Marbella Club: la historia del paraíso que enamoró a la 'jet set' del mundo

Marbella Club: la historia del paraíso que enamoró a la 'jet set' del mundo
Marbella Club: la historia del paraíso que enamoró a la 'jet set' del mundo

Dos hombres y la recepción de un hotel fueron los responsables de convertir Marbella en una de las capitales del turismo de lujo junto con Saint Tropez o Mónaco. Estos dos hombres fueron el príncipe Alfonso de Hohenlohe (Madrid, 1924-2003) y el conde Rudolf von Shönburg (Wechselburg, Alemania, 1932) y la recepción, la del hotel Vier Jahreszeiten de Hamburgo, donde el príncipe y su mujer, la princesa Ira de Fürstenberg, se alojaron en 1956. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial la aristocracia europea había perdido no sólo sus títulos, sino también sus bienes.

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Durante esta batalla la familia von Shönburg vio cómo fallecía su patriarca y era despojada de sus pertenencias, por lo que su madre y sus siete hermanos tuvieron que refugiarse en el sureste de Alemania, “Wechselburg fue cedida a Rusia, que no era amiga de los aristócratas, y tuvimos que marchar a la zona ocupada por los franceses, donde vivían dos hermanas de mi padre, una de las cuales casada con el príncipe Max zu Fürstenberg, quien nos acogió y se convirtió en nuestro tutor. Mi vida ha sido la misma que si no hubiera tenido que exiliarme: una vida de castillo sin ser aristócrata”, recuerda el conde.
Parecida suerte corrió la familia Hohenlohe, que desde finales de la década de los 40 no gozaba de una buena situación económica, pues había perdido sus posesiones en Checoslovaquia durante la Primera Guerra Mundial, así como las de México en la Revolución, y muchos de sus bienes españoles sufrieron daños en la guerra civil. Fue la época en la que la aristocracia tuvo que comenzar a trabajar: el conde, en la hostelería, su auténtica vocación: “Mi tío me costeó los estudios en la mejor escuela de hostelería del mundo, la de Lausanne, en Suiza, para que fuera director de hotel”.
Una vez finalizados sus estudios trabajó como camarero en el Palace Hotel de St. Moritz, donde años antes había sido uno de sus mejores huéspedes. Más tarde ejerció como pinche de cocina en el Baunivage, de Lausanne y, finalmente, obtuvo el puesto de recepcionista en el Vier Jahreszeiten de Hamburgo, donde se encontró con su primo, Alfonso de Hohenlohe.

EL PRIMER CLUB SOCIAL

El príncipe fue el auténtico motor del turismo en la Costa del Sol: “Su madre, la princesa Pilar Iturbe, esposa del príncipe Maximiliano de Suecia, era española y tenía un terreno en Marbella. Cuando Alfonso lo visitó, en 1947, descubrió un paraíso, un lugar donde deseaba vivir, porque él era un jardinero nato y aquí podía desarrollar esa pasión. A partir de un olivar, toda la flora que existe en el Marbella Club la plantó él”, recueda el conde.
Pronto, el príncipe adquirió una finca anexa, infectada por filoxtera, por 150.000 pesetas, La Margarita, y allí construyó una casa y plantó un vergel. Faltaba poco para que naciera el Marbella Club. Los amigos del príncipe comenzaron a visitarle atraídos por una ciudad con un microclima en el que siempre era primavera, y compraron terrenos próximos para construirse sus casas, ya que el terreno era muy barato.

“Pasado un año, añoraban un lugar donde reunirse, tomar una copa o hacer una fiesta, además de un lugar donde comer si sus cocineras se ponían enfermas, o donde alojar a sus amigos”, comenta el conde Rudi, como cariñosamente se le conoce en Marbella, “por lo que le dijeron a Alfonso: En vuestra finca, en ese viejo cortijo que se está cayendo, ¿porqué no haces nuestro club? Así nació el Marbella Club, el primer club social de la ciudad, formado por un restaurante y 17 habitaciones. Nunca hubo un plan previo para crear Marbella, sino amigos que llamaron a otros amigos para tener compañía”.
A mediados de la década de los 50, Alfonso de Hohenlohe se había convertido en un auténtico relaciones públicas de su hotel: viajaba por todo el mundo atrayendo a todas sus amistades para que visitaran el sur de España, época en la que el conde Rudolf llegó a Marbella. “El hotel estaba casi tan primitivo como en sus primeros tiempos. Apenas 20 habitaciones alrededor de un patio frontal, y dos bungalows. No había nada: sólo un jardín grande que bajaba hasta el mar, donde Alfonso había plantado palmeras, césped traído de México, plantas tropicales… Pronto aquello pareció un pabellón de caza en Kenia».

El acuerdo que establecieron el príncipe Alfonso y el conde Rudi, fue de tan sólo dos años, para que formara equipo con el director del club, Fernando Foulatier, fiel administrador de los bienes del príncipe. En 1959, Alfonso de Hohenlohe decidió fundar otro club de similares características en México, y puso a Rudolf como director, pero la mala salud de Fernando hizo que regresase y ocupase su cargo desde 1961 hasta el año 1983.
La década de los 80 fue una progresión de la época anterior, con Kashoggi como protagonista, trayendo en su helicóptero a estrellas como Farrah Fawcett, Brooke Shields o Elisabeth Taylor. Otros llegaban atraídos por el lugar, por el trato familiar del hotel: Stevie Wonder, Tony Curtis o Barbra Straisand. “Entonces ya sentimos la alarma, los constructores vieron el beneficio y edificaban sin corazón”, afirma el conde, quien dejó la dirección del club en 1983, cuando fue adquirido por la familia árabe Al Midani: “Ellos deseaban conceptos de la época que no encajaban con mi filosofía, como baños de sol en top-less o acuerdos turísticos que hacían perder el encanto de las instalaciones, así que decidí aceptar el puesto de director del Marbella Hill Club, del príncipe Ferdinand Von Bismarck, y el príncipe Alfonso comenzó a interesarse por la viticultura”.

Con la última década del milenio, aquella alarma se convirtió en una realidad: “Fracasamos en la imparable expansión y la ciudad sufrió sus consecuencias. Marbella ya no era la misma”. El hotel padeció este cambio: los clientes de siempre lo habían abandonado o bien habían comprado sus propias casas. En 1994 David Shamoon, quien conocía Marbella de otras décadas, adquirió el Marbella Club y su hermano, el hotel Puente Romano, con la intención de recuperar su esencia sin renunciar a los nuevos tiempos. El empresario invirtió así 40 millones de dólares en su actualización y convenció a su antiguo director para que regresase: “Pero sólo lo hice como asesor, no como director. Igual que le ocurrió al príncipe Alfonso de Hohenlohe, no pudimos evitar volver al lugar donde teníamos puesto el corazón”.

Por Redacción Gentleman

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