De la moda al 'high tech': el azul índigo vive un momento de esplendor

De la moda al 'high tech': el azul índigo vive un momento de esplendor

Tiene un aspecto más bien modesto el país de la cucaña: una larga arteria central a la que se asoman palacios renacentistas, una plaza dominada por la catedral de estilo gótico tardío, algunas tiendas de artesanía, un par de colmados… Nada más ni nada menos que lo que esperamos encontrar en un pueblo de 4.500 […]

Tiene un aspecto más bien modesto el país de la cucaña: una larga arteria central a la que se asoman palacios renacentistas, una plaza dominada por la catedral de estilo gótico tardío, algunas tiendas de artesanía, un par de colmados... Nada más ni nada menos que lo que esperamos encontrar en un pueblo de 4.500 habitantes del suroeste francés. No obstante, Lectoure es el país de la cucaña y, hurgando en su glorioso pasado, descubrimos que el Hospital, una casa solariega maciza del siglo XIII, fue la residencia de los condes de Armagnac, antes de ser expugnada en 1473 por Luis XI. Descubrimos también que los palacios renacentistas se construyeron gracias a la riqueza acumulada por los comerciantes locales que vendían en toda Europa el recurso número uno de la región de Gers, de la cual Lectoure es la capital: el azul pastel. Se trata de un pigmento natural extraído de una planta de la familia de las crucíferas, la 'Isatis tinctoria' (su nombre popular es glasto), que produce unas flores amarillas parecidas a las de la colza. Lo utilizaban ya los antiguos egipcios para teñir las vendas con las que embalsamaban a las momias, después, en la Edad Media, llegó a Europa y tuvo un gran uso por sus virtudes cicatrizantes. Pero fue en Occitania, a principios del siglo XIII, donde se perfeccionó una técnica de extracción del pigmento que lo hacía más fácilmente transportable y que enriqueció a los comerciantes de Lectoure, Albi y Tolosa. Las hojas de pastel se recogían en septiembre y se llevaban a los molinos donde eran prensadas hasta conseguir una pasta vegetal, que se dejaba fermentar al aire libre durante cuatro meses (se dice que los molineros, para acelerar el proceso de fermentación, solían orinar en las cubas de pastel...). Así pues, la pasta se apelotonaba a mano hasta adoptar la forma de un pomelo. Las bolas obtenidas conservaban las propiedades colorantes durante varias semanas y podían ser enviadas incluso al extranjero. La edad de oro del azul pastel duró todo el Renacimiento y en aquella época no había ninguna familia real en Europa que no tuviese ropajes de este color. El declive empezó inexorablemente a finales del siglo XVI, cuando llegó de las Indias el competidor más temido de la Isatis tinctoria, el índigo. Dos siglos después, Napoleón Bonaparte intentó recuperar el porvenir del país de la cucaña creando en Albi l’École du Pastel e imponiendo el azul pastel en todas las enseñas de los soldados imperiales. Pero, hacia finales del siglo xix, se suspendió definitivamente la producción y fue sustituido por los colorantes sintéticos. En el Renacimiento, el azul se utilizaba para teñir las vestimentas reales. Napoleón lo adoptó para las enseñas de los soldados imperiales Deberá esperarse hasta el año 1994 para asistir al renacimiento del azul pastel, cuando el belga Henri Lambert, con su esposa americana Denise, decide estudiar a fondo las propiedades de la 'Isatis tinctoria', que en 1980 se reintrodujo en la región de Gers para cultivos experimentales. El laboratorio de los Lambert se encuentra a la entrada de Lectoure, en una antigua curtiduría del siglo XIX de piedra clara sobre la cual resaltan las contraventanas de color azul pastel. Bonita tarjeta de visita. Pero dentro, ni rastro de cucañas ni de ruedas de molino que giran, sino cubas de acero y modernos aparatos capaces de trabajar una tonelada de hojas de glasto al día. Denise sale a recibirme y duda en estrecharme la mano, ya que la suya es completamente azul. Inevitable broma sobre los Pitufos antes de pasar a hablar de cosas serias: “A diferencia de lo que sucedía con las cucañas”, explica la Sra. Lambert, “nosotros conseguimos extraer el pigmento puro”. ¿Y entonces? “Garantizamos un color constante, ideal para todo tipo de uso. Venga, le mostraré el showroom”. En esta sala hay de todo y todo de color azul: frasquitos de tintas, lápices, acuarelas, botes de pintura, pañuelos, corbatas, pantalones tejanos, suéteres de lana 'mohair', ositos de peluche, incluso jabones con aceite esencial de 'Isatis tinctoria'. Enrico Dal Buono Vistos los resultados, quiero descubrir el cómo. Entramos en el laboratorio; un calor húmedo y un olor penetrante, pero al cabo de un rato uno se acostumbra. Echo una ojeada a las cubas donde se maceran las hojas de pastel y veo un líquido... ¡verdoso! La pregunta se me queda atragantada, pues Denise replica inmediatamente: “La materia colorante azul no existe como tal en las hojas de la 'Isatis tinctoria'. La planta produce un elemento, el indoxilo, que cuando entra en contacto con el oxígeno da origen al pigmento. Primero amarillo-verde, después un verde más oscuro, hasta llegar al azul. Cuando finaliza el proceso de oxidación, al final del día se traslada el líquido a los depósitos de precipitación y a la mañana siguiente se puede recuperar el pigmento del fondo de estos depósitos para ser filtrado”. La breve lección de química ha terminado, he aprendido también que de una tonelada de hojas se obtienen dos kilos de pigmento. Entra Henri Lambert, visiblemente satisfecho: acaba de regresar de París donde ha firmado un contrato para distribuir la línea de trajes y tejidos de la marca Pur Pastel. Le pregunto si llegarán al resto de Europa. “Nuestro laboratorio es pequeño”, esgrime. “Pero, quién sabe...”. El arte del azul La sangre azul, la de los reyes y las reinas, los príncipes y las princesas. La etapa azul de Picasso. El azul ultramar. 1001 globos azules que sobrevuelan la ciudad de París. El pájaro de Twitter. La casa de Frida Kahlo. El azul es el color del agua, del planeta en el que vivimos, de la vida, el crecimiento y el futuro. Yves Klein, “el último artista francés de gran impacto internacional” según el crítico de arte Peter Schjedahl, se rindió a un pigmento que cubría la tela de un azul profundo. Le llamó ‘azul Klein’ y hoy pertenece a la gran familia de los Pantones. 55 años después de su muerte, su obra se pasea por medio mundo, de la mano de su viuda y gestora de su legado, Rotraut Klein-Moquay, y su actual marido y director de la fundación del artista, Daniel Moquay. Una relación poliamorosa en la que reinan la armonía, el arte y la paz.
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