Gary Oldman: la historia de un genio honesto
Tras casi 40 años de carrera, Gary Oldman vive uno de sus mejores momentos en lo personal y en lo profesional; sin miedo a mirar su pasado, triunfando con la serie Slow Horses y a punto de estrenar Parthenope, de Paolo Sorrentino.
El cineasta napolitano Paolo Sorrentino, lo tiene claro. Como tanta gente. “Gary Oldman es uno de los cinco mejores actores del mundo. Puede interpretar lo que quiera”, decía el director de La gran belleza o El joven Papa en el pasado Festival de Cannes, donde presentaba su última película, Parthenope (estreno en cines 25 de diciembre), para la que, por pura casualidad y con mucha suerte, acabó contando con Gary Oldman (Londres, 1958), efectivamente, uno de sus favoritos.
Sorrentino ni siquiera había pensado en Oldman cuando en la fábula sobre el paso del tiempo, la búsqueda de la belleza y la carta de amor que es Parthenope incluyó un pequeño personaje, un personaje real, su idolatrado escritor John Cheever. Pero, de pronto, en plena preparación del filme, los astros se alinearon. Lo cuenta Oldman: “Yo estaba en la Costa Amalfitana, en un festival de cine, y alguien me preguntó: ‘Has trabajado con los mejores, Coppola, Oliver Stone, Christopher Nolan, Stephen Frears… ¿qué directores te quedan pendientes?’. Y yo contesté: Paolo Sorrentino. Una respuesta que quizá nadie esperaba, porque es un director italiano, que trabaja en Italia, pero sabía que había hecho El joven Papa… El caso es que no sé cómo el mensaje le llegó a Paolo, consiguió mi email y me escribió: ‘Creo que eres mi admirador’[risas]. Me decía que también quería trabajar conmigo y que tenía este pequeño papel en esta película, que si me podría interesar”. Le contestó diciendo que haría hasta “de sombra en la pared” para él.
Oldman recuerda la anécdota, sentado en la terraza del Hotel Marriott de Cannes, un día después del estreno mundial de Parthenope y de haber robado la atención mediática en la posterior rueda de prensa con el director y los otros actores, entre los que destacaba Celeste Dalla Porta, la actriz revelación, protagonista absoluta, cuyo personaje da título al filme. Sobre ella, el intérprete inglés habló con admiración y una envidia contenida ante el mundo de posibilidades que se le abría en ese momento a ella en la industria. Él, en cambio, se ve casi al final del camino porque, aunque esté viviendo uno de sus mejores momentos profesionales, no ve lejos la jubilación. “He renovado mi energía, pero no sé si me veo haciendo esto cuando tenga 80 años”, decía recientemente en la promoción por el Emmy por su aplaudido papel de espía abandonado en la serie Slow Horses. “Es muy egoísta ser artista o actor. Tienes esta visión y sacrificas muchas cosas. Me gusta la fotografía, tengo muchos libros que ver, muchas películas que ver, cosas que quiero hacer. No dejaré de ser creativo, solo rebajaré el ritmo de todo lo demás”, confesaba.
Mucho tiene que ver con esta actitud y plan de un futuro no muy lejano que Oldman haya encontrado, por fin, la paz y estabilidad emocional y personal que tanto se le había escapado hasta ahora. Casado desde 2017 con la artista Gisele Schmidt (después de matrimonios y parejas pasadas y tan célebres como Uma Thurman, Lesley Manville o Isabella Rossellini), y celebrando 27 años de sobriedad, el actor disfruta hasta de las entrevistas de las que en el pasado no fue tan amigo. “Viajamos siempre juntos, Gigi [la señala, sentada enfrente], mi hijastro [también enfrente], y estoy viviendo mi mejor vida, viajar acompañado, con familia, es algo maravilloso”, reflexiona. “Y te lo dice alguien que se pasó media vida viajando, viviendo con una maleta, en hoteles, solo. Entonces, cuando el día de trabajo se acababa, te ibas al hotel, pedías una cena de mierda al servicio de habitaciones y, como escribía John Cheever: ‘Mi mano temblorosa alcanza el teléfono para llamar a Alcohólicos Anónimos y luego alcanzo lo que queda de whisky, la ginebra, el vermú… Ya llamaré mañana’. Me llevó mucho tiempo sacudirme el mono, conocer a alguien y disfrutar de viajar y ser feliz. Pero también hay gente que no lo consigue. Yo lo he hecho. Estaría muerto si no hubiera parado de beber”.
