Françoise Gilot, la única mujer que 'sobrevivió' a Picasso

Françoise Gilot, la única mujer que ‘sobrevivió’ a Picasso

Pequeña, inmaculada, formidable, Françoise Gilot –artista, amante y musa de Picasso y amiga de Matisse–, vive y pinta en un elegante apartamento en el Upper West Side de Nueva York. De techos altos, una ventana enorme inunda la habitación de luz que cae sobre estantes llenos de monografías de artistas, volúmenes encuadernados de clásicos –es […]

Pequeña, inmaculada, formidable, Françoise Gilot –artista, amante y musa de Picasso y amiga de Matisse–, vive y pinta en un elegante apartamento en el Upper West Side de Nueva York. De techos altos, una ventana enorme inunda la habitación de luz que cae sobre estantes llenos de monografías de artistas, volúmenes encuadernados de clásicos –es particularmente aficionada a Rabelais– y lienzos apoyados en caballetes y contra las paredes. Gilot se sienta en un sillón. Su ama de llaves trae café y florentinos en una bandeja de plata. Afuera, Manhattan se ocupa de sus ruidosos negocios. En el interior, el tiempo parece haberse detenido.

¿Cómo –pregunto a Gilot– pasas los días? Sus cejas se arquean. “Soy una artista. Pinto, dibujo ...” como si dijera: “¡Qué otra cosa cree que hago!”. La declaración es reveladora. Desde el día en que Picasso la vio por primera vez en 1943, y aunque han pasado ya 65 años desde que ella le dejara tras una relación de diez años, el nombre de Françoise Gilot ha estado inexorablemente al del pintor. Se nos advierte de antemano: no son especialmente bien recibidos los que vienen a hablar de él. Gilot puede haber sido la amante de Picasso, pero ella siempre ha sido su propia mujer.

Françoise Gilot sentada entre Claude y Paloma, los dos hijos que tuvo con Picasso. La foto es de 1966.

Las obras que nos rodean son suyas: un pequeño cuadro abstracto de formas geométricas pintado recientemente y una enorme pintura expresionista, con una escena en la jungla, que data de los años 60. En la mesa hay tres cuadernos de bocetos: uno es de una de sus frecuentes visitas a Venecia; los otros dos, de viajes en la década de los 70 a Senegal e India, adonde iba con Jonas Salk, el investigador médico que desarrolló la vacuna contra la polio, con quien Gilot estuvo casada 25 años.Viajar con un cuaderno de viajes es una costumbre, explica, aunque dibuja de memoria, no en vivo. “Nunca trabajo sobre algo que estoy mirando. El artista que hace una naturaleza muerta con peras y manzanas… si tuviera eso frente a mí, pintaría naranjas y limones. No me dedico a lo que hay; me dedico a la imaginación de lo que pongo allí”.

Su padre, Emile, era agrónomo y fabricante de productos químicos; su madre, artista de cerámica; su educación, intelectual, de alta burguesía. Era hija única y más inteligente que otras personas de su edad. “Era una buena estudiante, pero me comportaba como quería. No era una personita encantadora. Siempre estaba en contra de esto o de aquello”.

Desde temprana edad supo que pintaría. Pero, para contentar a su padre, se matriculó en Derecho en la Sorbona. En junio de 1940, el ejército alemán ocupó París. Cinco meses después, con 18 años, desafiando la ocupación, Gilot se unió a una reunión espontánea con otros estudiantes en el Arco del Triunfo para colocar flores en la Tumba.

Fue denunciada por la policía e incluida en una lista de menores de 21 años cuyos integrantes serían represaliados ante cualquier asesinato de un soldado alemán por los franceses. “Si eso ocurría en nuestra área, 20 de nosotros moriríamos. Tuve suerte de que no pasara mientras fui un rehén. Y si huía, mis padres serían detenidos en mi lugar”. ¿Y qué le enseña eso a una joven? Se encoge de hombros. “En ese momento nuestras vidas no valían ni tres centavos. Pero decidí que siempre sería libre en mi vida, sin importar lo que pasara”.

