Villa San Michele, espíritu de Florencia
Con las primeras horas de la mañana, las colinas de Fiesole están veladas con una neblina lechosa que le dan a la estampa un aire de lienzo. Con la luz filtrada, da la sensación de habitar uno de los cuadros en donde Leonardo ensayaba su técnica del sfumatto. Entre arboledas exuberantes, en las que sobresalen […]
Con las primeras horas de la mañana, las colinas de Fiesole están veladas con una neblina lechosa que le dan a la estampa un aire de lienzo. Con la luz filtrada, da la sensación de habitar uno de los cuadros en donde Leonardo ensayaba su técnica del sfumatto. Entre arboledas exuberantes, en las que sobresalen soberbios pinos, olorosas viñas, majestuosos cipreses, subimos hacia el alto en donde se asienta el hotel Villa San Michele. El corazón y el ojo ascienden por estas curvas sin perder de vista la eterna referencia de la ciudad de Florencia, la cúpula de Santa María de I fiore, majestuosa y única, que centellea en el valle. La ascensión al hotel es simbólica, a través de las pequeñas carreteras que surcan las colinas, en donde uno creerá cruzarse a Vittorio Gassman manejando un descapotable. El silencio en estos pagos es total y, cuando se emprende el último tramo, la icónica fachada arqueada del siglo XV, con su frontón triangular, su blasón y sus jardines toscanos, se aparece ante el visitante como un antojo del Cinquecento que vigila la paz florentina desde su atalaya de privilegio.
El edificio, que fue en origen un antiguo monasterio franciscano, donado a la orden en el siglo XV por la familia Davanzati, destaca por su imponente fachada, atribuida a uno de los padres del Renacimiento: Miguel Ángel. Tras convertirse en villa privada en el siglo XX y sufrir serios daños en la Segunda Guerra Mundial, tras una serie de equilibradas reformas ha dado paso a uno de los hoteles más excelentes de la Toscana, donde la dolce vita italiana, en su sacrosanta tríada de alta gastronomía, arte e historia, envuelve al visitante de paz, armonía y sofisticación. Mientras se descargan los equipajes, un rápido vistazo confirma las magníficas vistas del hotel, que domina Florencia, el Duomo y su caserío.
El edificio, un antiguo monasterio del siglo xv, cuya fachada se atribuye a miguel ángel, se sitúa sobre una colina con inmejorables vitas sobre la ciudad de florencia
El edifico reclama en cada rincón su gloria pasada y presume de sus 45 habitaciones. Algunas están localizadas en el viejo monasterio, y otras recogidas entre los maravillosos jardines, gozando de las privilegiadas vistas de este hotel-mirador. Posteriores ampliaciones han ido añadiendo habitaciones al jardín italiano, con terrazas y espacios privados, a modo de jardines colgantes. Algunas edificaciones secundarias del monasterio han sido agregadas desde la más alta exclusividad, como la antigua Limonaia, un pequeño edificio destinado al almacenamiento de limones, que ha sido transformada en dos grandes suites. En todas las habitaciones están presentes servicios exclusivos, como la línea de cosméticos de Bulgari, Penhaligons o Molton Brown, el doble servicio diario de limpieza, el servicio de habitaciones 24 horas, las flores frescas o un exclusivo minibar.Una celebración gastronómica
El jardín principal, con su soberbia glicina centenaria, es el eje donde suceden diversas actividades, como clases de yoga al rayar el día, suculentos aperitivos al sol del mediodía, o los privilegiados cócteles del atardecer, mientras Florencia late en el valle. La galería porticada del antiguo monasterio contiene el restaurante La Loggia, donde se degusta cocina típica florentina desde unas privilegiadas vistas. Arriba, junto a la deliciosa piscina, dispuesta en terraza sobre el monasterio, un segundo restaurante ofrece comida a la carta y un horno para pizzas y focaccias. El espectacular bosque que rodea el hotel es ideal para un paseo matutino por la colina vecina de Monte Ceceri, donde Leonardo probaba sus artefactos voladores. Además de la piscina o el gimnasio, también puede uno sumergirse en la cocina italiana gracias a las clases del chef Attilio Di Fabrizio, o entregarse a una cata de aceite de oliva en la bodega. También se puede bajar hasta la ciudad gracias al servicio de shuttle y disfrutar de un recorrido turístico en Ape Calessino, con paradas obligadas, como el restaurante Gilli Café, la escuela de Frescos o la fábrica de sedas L’antico Setificio Fiorentino.