En el John Cheever de Parthenope y el Jackson Lamb de Slow Horses (del que ya está rodando una quinta temporada), Gary Oldman ha encontrado la paz interpretativa, sin largas horas de prótesis y maquillaje, como las que pasó en la célebre Drácula, de Bram Stoker (1992) o La hora más oscura (2017), por la que ganó el Oscar; y una conexión personal más fuerte con esos personajes que no halló en los papeles por los que el gran público quizá más le conoce, como Sirius Black de la saga Harry Potter o el Detective Gordon en la trilogía de El caballero oscuro, de Christopher Nolan.
“Paolo me dijo que John Cheever era un escritor melancólico y triste y borracho. Sé que es eso. No es un secreto que yo solía beber y, de hecho, acabo de cumplir 27 años de sobriedad”, se sonreía Oldman en Cannes al explicar su personaje. “Cheever era, probablemente, un alma torturada, que vivió una doble vida, estaba casado, tenía una familia y tuvo que ocultar su homosexualidad porque era como se hacía en ese momento. Toda esa culpa, vergüenza y secretos los ahogaba en alcohol. Ya se sabe lo que dicen: ‘Estás tan enfermo como tus secretos’. Y los secretos te comen vivo, como la duda sobre ti mismo, el odio hacia ti mismo. Entendí el personaje instintivamente, pero tampoco es realista, es una construcción melancólica de ese estereotipo de escritor solitario y alcohólico, tipo Hemingway, con bloqueo creativo. El creador en un hombro y el crítico en el otro. Todo eso lo conozco, supongo que es lo que le llevó al alcohol, es lo que me llevó a mí al alcohol”.
El largo camino hasta llegar aquí
En los años noventa, cuando su fama estaba en lo más alto y su talento era ya muy aplaudido, mientras protagonizaba J. F. K.: Caso abierto (Oliver Stone, 1991), Drácula, de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992), Amor a quemarropa (Tony Scott, 1993), La letra escarlata (1995), Basquiat (Julian Schnabel, 1996), Air Force One (1997), El quinto elemento (Luc Besson, 1997)…, Oldman se hundía en un alcoholismo contra el que, como él mismo asegura, se sigue luchando siempre. ¿Y no ayuda la aceptación y celebración exterior, las buenas críticas, los premios? “Para nada. La sobriedad puede acabar en segundos. La aceptación tiene que venir de ti mismo. Como dicen en el gran libro de Alcohólicos Anónimos: ‘Una aceptación fue la respuesta a todos mis problemas”, explica. “Aunque un Oscar también está bien –se ríe–, paso delante de él de vez en cuando”.
Oldman ha aceptado su pasado doloroso y, de hecho, no le tiene miedo a enfrentarlo y recordarlo interpretando a alcohólicos como Herman Mankiewicz en Mank (2020), John Cheever o este espía de pelo graso de una de las mejores series actuales. “No es buena esa romantización que la ficción puede hacer del alcoholismo, pero así es y ha sido siempre, todos mis héroes de niño eran unos borrachos. Y, ahora, mírame, yo mismo estoy en mi periodo de personajes alcohólicos… ¿Aunque sabes quién ha hecho del mejor borracho en cine? Denzel Washington en El vuelo (2012). Denzel nunca decepciona”, se ríe. Y vuelve a echar la vista atrás, sin arrepentimientos. “Bueno, es mi historia. Sé que hubo momentos que podría haber sido más creativo. Prefería estar borracho que hacer cualquier otra cosa. Pero ya no soy eso, el camino sigue –razona con una sonrisa–. Y quizá tuve que hacer todo eso para llegar aquí ahora”.