Kevin Bacon: medio siglo de cine, riesgo y reinvención
Al cumplir medio siglo de carrera, y mientras sigue actuando, produciendo e incluso escribiendo canciones, Kevin Bacon repasa una trayectoria con un cierto tono outsider, no exenta de riesgos y, sin duda, admirable.
A Kevin Bacon (Filadelfia, EE.UU., 1958) no le importa mucho lo que pienses de él. Ha visto suficiente como para no preocuparse por la imagen y el estatus, esos dos impostores de la fama. Sobre su enfoque de la vida, por ejemplo: “Básicamente, no me importa hacer el ridículo”. Sobre su personalidad de antes: “Era un pequeño creído”. Sobre su carrera aventurera e inquieta: “He tomado algunas malas decisiones, seamos sinceros”. Sobre mantener los pies en la tierra: “Mi esposa bromea diciendo que tengo habilidad para encontrar a directores increíblemente importantes y hacer con ellos la única película que nadie ve”.
Incluso bromea sobre su legado —“no hay Oscars, pero al menos tengo un juego que lleva mi nombre”, dice en referencia a Seis grados de Kevin Bacon, que reta a conectar, en otros tantos pasos, a cualquier actor con él, surgido a raíz de unas declaraciones en las que dijo que había trabajado con casi todo el mundo en Hollywood — y se pregunta si llegaría a la sección In Memoriam de los Premios de la Academia. Precisamente una ceremonia, la de los Oscars, a la que no asiste desde 1984, cuando presentó un premio y él, la estrella de Footloose, una de las películas más taquilleras aquel año, fue la comidilla. “Era el chico de moda –cuenta Bacon–. Había hecho películas, pero Footloose fue la que me introdujo en Hollywood”.
Ha compartido cartel con leyendas de la pantalla —Jack Nicholson, Robert De Niro, Meryl Streep y Dustin Hoffman— y ha sido dirigido por un grupo igualmente selecto: Clint Eastwood, Oliver Stone, Paul Verhoeven y Jane Campion. Acumula más de cien créditos en cine, televisión y teatro en medio siglo de trayectoria. En resumen: aunque Bacon no se tome demasiado en serio a sí mismo, su trabajo nunca recibirá el mismo trato. “Me encanta actuar –afirma–. Soy valioso en la medida en que amo mi trabajo. El tiempo entre el ‘acción’ y el ‘corten’ es para mí el mejor: es el que necesitamos para brillar, usar las habilidades que hemos perfeccionado y mostrar nuestra vulnerabilidad”.

Bacon siempre ha tenido un pie en el ‘mundo de Hollywood’ y otro en lo que podríamos llamar la Tierra Normal. Él y su esposa, la también actriz Kyra Sedgwick, dividen su tiempo entre Manhattan y su granja en Connecticut, donde crían animales y entretienen a millones de seguidores en redes sociales. ‘Estatus de outsider’ es una expresión demasiado fuerte, pero la reservada existencia de Bacon como estrella de cine ha dejado huella en su obra. Quizás tenga algo que ver con su lealtad al cine de terror, un género más o menos despreciado por el establishment del cine de moda. Bacon, quien protagonizó Viernes 13 en 1980, Flatliners en 1990 y MaXXXine el año pasado, ha regresado al terror (con un toque cómico) en algunos de sus últimos trabajos: The Bondsman, una serie de Amazon en la que interpreta a un cazarrecompensas asesinado que recibe la oportunidad de enmendar sus errores tras ser devuelto a la vida por el diablo, y Family Movie, que codirigirá con su mujer y en la que los Bacon interpretan a una familia de cineastas que se ven envueltos en una película de terror.
También ha estado ocupado produciendo la miniserie Sirenas para Netflix y una comedia romántica con Sedgwick, The Best You Can, que estrenaron en junio en el festival de cine de Tribeca. Además, es fundador de una organización benéfica y cantautor y guitarrista en una banda. Y no como afición: los hermanos Bacon —él y su hermano mayor, Michael— han publicado varios álbumes y tocan en directo con regularidad. Tiene 67 años: ¿no necesita unas vacaciones? “Siempre, desde niño, he tenido la motivación de hacer cosas. Soy un poco adicto al trabajo, pero también soy un adicto a la creación.
Su primer trabajo remunerado como actor llegó cuando tenía 15 o 16 años, en un vídeo de reclutamiento del Ejército, para disgusto de su madre, activista pacifista. A los 17 años se mudó a Nueva York, se matriculó en una escuela de teatro y trabajó de camarero entre audiciones. Su gran debut en la pantalla llegó en Animal House (1978), aunque necesitó complementarlo con telenovelas y trabajo teatral (en 1982 hizo su debut en Broadway en The Slab Boys junto a un par de otros aspirantes llamados Sean Penn y Val Kilmer).

Entonces, llegó Footloose y lo cambió todo. Su interpretación de Ren, el estudiante rebelde que anima a un pequeño pueblo a bailar de nuevo, le convirtió no solo en un protagonista, sino en un teenybopper, “justo el actor que no quería ser, porque quería ser un actor serio”. El año pasado, declaró a The Guardian: “Seguí interpretando papeles principales muchos años, pero las películas no tenían éxito. Mi criterio estaba perdido. Me decían que con tres fracasos ya eres historia. Pero cuando llegué al quinto, pensé: ‘Sigo aquí, no estoy mal’. Y no había un plan B”.
Hasta que decidió parar. Se abrió a sugerencias de gente, agentes, productores y directores, y dijo: ‘Me rindo, no sé cómo dirigir mi propia carrera’. Le pidió ayuda a la agente Paula Wagner, alguna vez apodada la Primera Dama de Hollywood, y Bacon ahora puede identificar su salvación. “No suelo categorizar esos momentos, pero al cien por cien fue JFK (1991). Conseguir ese papel y el impacto que tuvo cambió por completo las cosas”. Fue recompensado con un lugar en otro reparto estelar en Algunos hombres buenos (1992) y, a partir de ahí, se ganó la reputación de interpretar papeles moralmente comprometidos, villanos e incluso siniestros y culminó, tras Mystic River (2003), con la delicada pero implacable interpretación de un pedófilo en El Leñador (2004). “Ser heroico, guapo o ganar un partido importante, me da igual. Pero adentrarse en los rincones más oscuros de la psique de un hombre es interesante”.
A modo de resumen: “No siento culpa por haber conseguido cierto éxito. Es genial, y me lo merezco. He trabajado muy duro, he trabajado mucho. He intentado dar lo mejor de mí y sigo intentando mejorar. En este punto –añade–, si muero mañana, quiero que la gente a mi alrededor sepa que estoy bien con lo que hice y con la vida que viví. Sí. Lo siento así”.