Captain Fantastic no es una película de superhéroes a pesar de su título. Pero sí habla de héroes y villanos. De que todos “podemos ser héroes y villanos en algún momento dado”, dice su protagonista, Viggo Mortensen. Él es Captain Fantastic, el capitán de una familia de seis hijos, tres niños y tres niñas, que viven en mitad de la montaña, hablan esperanto para divertirse, y una docena de idiomas porque sí, cazan su propia comida y la despellejan después, todas las mañanas realizan un entrenamiento casi militar y su gran fiesta anual es el nacimiento de Noam Chomsky.
Son pequeños filósofos que han aprendido todo en los libros que sus padres quisieron darles. No viven fuera de los márgenes de la sociedad: viven muy lejos de ellos. Casi, casi como Viggo Mortensen. El actor que pudo ser la mayor estrella de Hollywood, pero decidió alejarse de allí. Por eso, Captain Fantastic (estrenada el 23 de septiembre) premio al mejor director en el Festival de Cannes, una road movie tan divertida como dramática, es quizá su película más cercana. Un personaje con el que prensa y público ya han decidido identificarle. Y él tiene mucho de ese capitán. Desde sus conocimientos literarios y filosóficos a su intensa vida interior que se le escapa a Mortensen por su profunda mirada, pero también por su vehemente discurso en el que es capaz de ir del entretenimiento a la política en una sola respuesta, un loable logro en los escuetos tiempos que se conceden en las entrevistas actuales.
Mortensen también se siente cercano a este personaje, como padre, como ser humano. “Hay aspectos de Ben con los que me identifico, pero muchos otros eran nuevos para mí. Su viaje emocional, su energía como padre, su lenguaje corporal… A nivel intelectual y emocional nunca había interpretado a alguien así. En conjunto, es probablemente uno de los viajes más complejos –sino el que más– y exigentes que he hecho como actor”. Y eso que ha hecho muchos. Desde que en 1985 se transformara en un amish en Único testigo. O incluso antes de que viajara al universo de Woody Allen en La rosa púrpura de El Cairo en escenas que nunca llegamos a ver.
A sus hazañas en Nueva Zelanda como Aragorn, en la trilogía de El señor de los Anillos, de la que sacó una fama no deseada, pero muy bien esquivada; y el dinero que le permitió montar su propia editorial, Perceval Press (como su caballero preferido de la leyenda del Rey Arturo), con la que publica sus propios libros de poesía y fotografía, y relatos de otros autores a los que les costaría publicar de otra forma. Después, otra trilogía de películas muy diferentes, pero que compartían a David Cronenberg como director –Una historia de violencia, Promesas del Este y Un método peligroso–, le dieron sus mayores reconocimientos como actor. Y dejaron claro de una vez –si no lo había hecho antes, cuando cambió la millonaria espada de Aragorn por el espadín más modesto del otro capitán que ha interpretado, Alatriste– que Viggo Mortensen solo trabaja en las películas que quiere y de verdad le interesan, y por las que no le importa interrumpir su vida en Madrid (donde vive con la actriz española Ariadna Gil desde 2009).
No las elige por “su presupuesto, nacionalidad o idioma”, confiesa. “Solo quiero estar en películas que no me importaría ver dentro de 10 años”, en las que pueda aprender algo. Y en Captain Fantastic tuvo mucho que aprender.
Es usted un hombre conectado con la naturaleza, como su personaje en Captain Fantastic. ¿Hay algo de ese padre en usted?
Creo que la gente mezcla y confunde, coge ideas de lo que digo o dicen que digo en las entrevistas, o de mis personajes en las películas. Ya me ha pasado unas cuantas veces: la gente cree que vivo en un árbol en una isla desierta (risas) y en la que siempre está nevando. Me gustan los árboles, me gusta la naturaleza. Pero tuve que aprender ciertas cosas para esta película, como me pasa con todas. Una de las cosas en las que intenté centrarme fue la relación con los niños. Y nunca perdí de vista el hecho de apreciar lo que estábamos haciendo y dónde estábamos.
¿Qué le atrajo del guión?
Era excepcionalmente inteligente. Solo leyéndolo era fácil imaginar que podía ser una película especial. Pero siempre surgen preguntas. La primera y fundamental era dónde encontrábamos a seis niños que fueran inteligentes, apasionados y además se comportaran bien, no fueran unos mimados, que tuvieran padres que les apoyaran… Como Matt [Ross, el director] dijo, cuando eliges un reparto de niños, no solo estás eligiendo a los niños, sino también a sus padres, y por ahí todo puede acabar muy mal. Teníamos poco tiempo para rodar la película, los niños pequeños solo pueden trabajar un número determinado de horas al día, y los padres debían asegurarse de que sus hijos dormían las horas necesarias y de que se aprendían sus frases. Y hay que evitar que se distraigan. Trabajar con niños a veces es genial, otras veces no.
