Radiografía de Paul Auster, el escritor generoso

Radiografía de Paul Auster, el escritor generoso

Radiografía de Paul Auster, el escritor generoso

Muestra su sorpresa Paul Auster porque la rueda de prensa online para presentar en España su última libro, La llama inmortal de Stephen Crane (editorial Seix Barral), haya acumulado al otro lado de la pantalla a más de medio centenar de periodistas. Difícil que no suene a falsa modestia en voz de quien vendió más de 100.000 ejemplares en lengua castellana de su anterior obra, la novela 4 3 2 1, y que recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006. En Estados Unidos, insiste, un libro no suscita tanto interés. Pero lo cierto es que su obra ha sido traducida a más de 40 idiomas.

Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, Estados Unidos, 1947) es uno de los más importantes escritores anglosajones contemporáneos. No es una de esas afirmaciones recurrentes que jalonan reseñas. Que le pregunten, si hay dudas, a toda una generación, quizá la que ahora ronda o supera la cincuentena, que leyó, admiró y debatió cada una de sus obras como si de una religión se tratara. Así que, efectivamente, Auster está más que acostumbrado a la expectación que suscita cada nuevo alumbramiento, aunque quizás el escenario en el que esta rueda de prensa transcurre, desde una discreta sala desde su casa de Brooklyn, contribuya a dotar de cierta veracidad su modestia. Las palabras que de él reproducimos en estas páginas han sido extraídas de esa comparecencia y de una entrevista facilitada por la editorial.

No hay apenas adjetivos en la carátula de La llama inmortal de Stephen Crane habitualmente dedicada al autor. Ese espacio que en otros casos la editorial dedica a glosar al personaje, adornando su biografía con artificios varios, o a ensalzar las supuestas cualidades magnéticas de su prosa, no es en este caso más que una simple, a la fuerza breve y por eso mismo incompleta, enumeración de la obra de Paul Auster. Y cuando decimos obra nos referimos a novelas –La trilogía de Nueva York (1987); El palacio de la luna (1989); La música del azar (1990); Leviatán (1992) o Brooklyn Follies (2005), por nombrar solo algunas, además de la más reciente y aclamada 4 3 2 1 (2017)–; también a guiones de película –Smoke (1995), Blue in the Face (1995); Lulu on the Bridge (1998)–; incluso a la dirección de una de ellas –La vida interior de Martin Frost (2005)–; relatos –Creía que mi padre era Dios (2001)– y hasta poesía –recopilada en Poesía completa (2012)–. Además, Auster es miembro de la American Academy of Arts and Letters y Comandante de la Orden de las Artes y las Letras francesa.

Cuenta Paul Auster que, agotado tras la escritura de 4 3 2 1 –tres años y medio de confinamiento voluntario volcados en casi mil páginas–, decidió retomar lecturas pendientes, entre ellas George Elliot o Virginia Wolf y también Stephen Crane. Tras la lectura del relato El monstruo quedó tan fascinado que se devoró sin pausa los diez volúmenes de sus obras completas hasta que se decidió a escribir sobre él; en previsión, un libro de unas 200 páginas; en realidad, otra vez, un millar. Entre otras razones, para hacer justicia a Crane, “no por poco reconocido, sino por insuficientemente leído y comprendido”.

¿A qué obedece su admiración por Stephen Crane?

El hecho de que ambos naciéramos en Newark, que ambos fuéramos entregados jugadores de béisbol en nuestra juventud y que ambos hubiéramos escrito poesía, ficción y no ficción no tuvo nada que ver en mi decisión. Admiro tanto a Crane porque él es capaz de hacer cosas en relación con la escritura que yo nunca he podido hacer. Mi escritura de ficción se basa en la narrativa. Yo cuento historias. En mis libros no hay muchos diálogos ni descripciones. Cuento relatos a la antigua usanza. Una de mis fuentes de inspiración son los cuentos de hadas, las novelas, la tradición, el folclore… Pero Crane era un fenomenólogo extraordinario. Veía cosas que a muchos se nos escapan y las capturaba. Tenía una percepción extraordinaria y la capacidad de transformar esas percepciones en un lenguaje potente, hermoso y coherente que nos llega y nos llena. Un lenguaje lleno de metáforas que nos sorprenden hasta tal punto que es difícil digerirlo todo.

