Bernard Arnault

En el imperio del lujo: Bernard Arnault, el hombre más rico del mundo

Bernard Arnault ha superado a los empresarios tecnológicos como el hombre más rico del mundo. Discreto, exigente y austero, el presidente de la todopoderosa LVMH ha transformado un sector que parece crecer sin freno.

“Para triunfar en la vida hay que soñar. No es necesario ser un soñador, pero hay que soñar porque eso te permite conseguir lo imposible”, dijo Bernard Arnault. No sabemos si convertirse en el hombre más rico del mundo era su objetivo en la vida, pero lo es. La fortuna personal del emperador del lujo alcanzó este año los 191.000 millones de euros. Una cifra astronómica que proviene de las marcas más prestigiosas y rentables de la moda y la gastronomía. Christian Dior, Louis Vuitton, TAG Heuer, Fendi, Moët & Chandon, Guerlain, Celine, Loewe, Dom Pérignon. Así, hasta 70 enseñas de primera línea que consiguieron elevar a LVMH, la empresa matriz, a la cifra récord –en los parqués europeos– de 500.000 millones de dólares de capitalización en 2023.

Arnault maneja un conglomerado sobre el que no se pone nunca el sol, tampoco las crisis. Considerado un genio de las finanzas, ha demostrado ser un visionario que entendió el sector del lujo como una industria en potencia mientras los demás veían solo un reducido nicho de mercado. Que las grandes fortunas crezcan de forma exponencial –el número de millonarios se ha multiplicado por cuatro en los últimos 20 años, según un reciente estudio del banco suizo UBS–, ayuda a que su imperio se haya desarrollado como lo ha hecho. Pero a Arnault el éxito no le ha caído del cielo. Tener un gran olfato empresarial le ha ayudado, pero no tanto como su audacia. Y su esfuerzo.

Soñar, sí, pero sobre todo trabajar. Desde muy joven, Bernard Arnault (Roubiax, Francia, 1949) es excelente en los estudios y se esfuerza más que nadie en sacar las mejores notas. Solo le interesa aprender y tocar el piano. “Para tener éxito debes ser especialmente talentoso o trabajar mucho. Yo no tenía suficientes habilidades, así que tuve que trabajar duro”, diría con modestia Arnault cuando se le preguntó por su época escolar. De su padre y abuelo, promotores inmobiliarios en su localidad natal, aprende la autoexigencia y el valor de la familia. La ambición, la pone el mismo.

Como recogieron Nadège Forestier y Nazarine Ravaï en el libro Bernard Arnault, El Gusto del Poder (1993), su rasgo de personalidad principal sería el perfeccionismo y la autoexigencia. “Soy tremendamente competitivo. Solo me interesa ganar”. Un amigo de la facultad recordaba: “No podías competir con él. Era muy rápido entendiendo la cosas. O lo detestabas o lo encontrabas encantador, la gente tenía envidia de sus habilidades”. Mayo del 68 le encuentra estudiando en la universidad, pero no le preocupa si bajo los adoquines hay una utópica playa, sino las clases que va a perder por culpa de las manifestaciones estudiantiles.

Para seguir ampliando sus conocimientos, una vez acabados los estudios universitarios en la elitista Universidad Politécnica francesa, el joven ingeniero marcha a EE.UU., la capital económica mundial de los locos años 80. Del cambalache de adquisiciones, fusiones, opas y contra opas, Arnault adquiere enseñanzas que después pondrá en práctica a nivel estratégico. Pero hay dos elementos que se convierten en clave para su futuro empresarial y también para el mercado del lujo: una, la percepción de que este sector puede ser algo más que tradición y artesanía para una selecta minoría, que es una gran industria en potencia; otra, que, fuera de Francia, la moda y el savoir faire galos son su mayor activo. Y que en EE.UU. se conoce más al presidente de Christian Dior que al presidente de la República.

Primer plano de Bernard Arnault.
Fotografía:Dmitry Kustyokov
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De regreso a su país Francia, convence a su padre para vender la empresa familiar. Pondrá en riesgo ese patrimonio para hacerse con Boussac, un grupo de empresas de moda que pierde dinero a espuertas y en cuyo centro está Dior. La maison es la joya principal de una corona en ruinas, pero también ella pasa sus peores momentos. Tiene cientos de licencias por todo el mundo que desvirtúan su imagen y una distribución calamitosa con solo dos tiendas, en París y en Niza. Su colección de pret-à-porter no levanta cabeza y la cultura empresarial de la compañía está desfasada. Lejos quedan los años de gloria en los que Monsieur Dior, fallecido en 1957, perfilaba de glamur la silueta femenina.

