“La idea era -y es- sencilla: muy buenos productos, de la mayor frescura posible, y a buenos precios. Curiosamente, en el mercado nacional la gente está dispuesta a pagar la calidad y nosotros debemos ofrecérsela”.
La tienda es un lugar que seduce por su aroma y por su profesionalidad. No hay bolsa de diseño, ni envoltorios sofisticados, pero el cliente queda embriagado por la fragancia de la calidad. “Se suponía que era una tienda para entendidos. Gente quiere probar y conseguir cosas estupendas y la apariencia queda en un segundo plano. Si se fija solo en el envase, entonces vamos mal”. Después de 17 años el local ha ido cogiendo el aspecto de un antiguo ultramarinos, con sus cajas de madera y sus latas metálicas. Buen producto, gente que sabe vender y ganas de hacer amigos.
Evidentemente, Carlos aconseja, enseña y asesora. “Para conseguir que la gente los pruebe y los sepa hacer bien damos cursos una o dos veces al mes, para principiantes, para avanzados o monográficos de algún aspecto”. No sé si existe el término, pero el infusioturismo tiene un gran practicante. El viajero interesado busca plantaciones en Taiwán o secaderos en Sri Lanka: el mundo del té es toda una ciencia.
¿Resultado? Pues más de 250 variedades de tés e infusiones y casi otras tantas de cafés de todo el mundo. La clientela habitual de la tienda está compuesta por clientes que tienen muy claro lo que quieren y que saben que en eso concreto solemos ser los mejores en calidad y en precio”. Cuenta Riaño que en muchos puentes y vacaciones, gente de fuera de Madrid incluye La Antigua Plantación “en su visita turística. Vienen al Prado, a ver un musical, a estar con la familia… y a pasarse por La Antigua Plantación”.
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