«Aquí querría uno vivir y morir”, escribió Flaubert a una amiga en una de sus cartas, tras haber visitado el Lago de Como. “Es en conjunto dulce, amoroso, italiano… sus bellas casas están hechas para el estudio y el amor… un espectáculo hecho para los ojos.” Cien años antes, en el XVIII, Goethe ya había cantado las maravillas del lago metido en un estrecho cajón de montañas, grande como un mar, bello como ninguna costa.De modo que si George Clooney ha terminado instalándose en una de sus villas ribereñas no es por casualidad. Es un paso más en una leyenda que se ha construido a lo largo de los siglos y que dice que este rincón del mundo es un pedazo del Paraíso, un cachito del lugar en el que vivieron, antes del pecado, Adán y Eva. Es una leyenda que alcanza su máximo impulso durante los siglos XIX y XX, y que está forjada por escritores, músicos y artistas que llegaron, vieron y se dejaron seducir por el lugar.
El Lago reúne circunstancias geográficas y climáticas muy especiales: está muy cerca de los Alpes, pero su altitud es mínima, y en algunas zonas los montes que forman su cuenca lo protegen de los vientos del norte. Por esta razón
crecen sin contradicción en sus orillas los olivos, los limoneros y los naranjos del Mediterráneo, y en muchas paredes incluso la buganvilla mexicana extiende su paleta de colores intensamente subtropicales. Pero junto a todo ese esplendor crecen igual de bien los abetos y las azaleas propias de las laderas alpinas.La benignidad de su clima es extraordinaria, y esa naturaleza tan amable ha sido trabajada y convertida en cultura por unos jardineros excepcionales que llevaron a este rincón el arte topiario, el del recorte de bojes y otros arbustos en los que la mano humana imprime formas caprichosas que parecen contradecir la naturaleza. Cualquier paseo por las villas del lago permite ver
hasta qué punto se construyó aquí la arquitectura verde de los setos recortados, hasta qué punto la naturaleza fue domada y transformada en geometría, en caminos de suaves curvas que invitan a los paseos. De la misma manera que las aguas del enorme lago permiten la navegación a vela y todas las diversiones propias del mar.
En realidad, los italianos, sobre todo las grandes burgueses e industriales de la Lombardía, conocen sus bondades desde siempre. Para huir de la humedad y el frío y el calor excesivos de Milán, la mejor solución es tener una de las carísimas villas del Lago de Como para pasar allí los fines de semana, para pasear por sus senderos plácidos y descansar la vista y el oído en sus tranquilos paisajes.A eso, a pasear, fueron al Lago di Como Lord Byron, su amigo Percy B. Shelley, y Mary, la hermana de este último, y la hermanastra de Mary. Cierto día se embarcaron, y cruzaron a remo hasta la otra orilla. Se les hizo tarde, buscaron un lugar donde pasar la noche, y esperando el sueño hicieron una apuesta: cada uno de ellos inventaría una historia fantástica, en la mejor tradición del relato para no dormir, tan querido en la literatura popular inglesa.
Sólo sobrevivió una de las cuatro historias, la única que pasó al papel impreso. Y es ‘Frankenstein’, la historia que hizo inmortal a Mary Shelley, el cuento del hombre que, como Luzbel, desafió a los dioses y construyó un ser perfecto, rivalizando así con el Creador.
En estas mismas orillas Henry Beyle, que firmaría su obra con el pseudónimo de Stendhal, escribió cuatro años antes, en verano de 1812, que “no hay en todo el universo ninguna cosa comparable a la fascinación que ejercieron sobre mí los días cálidos del verano que he pasado en este lago”. Más tarde, en su gran novela ‘La cartuja de Parma’, se refirió a los dos ramales del lago diciendo que “el de Como es muy voluptuoso, mientras que el que avanza hacia Lecco es muy austero».Muchos años más tarde, en una carta, Franz Listz escribió que quien quisiera escribir una bellísima historia de amor debería aceptar su consejo, garantía de éxito, y empezarla con estas palabras: “A orillas del Lago de Como…” No hacía más que repetir una frase escrita por Shelley a comienzos de siglo. León Tolstoi y John Ruskin son otros viajeros importantes de la segunda mitad XIX, y la lista es infinita.
Los escenarios del lago, tanto naturales como literarios, han seguido inspirando a los artistas durante el siglo XX. Hemingway, que los conoció de muy joven, utilizó el lugar como uno de los escenarios de su primera novela, ‘Adiós a las armas’. Y el cine llevó sus cámaras hasta Como y su lago de la mano de italianos como Alberto Lattuada y Dino Risi, pero
también de directores de Hollywood como Frank Borzage y Charles Vidor. Todos disfrutaron del lago y también de la ciudad que le da nombre, una villa que nació en época romana, y cuyos
suaves inviernos y sobre todo sus templados veranos (con una temperatura máxima de 29º), la hicieron famosa enseguida. Gracias a su historia, es un museo de arquitectura.En los años treinta del siglo pasado, Giuseppe Terragni, uno de los innovadores de la arquitectura italiana, tenía en Como su estudio, y hay muestras en la ciudad del racionalismo derivado de la Bauhaus. Pero también contiene
palacios renacentistas, y una catedral construida a lo largo de cuatro siglos. No lejos de la ciudad, se puede llegar paseando a algunas de las imponentes villas construidas tras la eclosión del romanticismo, algunas abiertas al público, y otras tan recoletas como la que muchas celebridades acaban de adquirir.