En 1984 Arnault es un joven de 36 años cuya experiencia profesional en el ámbito textil es nula. Todo el mundo le desanima. Sin embargo, ir a contracorriente le excita. Otros compradores interesados en Boussac-Willot –que tenía 16.000 empleados– subestiman su capacidad, pero él va ministerio por ministerio –el Gobierno francés controla la venta de la empresa, tras declarar la suspensión de pagos tres años antes– y convence también a un buen número de entidades financieras para que apoyen su visión. Contra todo pronóstico, lo consigue. La operación le sirve para establecer una red de alianzas políticas y económicas sobre la que construirá su imperio más adelante.

Las voces críticas con aquella operación recuerdan que se comprometió a mantener 12.200 puestos de trabajo, pero para conseguir la rentabilidad de Boussac y poder sacar adelante las empresas con mayor potencial 9.000 trabajadores pierden su empleo. También vende las empresas menos atractivas, desmembrando el grupo. Si aquella estrategia pudo resultar agresiva, los resultados a día de hoy son inapelables. La industria del lujo francés, cuyo principal vector es LVMH, representa entre un 3% y un 6% del PIB nacional, proporciona un millón de empleos en aquel país y es responsable del 40% de capitalización del CAC-40 bursátil. Con sede fiscal en el país, solo en los últimos cinco años la empresa de la que Arnault posee el 40% se ha revalorizado un 166%.

A la espera del momento justo

Tras Boussac, Arnault pone el objetivo sobre la sociedad que controla Louis Vuitton, la empresa de marroquinería fundada en 1854. “En los negocios, lo más importante es posicionarse a largo plazo y no ser demasiado impaciente. Lo soy por naturaleza, así que tengo que controlarme a mí mismo”. El empresario espera, con paciencia, a que esta se haga con Moët-Hennessy, principales fabricantes mundiales de champán y coñac. Una vez fusionados en 1987, Arnault adquiere un gran paquete de acciones de la empresa y juega a dos bandas, haciendo creer a los dos socios principales –Henry Racamier y Alain Chevalier– que se pondría de su lado para deshacerse del contrincante.

Entonces, sin que nadie lo esperara, ni lo entendiera, Arnault comienza a adquirir acciones mientras estas suben en bolsa, de forma casi suicida. Los precios en 1988 están por las nubes, pero no tanto como a día de hoy. Él sabía que en sus manos la empresa alcanzaría cotas que nadie podía imaginar, excepto el propio Arnault. Estaba invirtiendo a futuro. El día de Reyes de ese mismo año, tras haber gastado 11 billones de francos de la época, se hace con la presidencia del grupo. Henry Racamier, que adquirió LV en 1977, se lanzó con todas sus fuerzas para deshacer la fusión. Incluso llegó a injuriar a Arnault en los medios de comunicación. Fue en ese lance empresarial donde el actual propietario de LVMH se ganó el muy descriptivo sobrenombre de “lobo con piel de cashmere”.

Muchos consideran a Arnault un depredador insaciable y se preguntan cuál será su próximo sueño, su próxima adquisición, el objetivo sobre el que tiene puesto el punto de mira quien es considerado uno de los hombres más inteligentes del mundo de los negocios. ¿Kering? ¿Prada? ¿Pesos pesados como L’Oreal o Hermès, quizás? Parecen inalcanzables, pero nada lo es para quien luce una capacidad innata de conseguir lo que se propone.

Por el momento, su mayor responsabilidad es la de mantener el grupo LVMH al frente del lujo mundial. Y le quedan cinco años por delante para hacerlo. Después, cuando cumpla 80, llegará el momento de la sucesión: el principal peligro que acecha a su empresa. Sus cinco hijos, dos de un primer matrimonio y tres de un segundo, trabajan todos en LVMH. Y todos son candidatos a remplazarle como presidente del grupo. Solo Arnault sabe quién se hará con el trono de un imperio que podría implosionar sin él.

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