Nikolaj Coster-Waldau, el éxito sosegado
Nikolaj Coster-Waldau (Rudkobing, Dinamarca, 53 años) preferiría mil veces pasar una hora de entrevista charlando sobre fútbol y su equipo querido, el Leeds United, que sobre su proceso interpretativo. Pero eso no le pasa a menudo a una estrella internacional de la pantalla como él. Con suerte, le cae alguna pregunta suelta sobre fútbol, al […]
Nikolaj Coster-Waldau (Rudkobing, Dinamarca, 53 años) preferiría mil veces pasar una hora de entrevista charlando sobre fútbol y su equipo querido, el Leeds United, que sobre su proceso interpretativo. Pero eso no le pasa a menudo a una estrella internacional de la pantalla como él. Con suerte, le cae alguna pregunta suelta sobre fútbol, al que llegó desde pequeño él solo; o sobre el Leeds, al que le condujo un novio de su hermana cuando eran adolescentes. Por esa época soñaba con ser jugador profesional, aunque el sueño del balón se desvaneció pronto para él. Realista como era (y es), se dio cuenta de que no era tan bueno como para vivir de ello y saltó en seguida al plan b: ser actor. Se apuntó a la escuela nacional de teatro danesa y también a la de danza contemporánea. Y en este campo debía de ser algo mejor, porque se graduó a los 23 años con trabajo ya esperándole: un Hamlet sobre el escenario y un papel protagonista en un pequeño filme danés, Nightwatch (Ole Bornedal, 1994) que, inesperadamente, dio la vuelta al mundo consiguiendo que el mundo no tardara en girar alrededor de él.
Hollywood llamó muy pronto a la puerta de su casa (Black Hawk derribado o Enigma, ambas en 2001, entre otras), que siempre ha mantenido en Dinamarca. Un clásico: la gran industria del cine americano viajando a Europa, con preferencia a los países nórdicos, para buscar atractivos rostros que, además, tengan talento. Y algo no tan clásico, que esos actores no queden cegados con los destellos del éxito y prefieran mantener una distancia prudencial, como le ha pasado a Nikolaj Coster-Waldau.
Fotografía: Dough Inglish/Trunk Archive.Él justificaría esa normalidad por varias razones. Primero, por su educación. Creció en un pequeño pueblo de 40 habitantes con su madre y sus dos hermanos mayores. Su padre, alcohólico, marcó mucho esos sueños de evasión. Para huir de la pesadilla que vivían en casa, inventaba personajes y mundos imaginarios. “Creo que cuando de niño estás directamente expuesto a la adicción, eso influye en el resto de tu vida”, ha reconocido en más de una ocasión, hablando abiertamente de un pasado doloroso. “Yo, gracias a Dios, no tengo una personalidad adictiva, pero lo desgarrador para el adicto y su familia es que su amor por sus hijos queda negado por las necesidades de la adicción”. Unos demonios que, por cierto, ha sido capaz de exorcizar a través de su profesión, interpretando a un padre alcohólico, por ejemplo, en Cazador de silencio (Robin Pront, 2020).
Y, en segundo lugar y relacionado con la primera razón, ese pasado humilde le ha ayudado a mantener el ego a raya. “Soy un actor. Tengo un gran ego, como todos los actores, pero también soy lo suficientemente realista para saber que yo no soy importante aquí”, explicaba en 2016, el año que protagonizaba su primera gran producción, Dioses de Egipto (Alex Proyas) y cuando aún estaba en mitad de la locura de Juego de tronos. La serie que lo cambió todo en la historia de la televisión, del streaming y en la carrera y vida de sus protagonistas. Por suerte para Nikolaj, según él, le pilló ya mayor y solo le cambió la carrera para bien. La vida, casado desde 1998 con la cantante groenlandesa Nukâka, padres de dos hijas, no le ha cambiado tanto. “Pienso en las actrices jóvenes de la serie, como Sophie Turner o Maisie Williams; eran niñas cuando empezamos, acabaron teniendo millones de seguidores en redes, viviendo esa vida… Ser tan joven, tener tanto dinero y recibir tanta atención no debe de ser fácil de llevar…”, admitía. “Yo no estoy seguro de que hubiera podido lidiar con todo eso”.
Durante casi 10 años, eso sí, Juego de tronos eclipsó el resto de su carrera. “Le dediqué menos semanas de rodaje que a otras series; en mi mundo, otros personajes ocuparon más espacio que el que ocupó Jaime Lannister”, decía después de su final. “Durante casi ocho temporadas, hice dos películas al año más o menos, pero obviamente el éxito de la serie era tan inmenso que por mucho éxito que tuvieran esas películas era insignificante en comparación”.