Abandonó sus estudios y se matriculó en la escuela de arte. Una elección desafiante para una mujer en ese momento. “Nunca me ha detenido que a otras personas no les gustara lo que yo hacía. A veces las mujeres se valoran a sí mismas cómo creen que las ven los demás. Pero para mí, eso no importaba mucho. ¿Les gusto? Bien. ¿No les caigo bien? Da lo mismo”. Convertirse en artista era, recuerda ahora, “como entrar en el agua del mar cuando hace bastante frío, pero decidí nadar”. La misma frase podría aplicarse a su aventura con Picasso.

Françoie Gilot en 2018.

En mayo de 1943 estaba en un restaurante de Rive Gauche con su amiga y colega Geneviève Aliquot y el actor de cine Alain Cuny, cuando Picasso se acercó a la mesa con un cuenco de cerezas. Estaba cenando con Dora Maar, su amante, a quien Gilot reemplazaría en breve. Ella tenía 21 años. Él 61 años. Cuando Aliquot le dijo que eran pintoras, Picasso contestó: “Es lo más gracioso que he oído en todo el día”. Resentida, Gilot le invitó a una exposición conjunta de su obra y la de Aliquot. “Yo también soy pintor”, contestó Picasso, y les invitó a su estudio.

Así fue como Gilot se embarcó, como ella diría más tarde, en “una catástrofe que no quería evitar”. Ella describió una vez su relación como un amor intelectual, un amor físico, “pero no sentimental”. A Picasso le atrajo tanto su mente como su belleza, el hecho de que debatieran horas sobre el arte, la vida y su tema favorito: él mismo. Cuando ella le dijo que su pintor favorito era Matisse, Picasso la llevó a conocerle. Matisse, con 77 años, tenía edad para ser su abuelo, pero forjaron un vínculo imprevisible.

“Matisse decía poco; era muy reservado, como los franceses del norte. Yo soy de París, así que nos entendíamos muy bien. Picasso era muy diferente. Podía ser difícil de conocer, pero al menos era más extrovertido”. Matisse admiraba su trabajo y le escribía cartas. “Estaba asombrada. Cartas muy bonitas, con dibujos, a las que yo respondía”. Pero ella no está tan segura de que fuera admiración lo que sentía por su trabajo. “Vamos a desinflar eso, digamos que le gustaba (ríe)”.

Así que era una pintora amante de un pintor y amiga de otro. Pero nunca se engañó a sí misma, no eran iguales. Matisse, dice, “sabía muy bien que él era el rey”, y Picasso también lo sabía. “Pero Picasso también sabía que tenía la aprobación de Matisse. A Matisse no le gustaba nadie, pero le gustaba Picasso. Se podría decir que se tenían un enorme respeto mutuo. Matisse pensó que podía permitir que otro rey estuviera a su lado, especialmente si era de otro estilo. A menudo los pintores habitan su propio universo y tienden a no mirar más allá, pero Matisse no era así. Fue una de las cosas que encontré admirables en él. Era más objetivo que Picasso, que era extremadamente subjetivo, y sus estados de ánimo iban del negro al blanco y al rojo. Con Picasso era un temblor de tierra permanente –continúa–. ¿Un terremoto? Sí, fue un terremoto permanente”.

Lo que está más allá de toda duda, dice, es que ambos eran genios. ¿Perdona eso el mal comportamiento. “No tiene nada que ver con el comportamiento. Caravaggio mató a alguien. Pero no podría importarme menos. No presté atención a la ética; presté atención a la estética” (ríe). ¿Describiría entonces a Picasso como un monstruo sagrado? “Bueno, monstruo, sí; sagrado tal vez...”

Gilot en su piso de Manhattan, donde vive y sigue pintando.

En 1947, dio a luz a su primer hijo, Claude, y en 1949, a su hija, Paloma. Los niños cambiaron la química de su relación. Picasso exigía atención y lealtad total; su temperamento empeoró y comenzó a pasar más tiempo lejos de ella. “Nadie –le dijo una vez– deja a un hombre como yo”. Gilot contestó: “Espera y verás”. En septiembre de 1953, asfixiada por su actitud dominante y sus aventuras amorosas y sedienta de independencia, ella misma se embarcó en una breve aventura y luego lo abandonó, llevándose a sus hijos de vuelta a París. La última palabra de Picasso cuando ella partió en el taxi fue “merde”.

