No hace falta echar la mirada mucho más atrás de tres décadas para revisar los inicios de la D.O. Ribera del Duero. En 1982, la comarca que es hoy el principal motor del vino castellano –y uno de los más relevantes de la España vinícola– comenzaba a escribir su historia gracias al empuje de “cuatro paisanillos”, según recuerda Pilar Pérez de Albéniz. Esta viuda dulce y aguerrida, que en 1976 acompañó a su marido, Pablo Peñalba López, en la aventura de adquirir la propiedad vecina de Aranda de Duero donde hoy se levanta Finca Torremilanos, dirige hoy con buen tino el quehacer de una de las bodegas pioneras de esta denominación de origen, que dispone de 200 hectáreas de viñedo y uno de los primeros hoteles que se abrieron en la región para potenciar un negocio del que hace 15 años apenas se hablaba: el enoturismo.
Su familia la secunda. De hecho, el alma de los vinos de Torremilanos es asunto de Ricardo Peñalba, hijo de doña Pilar y uno de los enfants terribles entre la nueva generación de enólogos ribereños, que han apostado por los métodos biodinámicos para “subrayar la tipicidad de la zona y las variedades”, asegura el mentor de unos blancos, tintos, rosados e incluso espumosos plenos de riesgo y carácter.
Desde la añada 2015, cuentan con la certificación ‘Demeter’, la de mayor reconocimiento internacional en el ámbito de la agricultura que sigue los preceptos naturalistas que promovió el suizo Rudolf Steiner en los años 20 del siglo pasado, que observa las fases lunares y se vale de infusiones y decocciones naturales para potenciar la relación entre el hombre, la tierra y el cielo.
Lejos de acomodarse al estilo de los vinos rotundos y raciales que han dado fama a la Ribera del Duero, el inquieto Peñalba está yendo aún más lejos en la vocación ecologista en sus vinos más nuevos. Valga bien como ejemplo Ojo Gallo, fresco y salvaje, que reivindica el clarete, una tipología histórica en esta zona, pero que fue eclipsada por el éxito de los tintos del Duero.
O también el nuevo blanco que planea presentar Finca Torremilanos próximamente, añejado durante 34 meses en barricas y que –como el clarete que mencionábamos– prescinde del añadido de anhídrido sulfuroso (el conservante más extendido en la producción vinícola), para alinearse con la vanguardia más radical de los llamados ‘vinos naturales’. “Llevo siete años ensayando este blanco, con albillo y viura, e incluso antes también con sauvignon blanc, y creo que hemos llegado a un sitio clave, allí donde termina el vino y comienza el rock and roll”.