El restaurador
Paul Russell es un personaje conocido por su experiencia y profesionalidad, pero sobre todo es un hombre meticuloso y perfeccionista al restaurar sus automóviles preferidos: aquellos considerados como modelos únicos,
a ser posible anteriores a la Segunda Guerra Mundial o de las dos siguientes décadas. Russell es muy bien valorado por la dedicación con la que se entrega a cada uno de estos vehículos, por la información que recopila sobre la historia de cada uno de ellos: su evolución, modificaciones posteriores y, en el caso de modelos de carreras, los ajustes que se les realizaron para poder competir.
No hay detalle que Paul Russell deje sin investigar, desde la carrocería hasta el chasis, así como los lugares donde encontrar piezas de repuesto. Esta “obsesión” ha hecho de su taller un lugar de pergrinaje para muchos amantes de los coches de época. Su empresa está ubicada en Essex, Nueva Inglaterra, y su taller está construido sobre una superficie de 9.000 metros cuadrados, un espacio más que suficiente para aquél que desee dejar su coche en manos de este maestro.
Eso sí, conviene que disponga de un segundo vehículo, pues la lista de espera supera aquí los dos años. Además, el cliente deberá adelantarle a Russell sus honorarios, que oscilan
entre los 200.000 hasta los 450.000 euros, una suma que incluye viajes para encontrar piezas, su compra, horas de investigación para, incluso, mejorar el modelo original y, por supuesto, su mano de obra.
En su taller, examinando los ejemplares que le llevan para su compra, se detiene frente a un amasijo de hierros oxidados que recuerda al Alfa expuesto en el museo. En realidad, ese vehículo tan deteriorado, pero con sus elementos esenciales completos, es el antepasado del deportivo expuesto, a la sazón, un 8C 2300 de 1932:
una verdadera leyenda, construida en 1931 a partir de un proyecto de Vittorio Jano, que ese mismo año triunfó en el circuito de Monza con la pareja Campari-Nuvolari al volante, y también en las 24 Horas de Le Mans, pilotada por Lord Howe-Birkin.
Este coche se produjo hasta 1934 y se jubiló habiendo ganado las competiciones más prestigiosas de la época, desde la Targa Florio (Nuvolari en 1931 y Brivio en 1933)
hasta el Gran Premio de Mónaco de 1932, e incluso las Mil Millas de 1934 con la pareja de pilotos Varzi-Bignami.
Gentleman
El Alfa encontrado por Russell está en unas condiciones desastrosas: su interior no se reconoce, los guardabarros está abollados y la chapa, agrietada. Pero el restaurador lo examina atententamente,
consciente de encontrase ante una auténtica joya. Entra en el desvencijado automóvil, lo acaricia, se fija en la madera de los soportes del marco de las puertas, sin lugar a dudas, las zonas más expuestas y deterioradas por el paso del tiempo. Valora el trabajo que le llevará recuperarlo, y se decide a hacerlo.
Paul Russell mantiene la esencia de producción y reparación de los automóviles de principios del siglo XX en Europa,
época en la que los expertos artesanos en carrocerías diseñaban las piezas personalizándolas, las adaptaban a las preferencias del cliente o a la moda del momento.
Algunos, incluso, encargaban un Rolls-Royce con una carrocería para el verano y otra para el invierno, variando la estructura del automóvil. Este es el motivo por el que los guardabarros del Alfa Romeo 8C 2300, adquirido por Russell, son muy amplios, a diferencia de los originales de fábrica; con sólo acercarse a ellos el restaurador asume que
fueron modificados a mediados de la década de los 30. El siguiente paso es un examen histórico de la documentación disponible, poco importa si la investigación le lleva a Milán, donde estudia miles de imágenes de la época, para recoger información antes de comenzar la restauración.
La empresa
Paul Russell and Company realiza entre dos y seis restauraciones al año, devolviendo algunos “desechos” a las condiciones originales o, a menudo, mejorándolos. Por ejemplo, añadiendo al automóvil equipamientos de la época, aunque no de serie, como un set de bolsas y portamaletas dedicados, o interiores cosidos a mano, siempre manteniéndose fieles a la época. Los coches que reconstruye esta empresa son, según muchos, más bonitos que cuando salieron de fábrica por primera vez, recuperados con tanto trabajo, seguirán reluciendo como nuevos muchos años después de su restauración.
COLECCIÓN DE DISEÑADOR
El 'modus operandi' de Russell
convenció a Ralph Lauren –cuya importante colección de coches se considera “perfecta”– a confiarle su flota de automóviles, desde su Bugatti Atlantic de 1938 hasta su exclusivo Mercedes 300 SI de 1955. Este último, es una especie de primer amor para Paul, cuya empresa, estaba dedicada en sus inicios, de manera exclusiva, a este coche. Su característica esencial son sus puertas, que se abren hacia arriba y recuerdan a una gaviota en vuelo, de ahí que se conociese con el apodo de Gullwing (Gaviota). La relación con Ralph Lauren se inció gracias a uno de estos modelos, cuando en 1983 le entregó uno para que lo restaurara y, una vez finalizado el trabajo, la satisfacción de ambos fue tal que no han dejado de trabajar juntos.
El reconocimiento definitivo de Russell por parte de Lauren tuvo lugar en 1990 justo después de adquirir uno de los coches más difíciles de encontrar,
el Bugatti 57 SC Atlantic Coupé de 1938. Lauren se lo llevó al taller para que su ya buen amigo intentara resucitarlo. El objetivo se cumplió, y no sólo eso, sino que su “obra de arte” conquistó el título Best in Show en el concurso de elegancia de Pebble Beach, el galardón más prestigioso dentro del mundo de los coches de época. Tras este éxito,
Paul Russell se convirtió en una celebridad como maestro restaurador, permitiéndole invertir en su actividad y en la compra de coches sumas cada vez más importantes, y comenzar a seleccionar los encargos.
Otro éxito del taller fue
la restauración del Jaguar D-Type, construido en 1954 como monoplaza de competición. Este prestigioso automóvil no podía faltar en la colección de Lauren, pero como buen coleccionista, el modelo que ahora desea es uno aún más difícil de encontrar, el XK SS, equipado con portezuelas, amplio parabrisas y una capota que anticipa la línea del sucesivo E-Type y su técnica. Una compleja aventura para el restaurador, ya que de este modelo únicamente se realizaron 53 ejemplares normales, 18 coches oficiales de carreras y sólo 16 XK SS, de los que apenas quedan, ya que la mayoría se destruyeron en las competiciones.