Dice que fue un autor avanzado a su tiempo. ¿Ha llegado a alguna conclusión sobre el origen de su innovador talento?

Aquí yace el gran misterio. Crane no poseía grandes conocimientos sobre literatura, pero esto no impidió que se rebelara contra la literatura de su tiempo porque resultaba inadecuada, acartonada y falsa. Creo que, por encima de todo, poseía un instinto tremendo, acompañado de una vista y un oído de lo más agudos, al tiempo que hambre por la verdad, por captar en palabras la verdad de la experiencia.

¿Por qué, más allá de La roja insignia del valor, otras de sus obras no han tenido el suficiente reconocimiento?

Escribió tanto en un periodo de tiempo tan corto y trabajó formas tan variadas que el mundo no podía seguirle el ritmo. Muy pocas personas, si es que hubo alguna, tuvieron la menor idea acerca de la amplitud de sus miras mientras vivió y, tras su fallecimiento, su figura perduró gracias exclusivamente a esa novela, su gran éxito literario. Por razones que siguen asombrándome, el grueso de su trabajo permanece en las sombras. De no haber sido así, jamás se me habría ocurrido escribir este libro.

Mantiene en el libro que parte del carácter inquieto y aventurero de Crane es atribuible al hecho de que era consciente de que moriría joven. ¿Hasta qué punto esta convicción moldeó su vida y obra?

Una parte de él siempre cerró los ojos frente a este hecho. A un nivel profundo, sin embargo, creo que esta conciencia de su mortalidad temprana fue lo que le empujó, inconscientemente, a escribir únicamente sobre la esencia de las cosas. Pero incluso bajo estas circunstancias el sentido del humor nunca le abandonó. Ni siquiera en su lecho de muerte.

Este libro recorre también una época de cambios vertiginosos en Estados Unidos. Cuando habla usted de la historia de su país lo hace de forma muy crítica. ¿Cómo ve la situación actual?

Desde hace mucho tiempo hay gente dispuesta a mitificar todo lo que tiene que ver con Estados Unidos y olvidar lo que no les interesa y no fue tan bueno. Pero hay quienes, y me incluyo, intentan exponer los crímenes cometidos a lo largo de los siglos con el objetivo de lograr un lugar y una sociedad mejor. No se puede construir una sociedad productiva, sana y creativa sin revisar tu verdad. E individualmente, como persona, no se puede crecer sin enfrentarte a tus propios fracasos, a tu vida real. Hay quien es capaz de revisar las cosas de un modo objetivo y quien no. Y hay países que lo plantean y otros que no. La verdad es que no sé muy bien qué pensar sobre Estados Unidos, pues hay días que pienso que estamos adquiriendo algo de sabiduría y otros en los que creo que como país somos muy torpes. La verdad es que no tengo una respuesta definitiva al respecto.

¿Una receta para atraer a las nuevas generaciones a la lectura?

Es realmente muy complicado dar recetas mágicas ni normas generales. Creo que es importante acercar a los niños a la idea de que la literatura es algo maravilloso. Una actividad efervescente para la imaginación del ser humano. Y que leer es a menudo mejor que la vida misma. Los libros son el mejor lugar donde vivir y donde estar. Cuando se establece la conexión entre la persona y los libros suele perdurar a lo largo de toda la vida. Naturalmente hay que empezar por historias maravillosas y, poco a poco, ir caminando hacia otros libros más difíciles, tristes, oscuros… Pero es necesario crear un diálogo entre el lector y el autor del texto. Porque cada libro lo conforman dos personas: el lector y el autor, que establecen un diálogo silencioso pero real.

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