La oleada de venezolanos que ha llegado a España en los últimos años ha incluido un personaje muy singular: Antonio Azzato, un artista multidisciplinar cuya admiración por el pintor español Diego Velázquez va más allá de la pasión hasta convertirse en verdadera obsesión.
Su relación con el mundo del arte le viene de pequeño. Criado en una familia que procesaba acero y construía muebles, pronto se dio cuenta de que la mezcla de ambas actividades podía dar lugar a algo bello, a algo que pudiera impactar los ojos de un espectador, que le llegara al alma. La fotografía puso el resto para convertirle en un ingeniero industrial al que la creación artística tocaba más el corazón que construir maquinaria.
“Llevo toda mi vida dedicado a la fotografía, a hacer intervenciones en muebles e interesándome por el pintor barroco”, dice Azzato. Pero, ¿cómo surge esa pasión por el pintor español? “Desde que un día vi a una persona llorando mientras miraba Las Meninas en el Museo de El Prado”, recuerda.
Esta primavera ha llenado Madrid con más de 80 reproducciones casi en tamaño real de mujeres sacadas de un cuadro que en principio llevaba el título Retrato de la señora emperatriz con sus damas y una enana hasta que acabó llamándose Las Meninas.
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Gentleman
“La obra es un sistema de ecuaciones matemáticas con una incógnita por despejar: ¿qué pintó Velázquez allí? ¿Qué hay detrás del lienzo? En aquel tiempo ser pintor era como ser carpintero o herrero, pero él reivindicó su profesión y le metió el concepto de familia. Introdujo en el cuadro todo lo que había en la casa del señor y dio protagonismo a las sirvientas”. Además, dice de Velázquez que fue el verdadero creador del selfie sin necesidad de tecnología. Fue el Steve Jobs de su época”, sentencia el venezolano.
El amor de Azzato por Velázquez es directamente proporcional a la pasión que siente por el arte urbano: “Los principales museos de las ciudades deberían ser las calles. Cuando vas a una ciudad, te quedas con sus fuentes, con sus calles, con su skyline. El arte está para tocarlo y para vivirlo”, dice, recordando como ejemplos la palabra Love de Robert Indiana que ha recorrido medio mundo, las esculturas de Botero repartidas por Madrid o las obras del colectivo Boa Mistura.
Sus esculturas de meninas han sido paseadas por diferentes ciudades españolas, primero, y después por algunas europeas. Varias serán subastadas este verano con objetivos benéficos. “300 años después, han llegado para no irse”, dice este venezolano, que argumenta que el arte es el gran lenguaje universal. “Hablar de nacionalidad en el arte es como diferenciar a un hombre de una mujer”.