de ciencia ficción tenebrista, extremo que puede evitarse si se hace desde puntos de vista sostenibles y neurocientíficos. Muchas viviendas en altura, sí, pero también muchas zonas verdes, espacios comunes y procesos colectivos. Para ello, habrá que rehacer casi todo. En esta visión del hábitat humano, el entorno urbano expandido funcionaría como una cantera en la que el derribo de lo inútil genera el propio material de construcción de lo nuevo, de manera circular. El trabajo de Lucas Muñoz en la última Bienal de Venecia de arquitectura evidencia esta lógica y posibilita la creación de vivienda. Sin duda, el objetivo más urgente que puede tener la arquitectura contemporánea.

La cancelación activa del sonido se expande más allá de los auriculares para crear entornos urbanos y espacios cotidianos silenciosos.

Diseñar el silencio

La cancelación activa del sonido se ha convertido en el tono de nuestra época. La técnica que neutraliza ondas mediante su imagen inversa sale del terreno de los auriculares y se expande hacia vehículos, edificios y entornos urbanos. El objetivo es crear espacios donde el ruido deje de ser inevitable. Aviones con paneles que suavizan vibraciones, coches que afinan la acústica interna o espacios de trabajo que ajustan el ambiente sonoro muestran un cambio profundo en la relación entre tecnología y bienestar. Esta tendencia revela un deseo colectivo de claridad mental y descanso. El asfalto será tan silencioso como el motor de los vehículos y los bares tendrán una decoración que genere campanas de vacío sonoro. El estrés inconsciente del ruido en nuestro día a día será un efímero recuerdo, igual que al apagar el aire acondicionado sentimos un placer absoluto al escuchar la nada. El futuro apunta hacia entornos modulables que adaptan su paisaje sonoro en tiempo real, una ingeniería del silencio orientada a controlar cada capa sensorial del día a día.

La valoración de lo imperfecto y la reparación manual, simbolizada por el kintsugi, propone frenar el consumismo y crear vínculos duraderos con los objetos.

La imperfección es perfecta

Tras décadas dominadas por la precisión digital, surge una sensibilidad que valora la singularidad manual como huella y anomalía elevada. El kintsugi japonés se convierte en símbolo de esta mirada, ya que transforma la fractura en una forma de (auto)conocimiento y cuidado. Si las cosas se rompen, podemos repararlas con cariño, en lugar de reemplazarlas. Se trata de tocar lo imperfecto con afecto, pero también implica frenar la voraz rueda productiva y acumulativa que gira sin fin. La fractura gana centralidad por su capacidad para facilitar vínculos duraderos con las cosas y los momentos. Mientras más caigamos en el simulacro vacío de adquirir nuevos productos de forma compulsiva, menos seductores serán estos. Un producto de lujo con su precio elevado siempre será más valioso, por su largo alcance en el tiempo, que cien elementos de bajo coste. El gesto irregular de remendar un jersey o barnizar de nuevo una mesa para reimaginarla será un acto de resistencia que nos ayude entender que las cosas son parte de nuestra historia.

Volver al reloj analógico permite experimentar un tiempo libre de la inmediatez digital, recuperando la desconexión y la belleza de la medición tradicional.

Lo analógico es eterno

Con la invención del reloj, el tiempo dejó de sentirse en la inclinación del sol o el cambio de las estaciones. El ser humano comenzó a medir los segundos, los minutos y las horas, convirtiéndose en dueño y esclavo del tiempo. Con los smartwatches, la cosa fue incluso más lejos: mensajes, alertas, recordatorios, alarmas. Ceñimos el universo a nuestra muñeca y aquello nos dio una libertad vigilada. Reos de la inmediatez y la respuesta instantánea. Regresar al reloj analógico es una manera de volver a un tiempo sin límites en el que el juguetón tic-tac evidencia más la voluntad de desconexión que la antigua necesidad de controlar a Cronos. Resulta casi anacrónico observar la desnudez con la que las manecillas giran sobre sí mismas, esa coreografía de belleza regular que oculta un mecanismo preciso y eterno. Hay pocas cosas más representativas de la libertad que hacer caso omiso al paso del tiempo. Más, cuando este se produce sobre la bóveda casi celeste de un reloj de pulsera.

El interés por hallazgos arqueológicos alternativos revelan civilizaciones antiguas y cuestionan la historia oficial de la humanidad.

Cartografías misteriosas

La reciente conversión de los almacenes del Victoria & Albert londinense en espacio expositivo es algo más que una apertura simbólica a lo que normalmente queda fuera de las vitrinas museísticas. Es una manera de elevar a categoría cultural los objetos que hasta ahora no cumplían con el canon artístico institucional. También, una puerta de acceso a relatos que eran desestimados por la historiografía convencional. Más allá de la ortodoxia arqueológica, se despierta un interés profundo por las teorías que revelan civilizaciones antiguas y abren la posibilidad a rescribir la historia de la humanidad. Series documentales como Ancient Apocalypse II (Netflix, 2025) del divulgador estadounidense Graham Hancock, señalan las contradicciones de los relatos oficiales y los enfrentan a recientes descubrimientos que tecnologías punteras están posibilitando. Formas geométricas de escala monumental realizadas por la mano del hombre en el Amazonas. Templos inmensos que se creían formaciones naturales, como la de Cholula en México. Construcciones complejas que no casan con el periodo histórico que se les atribuye, como Göbekli Tepe, en Turquía. El pasado regresa para mostrar una historia desconocida.

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