José María Passalacqua en su estudio de Madrid.

José María Passalacqua: la perfección del trazo imperfecto

Sus diseños caligráficos ponen nombre a las invitaciones más selectas del mundo. El virtuosismo artístico que fluye de las manos de José María Passalacqua es indispensable para la industria del lujo.

La artesanía es algo más que una tradición, una destreza manual o un acabado exclusivo. La carga poética que resulta de incorporar el alma en aquello que se hace puede expresar con más precisión ese gesto artesano, la entrega casi monacal de quien lo lleva a cabo y el saber hacer que despierta la admiración en una mirada absorta, siguiendo las viguerías de un trazo que parece imposible. Una línea de tinta oscura que baila sobre sí misma conectando la historia de un arte antiguo con el corazón del presente.

José María Passalacqua es un artesano de la caligrafía. Un argentino culto y locuaz que lleva casi media vida en Madrid y trabaja satisfaciendo la eterna necesidad de exclusividad que tiene el mundo del lujo. De sus manos salen las letras que nombran invitaciones para desfiles de alta costura, los menús de ensueño que se sirven en los palacios más discretos, los tarjetones que acompañan regalos sublimes dirigidos a un público que sabe valorar la intimidad de aquello que está personalizado. Ese toque de distinción que se diluye en una caligrafía original, inédita, que puede incluso escribirse sobre sofisticados pañuelos de seda. O expresarse en una carta de amor, también. “Me han llegado a pedir que escriba incluso el contenido”, admite con humor Passalacqua, en su casa/estudio. “Me dicen: escribe lo que tú quieras. Y digo, ¡pero se van a enamorar de mí!”.

Las mil caligrafías que brotan de su pluma tienen el poder de hacer sentir y hacer soñar. Y eso lo saben las grandes marcas de moda. Hermès, Chanel, Cartier, Loewe, Ferragamo, Tiffany, Gucci… Esta última, cuando Alessandro Michele era director creativo, incluso le hacía volar allí donde se desarrollasen sus desfiles, que siempre tenían en cuenta el contexto, “ya fuese Nueva York, Londres, Milán o Florencia, donde fuera. Querían tenerme in situ todos los días que duraran los eventos. Y claro, yo estaba loquísimo porque encima de que es una presión horrible, me la pasaba trabajando. Pero si la responsabilidad es grande, soy una máquina. No me para nadie, no paro nunca”.

Su esfuerzo es equivalente a su maestría y creatividad. No solo es capaz de reproducir centenares de complejos textos y palabras una y otra vez de forma idéntica. Además, crea novedosos estilos de letra teniendo en cuenta las necesidades del cliente. “Es un poco tontería –dice con humildad–, pero me considero creador porque solo con letras soy capaz de crear el clima que querías para tu evento. El trazo siempre revela una emoción. Siempre”. En su caso, ese trazo parte de un movimiento que no es solo de la muñeca, sino de todo el brazo, desde el hombro.

Herramientas de José María Passalacqua en su estudio de Madrid.
La pluma es su herramienta favorita, incluso fabrica las suyas propias con latas de refresco recortadas cuando necesita crear caligrafías experimentales.

“Trabajo desde una forma muy marcial, con mucha expresividad”, afirma, abriendo las puertas secretas de su técnica: “A veces me gusta trabajar con plumilla, si el papel te deja o si la tinta te deja. Pero otras, me gusta trabajar directamente con una pincelada muy oriental. Descubro técnicas y hago determinados cursos que me interesan, pero no exclusivamente de técnicas caligráficas. Hago un curso de pintura japonesa, un curso de prensado de flores, de interiorismo modernista… Y eso me da un bagaje que me permite sacar mi propio movimiento”.

Passalacqua creció rodeado de la tradición tipográfica, ya que tanto su padre como su abuelo, que eran ingenieros civiles y necesitaban estilos precisos para acompañar sus proyectos, tenían catálogos técnicos que le fascinaban. “A los seis años ya manejaba un Rotring 01 con una precisión que ni mi padre lo entendía. Aquellos libros de los años 30 tenían letras espectaculares. Por eso elegí estudiar diseño gráfico, donde yo era el único que me atrevía a escribir a mano”. Y añade: “La impronta humana se tiene que notar siempre. No quiero hacer trabajos perfectos, yo quiero hacer trabajos humanos”.

Aquel aprendizaje le convirtió en pionero de un métier que en el mundo del lujo tiene cada vez más demanda y competición, pero en el que Passalacqua difícilmente encuentra competencia. Ni siquiera cuando copian su estilo o las letras que crea. “Molesta un poquito que de repente ahora todo el mundo quiera un tipo de letra que hice en su momento, inspirado en la estética decó”, estilo que junto al modernismo y el victoriano, así como el británico Arts&Crafts, apasionan a Passalacqua. Aunque, como él mismo reconoce, su interés “va por épocas y depende de ver los encargos, de qué es lo que tengo que hacer”.

“Hay gente que es muy buena y que hace trabajos perfectos”, afirma este artesano de la caligrafía cuyo arte de adornar la palabra crece a fuerza de cultivar su mirada e intelecto, “pero el resultado de esos trabajos a menudo es frío. Mi trabajo tiene que tener vida”.

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