Túnez: el faro del Mediterráneo convertido en meca del turismo europeo
La República Tunecina es el país más pequeño del Magreb. Ubicada entre las estribaciones orientales de la cordillera montañosa del Atlas (cuya cumbre tunecina más alta, Ech Chambi de Jebel, mide 1.544 metros) y el mar Mediterráneo, limita con Argelia al oeste y con Libia al sureste. Tiene 165.000 km² de superficie y una población […]
La República Tunecina es el país más pequeño del Magreb. Ubicada entre las estribaciones orientales de la cordillera montañosa del Atlas (cuya cumbre tunecina más alta, Ech Chambi de Jebel, mide 1.544 metros) y el mar Mediterráneo, limita con Argelia al oeste y con Libia al sureste. Tiene 165.000 km² de superficie y una población aproximada de 10 millones y medio de habitantes. El 40% del país está ocupado por el desierto del Sahara, pero el resto del territorio es suelo fértil, ideal para la agricultura, a lo que hay que añadir, además, sus 1.300 kilómetros de costa.
En cuanto a su historia y su cultura, ambas son muy ricas. Fenicios, romanos, judíos y árabes son sólo algunos de los pueblos que, a lo largo de la historia, se establecieron en las costas tunecinas –pero también en el sur, en el desierto; una mezcla cultural propia de muchas zonas mediterráneas, como Sicilia o las islas griegas de más antiguo recuerdo–, a los que posteriormente se sumaron musulmanes de España y turcos otomanos.
Desde sus comienzos, los tunecinos constituyeron una nación inusualmente liberal, un aspecto sin duda propiciado por su incomparable situación geográfica y por su peculiar conformación, de enorme promontorio (tan grande que contiene una inmensa bahía) en medio de la costa norte de África; un promontorio que divide el Mar Mediterráneo en oriental y occidental, y que es, de hecho, el único punto de observación del Mare Nostrum desde el que es virtualmente posible ver desde Chipre hasta Gibraltar.
Túnez ha sido la capital del país ininterrumpidamente desde que los almohades le dieran ese título en 1159 y la dinastía de los hafsidas confirmase su estatus en 1228. Por lo demás, la existencia de la ciudad está documentada desde el siglo IV antes de Cristo, aunque se sabe que fue fundada por los bereberes en el II milenio antes de Cristo.
Capital de la República desde su creación, en 1956, Túnez está situada al final del homónimo golfo, entre la llanura costera y las colinas que la rodean, la ciudad está unida por un canal al puerto de La Goleta. Con 750.000 habitantes –que se convierten en 2.500.000 (es decir, uno de cada cuatro tunecinos) si se incluye su área municipal–, es de largo la ciudad más poblada del país y una de las más cosmopolitas de África; y no sólo por razones históricas, sino, por así decir, de idiosincrasia natural.
A media hora de Túnez se encuentran los restos de una de las ciudades más célebres de la antigüedad mediterránea, Cartago. Existen numerosas hipótesis sobre la fecha de su fundación: la leyenda clásica cuenta que fue la princesa Dido (más tarde reina de Tiro) quien la fundó en el año 814 a. C. con el nombre de Qart Hadašt (“Ciudad Nueva”).
Tras la decadencia de Tiro, Cartago desarrolló un gran Estado republicano, convirtiendo la ciudad en la próspera capital de una república enriquecida por los recursos provenientes de todo el Mediterráneo occidental, llegando a ser durante mucho tiempo más próspera y rica que Roma. Durante su apogeo, Cartago llegó a tener 400.000 habitantes, edificios de hasta siete pisos de altura, un sistema de alcantarillado unificado y docenas de baños públicos. Todo acabó cuando se enfrentó a Roma por la hegemonía en el Mediterráneo occidental: la república fue derrotada totalmente en el 146 a. C.; el estado cartaginés desapareció y Cartago fue destruida para siempre.