Dominique Desanti, amigo de Picasso, habló una vez de la ambivalencia del pintor con respecto a las mujeres: “Eran la médula de la vida y, sin embargo, las despreciaba; era su forma de exorcizar su miedo al poder de las mujeres”. ¿Cree Gilot que ‘despreciar’ es la palabra correcta? “No. Le gustaban las mujeres físicamente; le gustaban las mujeres hermosas. Pero no las entendía, no lo intentaba, y a veces no estaba contento con ellas a causa de eso. En la vida, si estás con otra persona, tienes que sentirla dentro de ti. No estás solo. Y Picasso –sugiere– estaba esencialmente solo”. Ella fue la única de sus amantes o esposas que se alejó. Para otras, su atracción magnética sería fatal. Dora Maar se volvió loca. Tanto Marie-Thérèse Walter, a quien Picasso tomó como amante a los 17 años, como Jacqueline Roque, con quien se unió después de Gilot y se convirtió en su segunda esposa, se suicidaron.

Después de que ella lo dejara, Picasso trató de hacer su vida lo más difícil posible, presionando a sus amigos y a los marchantes de arte para que la ignoraran. “Pero como todo el mundo sabía que tenía mal genio, la gente pensaba que no estaba tan equivocada por haberle abandonado, así que en cierto modo era bastante favorable para mí. Algunas personas tienen vidas tan duras...; mi vida era difícil, pero no dura. No gané montañas de dinero como Picasso, pero gané lo suficiente para llevar una vida normal, y podía mirarme en el espejo y decir ‘hago lo que tengo que hacer, y el resto puede irse al infierno”.

En 1955 se casó con el pintor Luc Simon, a quien conocía desde que eran adolescentes. Tuvieron una hija, pero se divorciaron en 1962. A medida que su reputación como pintora crecía, Gilot comenzó a pasar más tiempo en Estados Unidos. En 1969, en California, le presentaron a Jonas Salk. “Casi de inmediato quiso casarse conmigo. Yo era muy feliz por mi cuenta y sabía por experiencia que no era buena para el matrimonio. Podrías decir que soy mejor amiga que esposa”. Pero dijo que sí.

Es notable, señalo, que tuviera relaciones con el artista más grande del siglo XX y el pionero de la medicina que hizo tal contribución a la humanidad. “¡Sí, yo también estoy asombrada!”¿Cómo sucedió? “Me hago esa pregunta yo misma. ¿Realmente tengo tales cualidades? O quizás ellos eran indulgentes conmigo. También era bastante guapa y eso es una buena cualidad para una mujer. La cortesía de una mujer es ser bella”. Muchas mujeres se opondrían a ese sentimiento. “Sí, es injusto, pero es imprescindible. Una mujer tiene que ser bella antes que cualquier otra cosa, de lo contrario, ¿crees que la gente te mirará? ¡No!”.

Cuando Salk le propuso matrimonio, ella le presentó una lista de condiciones. “Le dije que viajaría, que haría esto y aquello, que tenía mi propia carrera, mi propia vida, incluso exagerando un poco para hacerla aún más imposible. ¡Pero no! Dijo que le parecía muy conveniente. Y debo decir que recordó todas las condiciones muy bien. Era el marido perfecto. Me dejó ser yo misma”. Claramente, digo, fue su relación más feliz. “A decir verdad, la relación con alguien que es extremadamente inteligente es siempre la mejor, ya sea de mal genio, de buen genio... que alguien sea inteligente e interesante es lo máximo que se puede pedir. Si es desagradable, es parte de ello. No necesariamente amas a las personas por sus cualidades; te gustan por sus defectos, porque los hacen un poco más humanos”.

¿Cuál es la lección más importante que Gilot ha aprendido de la vida? Ella ríe. “Soy una mala estudiante. ¡No lo sé!”Pero ha llevado una vida tan plena... Asiente con la cabeza. “Sí, tengo que decir que no soy una de esas personas que dicen que desearía haber hecho esto o aquello; no, porque normalmente hacía lo que quería hacer”. Nuestra conversación ha terminado. ¿Y qué –pregunto– hará ahora? “Pintar, dice. ¿Qué si no?

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