Michael Cunningham: la infelicidad vista por un hombre feliz
El escritor estadounidense Michael Cunningham (premio Pulitzer por Las horas) retrata en su nueva novela, Día, las frustraciones de la vida urbana contemporánea. Él, sin embargo, no piensa moverse de Nueva York.
Michael Cunningham (Cincinatti, Ee.UU., 1952) reconoce ser un tipo con suerte. Estudió literatura inglesa con la firme determinación de hacerse escritor y Las horas, su tercera novela, le valió para ganar el premio Pulitzer y granjearse un reconocimiento público que la adaptación cinematográfica del libro –protagonizada por Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman, Oscar para ella incluida, y dirigida por Stephen Daldry– apuntaló. Su última novela –diez años después de la anterior, La reina de las nieves– es Día (editorial Lumen), un retrato de la vida contemporánea en una gran urbe, el Nueva York en el que él mismo vive, que estructurado en tres actos –una mañana de 2019, en pleno confinamiento por la pandemia; una tarde de 2020 y una noche de 2021– indaga con aparente sencillez y certera introspección en sentimientos tan vitales, quizás también comunes, como la soledad, las expectativas frustradas, el vértigo de los años pasados, el peso de la rutina o el desamor.
Una reflexión que suscita la lectura de Día: cuánta gente viviendo una vida que no es la que quiere…
Seguro que hay gente que sí y gente que no, pero como escritor te interesa más la gente que no es feliz; la gente feliz no es un tema muy interesante para una novela.
Y otra reflexión: bueno, es la vida real; solo en las redes sociales es perfecta.
Exacto. Cosa que puede ser muy difícil para algunos de nosotros, porque nos conectamos a internet y la vida de los demás nos parece más glamurosa, más estupenda, más satisfactoria que la nuestra. Y es fácil, si te tomas esas cosas muy en serio, acabar pensando que tu vida no lo es. Creo que fue Freud quien dijo que si fuéramos siempre felices no nos daríamos cuenta de que lo somos, y creo que es muy importante reconocer esa felicidad.
El covid supone en el libro un antes y un después que reconduce la vida de los protagonistas. ¿Es necesaria a veces una crisis que desatasque situaciones?
Buena pregunta. Sí, creo que para los personajes de esta novela la pandemia les desatasca un poco la situación; cuesta imaginar que la pandemia pueda haber tenido algo bueno, pero hay gente a la que le cambió la vida y para mejor.
Usted mismo estaba escribiendo otra novela cuando llegó la pandemia.
Así es, pero cuando llegó la pandemia no veía la manera de continuar una novela ambientada en un mundo contemporáneo en el que no había pandemia. Porque la pandemia estaba en todas partes. Pensé que podría ser bueno para las ventas (seguir con la otra), pero era incapaz de imaginar siquiera no escribir sobre la pandemia. Y entonces el reto consistió en centrarme en los personajes, y no en la pandemia, porque este no es un libro sobre el virus, es un libro sobre personas.
No es la primera vez que utiliza esa estructura en tres partes. ¿Es un buen instrumento para contar historias?
Sí, no para todos los libros, pero el número tres tiene algo, es un número mágico: desde la Santísima Trinidad a los tres actos de una obra de teatro pasando por la Física Nuclear, el núcleo y los dos protones que hacen que los átomos se vuelvan inestables… Es una cifra muy interesante, que no para de salir, y que genera mucha confusión, y como escritor a mí la confusión me interesa.
Además de Las horas, su relato Un hogar en el fin del mundo, ha sido adaptado al cine. Su obra ha inspirado también algún corto. ¿Qué cree que hace las obras más cinematográfica?
Depende, a veces es la trama o quizás algún personaje que algún artista de cine quiera interpretar. Pero sí, ese relato se convirtió en una película con Collin Farrell y Robin Wright. Quizás los relatos cortos se presten más a la adaptación cinematográfica, por tener una trama más concentrada, las novelas son más amplias.
Cuando decidió estudiar literatura inglesa, ¿sabía que quería ser escritor?
Sí. Yo sabía que quería escribir, no tenía claro si se me iba a dar lo bastante bien, pero sí, yo he querido escribir desde que era niño.
Hace años, un famoso escritor, jurado de un famoso premio, criticó el nivel de las obras presentadas y dijo tener la impresión de que algunos quieren ser escritores por la vida que les imaginan más que por talento o vocación. ¿Usted por qué quería serlo?
Algunos de nosotros descubrimos que nos interesa profundamente algo; hay niños que tienen claro que quieren ser músicos, como otros quieren ser científicos. Es algo un poco misterioso, pero creo que hay una gran diferencia entre lo que llamamos talento, que algo hay que tener, y esa idea de un interés ilimitado en lo que uno se ha propuesto hacer, sea tocar el violín o resolver el último teorema de Fermat. Para mí, ese interés ha sido siempre intentar asimilar la vida a través del lenguaje. Y no sé por qué, es así.
¿Ser el escritor de Las horas es bueno sin matices o tiene sus servidumbres?
Sí, claro que tiene sus servidumbres. Lo bueno es que eres uno de los pocos escritores cuyo libro recibe un reconocimiento generalizado, pero eso también es lo malo, porque te preocupa haber tocado techo y puedes pensar que a partir de aquí todo va a ser cuesta abajo.
¿Realmente ha tenido esa sensación de no hacerlo tan bien como se espera?
Lo mejor de ganar un premio como el Pulitzer es que has ganado el Pulitzer, ya no tienes que volver a ganarlo. Tienes más libertad para escribir lo que te apetezca y te preocupa menos lo de ‘¿volveré a tener éxito, volverán a leerme?’. Quizás ninguna de tus siguientes novelas vuelva a tener el mismo éxito, pero ya lo tuviste.
¿Cómo es su rutina como escritor? Al parecer, comienza saliendo de casa.
Sí, tengo un despacho en la otra punta de la ciudad y para mí es importante levantarme, vestirme, ponerme en marcha y tener un lugar aparte para escribir. No quiero estar en calzoncillos en la mesa de la cocina a las tres de la tarde. Soy bastante disciplinado, toda mi familia lo es. Me gusta escribir a primera hora de la mañana, porque parte de lo que hacemos al escribir es crear un mundo imaginario, así que tengo que ir lo más rápido posible del sueño a ese mundo imaginario para mantener la conexión.
Volviendo a algunos de los temas que aborda Día. ¿Siente usted la tentación de escapar de Nueva York y de las servidumbres de la vida en la ciudad para aislarse, como alguno de los personajes, en un bosque o un paraje en Islandia?
La verdad es que no. A mí me encanta vivir en una ciudad; me paso días solo en un cuartito, escribo una frase detrás de otra y, cuando termino, quiero salir a un mundo lleno de gente, no quiero ir a pasear por el bosque, quiero acordarme de la variedad de la vida humana.
La idea de fracaso también sobrevuela la vida de los personajes de la novela. ¿Qué diría usted que es el fracaso?
Creo que el fracaso es lo que nosotros decidimos que es… Mientras quieras a gente vas a tener éxito por definición.
¿Está un escritor de éxito como usted libre del vértigo que supone echar la vista atrás y repasar lo vivido?
A riesgo de parecer obscenamente petulante, diré que yo he tenido suerte. No es solo cuestión de trabajar duro, sino que hay una parte de suerte. Me gusta mi vida, me siento agradecido por la vida que tengo. Me arrepiento de unas botas de rebaja que no compré hace 20 años, pero aparte de eso estoy satisfecho.