La ciudad donde nacieran los compositores Giuseppe Verdi y Niccolò Paganini, el director de orquesta Arturo Toscanini, el pintor Correggio y el director de cine Bernardo Bertolucci –aquí rodó ‘Novecento’ (1900)– está unida desde hace siglos al arte, la cultura y la sensibilidad. También a la gastronomía, por obra y gracia del queso parmesano o del prosciutto de Parma.
Podría resultar demasiada carga para cualquier otra ciudad. No para Parma, que luce la tradición en sus calles, palacetes y jardines con el mismo orgullo con que exhibe la arquitectura contemporánea de sus nuevos símbolos o una filosofía de vida pausada de la que la bici y las amplias zonas peatonales del centro son su carta de presentación. El característico color amarillo de sus casas nobles y el escudo real (blasón ducal), que es su logo, son su santo y seña. Pero también su arquitectura románica y medieval, sus cuidados jardines, los bosques que la rodean e, incluso, su reciente Labirinto della Masone (2015), el único laberinto de bambú en el mundo.
De los tiempos de Maria Luigia D’Asburgo-Lorena (1791-1847), soberana que cultivó la cultura y las artes y que llevó al ducado Parma a su época de mayor esplendor, data el famoso teatro de la ópera (Teatro Regio), la construcción del Conservatorio y la restauración de la Universidad. Pero cuando la majestuosidad de estos edificios se instaló en la ciudad, sus calles ya acogían una notoria arquitectura medieval que tiene en la catedral (o duomo) de Santa María Assunto su principal y espectacular muestra.
De estilo románico, en su interior se encuentra el famoso fresco de Correggio La Asunción de la Virgen, que ocupa toda la bóveda y la cúpula y que es considerado una obra maestra renacentista. En la misma plaza de la catedral –que por sí sola justifica una visita a esta ciudad de la región de Emilia-Romaña– se sitúa el baptisterio del arquitecto y escultor Benedetto Antelami, construido entre los siglos XII y XIII con un exterior de mármol rosa de la ciudad de Verona.
Otra de las joyas arquitectónicas de Parma es el teatro Farnese (1618), realizado íntegramente en madera y dotado de los primeros palcos giratorios. Destrozado por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, ha sido reconstruido fiel a sus orígenes.
El apellido Magnani forma parte destacada de la historia moderna de Parma. Girolamo Magnani fue un pintor, director y diseñador escenográfo del Teatro Regio (sus escenografías eran las predilectas de Giuseppe Verdi) de mediados del siglo XIX, que jugó un papel relevante en el nuevo impulso que experimentó la cultura parmesana. A su hijo, el barón Carlo Magnani, se debe otra de las señas de identidad de la ciudad. Culto y erudito, encargó la creación de la primera colonia italiana, una fragancia insólita, moderna y fresca que dio origen a la colonia Acqua di Parma, que desde entonces pasea el nombre de la ciudad por todo el mundo.
Sin perder de vista su legado histórico, Parma ha sabido adaptarse a los tiempos modernos creando de forma paralela nuevas incorporaciones artísticas que he querido transmitir con mis fotos: presente y pasado se dan la mano”. Al fin y al cabo, como dice en la introducción del libro Gabriella Scarpa, presidenta de la firma de fragancias, “la historia de Acqua di Parma es Parma”. En ese texto, Scarpa desliza una serie de reflexiones que sirven para condensar la esencia de la ciudad: “Parma representa –dice– la síntesis de los valores que han hecho que Italia y el estilo italiano, su extraordinaria habilidad con las manos, su creatividad y el talento de sus artistas sean admirados en todo el mundo”.