La película habla precisamente de la relación padre-hijo y, en concreto, del miedo al fracaso como padre.
Sí, por eso me encantó el guión, porque sostiene que hay que arriesgarse, arriesgarse y escuchar, comunicarse, jugártela, y averiguar si lo que estás haciendo está mal, descubrir que puedes hacer las cosas mejor. Suena sencillo, pero es aterrador. Creo que de eso va la película, de arriesgarse y saber que cometerás errores. Puedes ir a lo seguro y no involucrarte con tus hijos, o ir a lo más seguro aún y decirles “si digo no, es no”, sin explicaciones. Pero lo verdaderamente difícil es decir “digo no por esto, déjame explicarte”. Eso es lo que lleva más trabajo como padre, y como director también. Hay directores que te dicen “ponte ahí, di esto”, y pueden hacer buenas películas, pero no es tan divertido. Prefiero siempre trabajar con gente que no para de hablar. En el caso de Captain Fantastic, el equipo era un reflejo de lo que pasaba también delante de la cámara. Éramos una familia de verdad, y eso me encanta. La película habla también de crear una religión propia, una forma particular de ver la vida, la muerte y el amor. Creo que todo el mundo, consciente e inconscientemente, hace eso de alguna forma. Cada familia es diferente de las demás, ha sido y será única. Eso es la vida, no es algo individual, y por eso creo que solo aquellos que se mueven por miedo necesitan tener cierta seguridad en sus vidas y ser capaces de decir, por ejemplo, que viven en una democracia como oposición a “otra cosa”.
¿Pero qué es esa otra cosa?
No es algo real. Es un proceso, es una esperanza, algo en curso. La democracia, como cualquier familia, sea más o menos feliz, es un conjunto de esfuerzos. La democracia solo funcionará si trabajamos en ella cada día, y lo mismo pasa con la familia. Es algo que se ve reflejado en la película, los enormes esfuerzos que hay que hacer para comunicarse… En Europa o EE UU la gente se está polarizando, se agrupan con los suyos, quieren que salga elegido su hombre para así no tener que oír a los otros, o quizá no debamos ni dejar entrar en nuestro país a los otros, o no dejarles votar… Son todas consecuencias de no comunicarse, porque creo que cuando la gente habla, la gente escucha; las cosas quedan fuera de control porque la gente no escucha ni habla, y eso es una constante. Y los políticos lo explotan porque les viene bien.
La sociedad es cada vez más individualista, y la cumbre de ese individualismo es Estados Unidos.
Efectivamente, y eso se ve en la película. En el ethos de los estadounidenses hay una mentalidad individualista, y en la película se refleja el extremo con este grupo que se va a vivir en la naturaleza, y reinventa todo, hasta nombres para sus hijos que nadie más tiene. Puede verse como algo extremo y loco y, por otro lado, como algo casi saludable. ¿Por qué no? Es genial. Cuando vemos este tipo de cosas desde Europa u otros lugares del mundo nos reímos de los americanos, pero creo que también hay algo que admiramos de todos esos comportamientos. Por eso vamos a EE. UU., por eso vamos al Gran Cañón, por eso vemos westerns, o los veíamos. Creo que ese extremo individualista de acabar solo en la naturaleza es algo humano, lo hemos visto cuando los europeos se marchaban a EE. UU. para crear su propia religión, o para no tener ninguna, es algo muy presente en la literatura y el cine americanos.
Hay actores que parecen hacer películas en cadena, pero usted pone mucha pasión en cada uno de sus proyectos. ¿Qué significa para usted esta profesión a día de hoy?
Tengo una editorial que me ocupa tiempo, una familia que lleva tiempo. Tengo padres, bueno, un padre enfermo que me pide tiempo (se mudó con él al norte del estado de Nueva York para cuidarle). Hay muchas cosas en mi vida, y me gusta Matt (el director) y sé que lo que hace lleva tiempo. Si quieres hacer un trabajo correctamente, si quieres hacer una película especial, quizá no salga tan bien como esperabas, o a la gente no le guste, pero al menos tienes la oportunidad de hacer una película, tienes que prepararte bien, prestar atención a todo, poner algo de energía y de tiempo en ella. Hay un dicho en Nueva Zelanda que me gustaba; es muy simple: “Un trabajo cada vez, y cada trabajo, un éxito”. No hago muchas cosas a la vez, me gusta hacer una después de otra, me gusta intentar dar lo mejor de mí en cada cosa que hago, pero a veces se te agota el tiempo y la energía, ese es el problema.