Aquel éxito también impactó al tipo de papeles que le llegaron durante un tiempo a Coster-Waldau. Es curioso observar que su carrera ha estado más dominada por personajes que no destacarían por sus bondades y humanidad. Le ofrecían “muchos caballeros y villanos”. El primero de esos papeles fue, por supuesto, este por el que será siempre recordado: Jaime Lannister, El Matarreyes de Juego de tronos. Aunque no estaría muy lejos el yupi de Headhunters (Morten Tyldum, 2011). O el marido doblemente infiel de No hay dos sin tres (Nick Cassavetes, 2014).
Fotografía: Dough Inglish/Trunk Archive.Puede que sea solo una fijación de Hollywood darle a los actores nórdicos los papeles de villanos. A otro compatriota de Coster-Waldau, Mads Mikkelsen (portada de GENTLEMAN en noviembre de 2021), también le ocurre y lo justifica entre risas por su acento. Y, curiosamente, ambos actores despiertan simpatías. “No sé qué tiene, pero incluso aunque interprete a un cabrón, como en Juego de tronos, consigue que nos caiga bien”, decía entre risas Guillermo del Toro, allá por 2013 cuando produjo Mamá, la ópera prima de Andy Muschietti (Flash), protagonizada por Jessica Chastain y Coster-Waldau en un doble papel: precisamente por esa habilidad de ser malo con cara de bueno, era el gemelo malo que abandona a sus hijas y el gemelo bueno que las encuentra y cuida.
A él, en cualquier caso, nunca le preocupó el encasillamiento. “Creo que soy demasiado viejo para eso ahora”, dice siempre con una sorna que marca sus entrevistas, esa simpática ironía que también le han puesto a salvo del tsunami de la fama. “Más gente pensará en mí por Jaime Lannister, y está bien, pero he hecho otras 60 películas que probablemente no hayáis visto, quizá sería hasta raro que las hubierais visto, hay algunas que ni siquiera deberíais ver”, dice. De nuevo, su ironía. Pero es que el resultado final tampoco es algo que le obsesione. “Solo intento hacer algo que me interese y me inspire. Nunca sabes si al final será tan bueno como esperabas. En esto estoy de acuerdo con lo que una vez dijo Michael Caine: ‘Una de cada 10 películas que haces puede ser buena si trabajas duro’. Pero eso no significa que no disfrutes las otras nueve en las que he trabajado tanto como en Juego de tronos”.
En 2019, llegó el final de la serie. Y Coster-Waldau cortó un poco por lo sano, “porque ese último año el nivel fue muy loco”. Habría sido un buen momento para decir que solo quería hablar de fútbol, pero tampoco podía. El cine y la televisión seguían llamándole. “Después de Juego de tronos, me atraía hacer proyectos más pequeños, incluso de ese tipo en los que solo somos dos personas hablando en una habitación para poder concentrarme en la interpretación”, dice el actor. Y, sin embargo, tampoco ha acabado haciendo exactamente eso en estos últimos años. La acción, aunque sin los números desorbitados de la serie de HBO, le ha perseguido. Un buen ejemplo es la película que ahora (finales de septiembre) estrena en España, La bala de Dios, de su amigo Nick Cassavetes, en la que interpreta a un hombre vengativo y dolorido tras el asesinato de su mujer y el secuestro de su hija por una sanguinaria secta a la que se enfrentará ayudado por la única persona que escapó de ella con vida (interpretada por Maika Monroe). “Es un filme que Nick llevaba casi 20 años intentando hacer. Cuando rodamos No hay dos sin tres ya me enseñó el guion y me ofreció el protagonista, pero todo se fue retrasando. Cuando me llamó diciendo que había encontrado el dinero, no dudé; es una historia súper oscura, pero cuando tienes un director con una visión tan clara… yo quería apoyarlo”.
Proyectos pequeños, proyectos pasionales de directores que conocía y proyectos personales con su propia productora. Ese es el presente de Nikolaj Coster-Waldau. No ha seguido la estela de otros compañeros hacia películas de superhéroes, por ejemplo. “Si me llamaran, quizás no diría no, pero yo ya he hecho películas llenas de efectos digitales y no las encuentro especialmente emocionantes”, explica. Probablemente, lo emocionante, de verdad, sería hablar de fútbol. Pero eso no lo reconocerá en público.