José María Lafuente, además de pensar en queso –es dueño de la empresa de productos lácteos cántabra que lleva su nombre–, tiene una de las colecciones más singulares e importantes de nuestro país. Reúne pinturas, esculturas, libros, revistas, catálogos, manifiestos, panfletos, publicaciones efímeras, grabados, cartas, tarjetas, manuscritos y fotografías sobre arte moderno y contemporáneo, con dos objetivos. El primero, el oficial: crear un depósito de ideas para dar a conocer la historia del arte de primera mano; el segundo, el oficioso: satisfacer una necesidad vital. Lafuente habla de cada objeto con el mismo entusiasmo que Dante de Beatriz Portinari, la razón de su poesía y de su vida.
El nacimiento del archivo se remonta a los años 80, cuando Lafuente inició una colección con obras de pintores y escultores españoles como Pepe Espaliú, Cristina Iglesias, Adolfo Schlosser o Juan Muñoz, que luego vendió. En el proceso, Lafuente detectó la ausencia de archivos originales en España con información sobre los desarrollos del arte en el último siglo.
En 2002 adquiere dos fondos que bautiza con el nombre de Archivo Lafuente, que le ha dado grandes alegrías y reconocimientos. El último: el Premio Montblanc de la Cultura, que homenajea el mecenazgo artístico y cultural. Además, ha firmado uno de los acuerdos institucionales más importantes del momento: el Archivo Lafuente se ubicará en el antiguo edificio del Banco de España en Santander y será una sede asociada al Museo Reina Sofía, al que Lafuente cede su colección de forma gratuita por un periodo de diez años.
Transmite pasión al hablar de su archivo.
No soy muy de nombres al hablar de sentimientos: si vives con pasión suena excesivo, y si lo niegas, parece como que no sientes.¿Cómo lo llama entonces?
Ni éxtasis, ni pasión, ni estética. Esto, en realidad, empieza como un hobby.Que colecciona 120.000 documentos.
Un archivo no es como un cuadro que cuelgas en casa y si no te cabe, guardas en un almacén. Debe cuidarse. Hablamos de una invitación de una exposición Dadá, de un programa, una fotografía, un libro, una revista o un cartel.¿Le interesan más estos objetos que la obra de arte en sí?
La obra siempre tiene más importancia, pero a veces el documento es la creación en sí o lo que ha quedado de una exposición de 1930 y ayuda a entender un movimiento artístico.Usted explica la importancia de este tipo de documentos con el símil del iceberg.
Me lo ha copiado bastante gente al final. Me refiero a que la obra de arte es lo que sale a la superficie, pero debajo hay un armazón invisible, el vasto mundo de las ideas.
¿Cómo se inicia en el arte de coleccionar?
En el año 2002 reúno dos legados, el de la escuela de Altamira, que era de Pablo Beltrán de Heredia, y el de Miguel Logroño, que fue el primer director de la Biblioteca del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. En ellos no solo había obra de arte… Allí encontré esas fotografías, libros, manifiestos, programas que me dieron la pista de por dónde debía ir.Aprendió de grandes maestros.
Miguel Logroño me abre los ojos y me enseña a ver lo que es un libro, una edición, una papeleta o una invitación, y yo creo que aprendí bien. Fue una persona de mucha sensibilidad, que murió demasiado pronto.Su padre también tenía muy buenas relaciones con artistas.
He tenido la fortuna de criarme en una casa modesta en la que la cultura tenía mucho significado. Estaba llena de libros, porque mi padre trabajó en la editorial Cenit en los años 30, y pude leer a Hemingway, John Dos Passos o Zweig antes de lo que me correspondía.Hablando de relaciones personales, ¿cómo son las negociaciones con los artistas?
Las adquisiciones del archivo pueden ser de un librero, un galerista o una casa de subastas; un ámbito muy profesional en el que los códigos son prácticamente empresariales.¿Y cómo selecciona los fondos?
La búsqueda es discreta, con tiempo, basada en el conocimiento y en la red de colaboradores con los que trabajamos.¿Sus hallazgos más significativos?
La colección de vanguardias históricas, particularmente la vanguardia rusa, que cuenta con 400 ítems. También el Fondo de Ulises Carrión, con más de 10.000 referencias, capital para entender lo qué está pasando con los libros sobre arte.