El legado infinito de Boris Vian, el artista inabarcable
Un año antes de que se iniciase la burbujeante década de los años sesenta del siglo pasado, en un cine parisino, mientras asistía de incógnito a la primera proyección de ‘Escupiré sobre vuestra tumba’, adaptación cinematográfica de su propia novela, el francés Boris Vian (Ville-d’Avray, 1920 – París, 1959) –que había quedado fuera del proyecto […]
Un año antes de que se iniciase la burbujeante década de los años sesenta del siglo pasado, en un cine parisino, mientras asistía de incógnito a la primera proyección de 'Escupiré sobre vuestra tumba', adaptación cinematográfica de su propia novela, el francés Boris Vian (Ville-d’Avray, 1920 - París, 1959) –que había quedado fuera del proyecto por diversas peleas con la producción– acreditaba su opinión personal sobre la película al sufrir un ataque cardíaco de carácter mortal.
Cuando era aún un niño, en un hogar algo burgués, algo bohemio en las afueras de la capital francesa, Boris contrajo fiebre reumática cardíaca; desde entonces y por siempre su corazón, su vida, estuvo pendiendo de un hilo. En ese equilibrio, y parece que sin preocuparse por desbarrancar hacia el insondable abismo, decidió que sería todo lo que su tiempo vital le permitiese.
Sus biógrafos le atribuyen el presentimiento de que nunca alcanzaría los 40, augurio acertado: cuando murió llevaba tres meses portando los 39. Un hipotético currículum vítae redactado en sus días finales por Vian –apellido con reminiscencias eslavas; el nombre, debido a la afición materna por la ópera, procedente del Boris Godunov de Modest Mussorgsky–, habría necesitado varios folios. Esto fue: ingeniero, novelista, cuentista, músico trompetista, poeta, autor teatral, crítico de jazz, compositor, conferencista, poeta, pintor, cantautor, actor, cineasta, escenógrafo, escultor, inventor, Gran Sátrapa de la Orden Patafísica, pionero de la ciencia ficción en Francia, condenado por ultraje a la moral y director artístico de la casa discográfica Philips. La lista es incompleta, con un puñado de ella igual hoy hay quien inventa un mito.
En cualquier caso, intentar contar su vida es reseñar el portentoso tiempo de posguerra en el 6º arrondissement de París. De hecho, entre sus escritos menos conocidos figura una guía de viajes, 'Manual de Saint-Germain-des-Prés' (1951), en el que no solo son descritos los tipos, los personajes del barrio, sino también las humosas, azulinas caves (cuevas, en francés) donde la música, especialmente el bebop, ponía banda sonora a las charlas del padrino del existencialismo, Jean Paul Sartre, y la madrina del feminismo, Simone de Beauvoir, con el mismo Vian –gran protagonista de la movida pero no un existencialista–, más un casting intelectual y artístico de lujo, de Jacques Prévert a Juliette Gréco, de Raymond Queneau a Marcel Camus, por ejemplo, quienes también frecuentaban el Café de Flore, Les Deux Magots o Le Bonaparte, sedes oficiales de la movida.
Por supuesto que aparecen en esa guía músicos de jazz, como Duke Ellington, Charlie Parker, Miles Davis, aunque de estos ya venía escribiendo hacía rato como crítico de la revista Jazz Hot, un tema que para nada le era ajeno, ya que él mismo lo frecuentaba como “músico amateur” (no confundir con impericia), especialmente en Le Tabou, su cueva preferida.
LOS MÚLTIPLES BORIS VIAN
Como si del portugués Fernando Pessoa se tratara, a lo largo de su obra, que incluye una producción ingente y de múltiples y variados palos, utilizó casi 30 seudónimos, no siempre masculinos, algunos de ellos anagramas de su propio nombre, como Amélie de Lambineuse o Bison Ravi, respectivamente, pero terminaría ganando celebridad, amarga en un punto, especialmente con uno. Vernon Sullivan, un apócrifo escritor negro estadounidense, comenzó a corporizarse el día en que aseguró a un pequeño editor de libros dedicado al universo de la serie negra, el de Chandler, Hammett, James M. Cain (algunos de los cuales tradujo al francés, por cierto), que en 15 días le escribiría una novela. Cumplió; se tituló 'Escupiré sobre vuestra tumba' (1946); fue un éxito; fue un escándalo.
La trama, en el más puro estilo del género, presenta a un hombre negro de aspecto blanco cumpliendo una venganza contra racistas a partir de un plan para nada falto de elementos de ultraviolencia física y sexual. Algún bien pensante defensor de las costumbres y la moral consideró excesivas las dosis de dichos elementos, por lo que presentó una demanda contra la obra por obscena. Como sucede habitualmente en estos casos, de manera automática las ventas se dispararon, así como la atención de la crítica, que celebró la aparición del hasta entonces ignoto escritor; a ojos de todos, Vian fungía de traductor y prologuista de la obra. Durante el juicio, Boris terminó por desvelar la verdad de la autoría, lo que le ocasionó la enemistad eterna –en vida– con la crítica literaria francesa, ultrajada en su criterio y en su orgullo.
Finalmente la novela pasó al Index librorum prohibitorum francés, y el autor y el editor fueron multados con una fuerte suma. Pero el peor castigo sobrevendría hacia la futura producción literaria de –ahora sí– Boris Vian. Gemas como 'La espuma de los días' (1947) o 'La hierba roja' (1950) fueron despreciadas con el silencio, pero no por la posteridad. Especialmente cuando, una década después de su muerte, su obra fue reivindicada por la generación de mayo del 68, con toda probabilidad por su desenfado y manejo del absurdo, vagamente deudora de Kafka y del surrealismo, con palabras inventadas y un universo con lógica interna único, en el que el humor y la sorna hacia lo establecido son fundamentales; moderno antes de que se use el término, dijéramos.
HIMNO ANTIMILITARISTA
De seguro también contribuyó a ese redescubrimiento una canción devenida en himno antibélico, El desertor (1954). Su letra, creada por Boris Vian, refiere la carta al “Señor Presidente” de un convocado a filas militares para ir a la guerra, en la que dice que no, que no irá, y que “Si hubiera que dar la sangre,/ vaya usted y dé la suya”. Debe recordarse su contemporaneidad con la derrota de Francia en Indochina y el inicio del conflicto colonial en Argelia.
La consagración definitiva se da hace bien poco, ya en este siglo, cuando pocos años atrás la prestigiosa y laudatoria editorial La Pléiade publica sus Oeuvres Complètes (novelas, cuentos, poemas, teatro, canciones, miscelánea, cartas, conferencias). “El terrible privilegio de que no le tomen a uno en serio”, reflexionó acaso de sí mismo. Sea por el carácter de su personalidad, sea por su acumulación de tareas creativas, en 1952 añadió un nuevo ítem a su extenso currículum al ser nombrado Gran Sátrapa del Colegio de Patafísica, el organismo lúdico-paródico imaginado por Alfred Jarry (1873- 1907, el autor de Ubu Rey), que gira alrededor de las “ciencias de las soluciones imaginarias”, y del que a día de hoy solo queda como sobreviviente el español Fernando Arrabal.
Inclasificable, Boris Vian, el hombre de las muchas vidas, pudo haber resumido su pulsión vital cuando escribió: “Lo que me interesa no es la felicidad de todos los hombres, sino la de cada uno en particular”, aunque es probable que tampoco hubiese despreciado esta otra: “Solo existen dos cosas: el amor en todas sus manifestaciones, con hermosas muchachas, y la música de Nueva Orleans o la de Duke Ellington. El resto debería desaparecer, porque el resto es feo”.