Antonio Resines, seguir en el ruedo

Antonio Resines, seguir en el ruedo

Es difícil, quizás imposible, encontrarse a alguien en este país que no conozca a Antonio Resines (Torrelavega, 1954). Más ahora, tras la crítica experiencia que vivió en la pandemia, un trance a las puertas de la muerte que inspiró el covid no pudo con él… y ahora se va a cagar la perra, un cómic […]

Es difícil, quizás imposible, encontrarse a alguien en este país que no conozca a Antonio Resines (Torrelavega, 1954). Más ahora, tras la crítica experiencia que vivió en la pandemia, un trance a las puertas de la muerte que inspiró el covid no pudo con él… y ahora se va a cagar la perra, un cómic de Salva Espín y David G. Galindo en donde reaparece convertido como el sargento Resines, un superhéroe creado genéticamente y mandado al presente para luchar contra ‘la tontería’. Tontería, por cierto, que también combate a veces en Sentimos las molestias (Movistar+), la serie de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero que ahora estrena su segunda temporada y en la que se pasea con Miguel Rellán: Resines como Rafa Müller, director de orquesta de prestigio; su amigo como Rafael Jiménez, un viejo rockero. Recién pasada la edad de la jubilación, ambos se resisten a ser desechados como si fueran productos caducados de esta sociedad que idolatra la juventud.

Mientras Müller vive experiencias desde las que habla de la vida, el arte, el ego, de dejar atrás la juventud, de la amistad, del amor…, Resines acaba de reaparecer en el cine con De Caperucita a loba (Chus Gutiérrez) y volverá con El hotel de los líos (Ana Murugarren, 5 de abril), En temporada baja (David Marqués, 14 de abril), Matusalén (David Galán Galindo) y Alimañas (Pep Antón Gómez y Jordi Sánchez). Casi nada.

¿Qué tiene usted de Müller?

Es más fácil decir qué no tengo. No tengo la parte de mala leche, de insatisfecho, cabreado con el mundo… Es un tío bastante desagradable, lo que pasa es que le redime que tiene sentido del humor, pero es muy picajoso.

Lo que sí tiene de Müller es la edad y la circunstancia vital…

Bueno, no, perdona…

Müller no se lleva bien con su edad, ¿usted con la suya?

Razonablemente bien, lo que pasa es que tienes más achaques y a mí, como me pasa de todo… Me gustaría estar en mejor forma, pesar menos… pero también dices: ¿para qué?, si ya tengo todo hecho. No me llevo mal conmigo mismo y me lo paso bien. Todos mis amigos están jubilados, pero no hacen nada. Yo también estoy jubilado, lo que pasa es que trabajo. Tengo jubilación activa.

Los personajes de la serie se enfrentan mucho por la vanidad y el ego.

Müller lo tiene enorme. Lo que pasa es que es muy buen músico. Ahora decide dejar el día a día porque físicamente no se encuentra bien y se acerca más a Rafa. Porque Rafa siempre ha sido músico, jeta, pero músico. Y ahí es donde se juntan otra vez, por la música, por amigos y porque se tienen cariño.

Usted no parece tener un ego exagerado, pero conocerá a muchos que sí, ¿cómo lleva eso?

Quiero pensar que yo tengo el ego justo y necesario. A veces los demás te hacen pensar que eres mejor de lo que eres, pero yo no me creo demasiado esas cosas. La gente que es muy egomaníaca es insoportable, y yo conozco muchos, no tantos como la gente piensa que hay en nuestro oficio, pero haberlos, haylos. Y a veces son muy pesados.

Rellán es su amigo. Y en esta temporada hay otros amigos. ¿Cómo es trabajar con ellos y lo contrario, trabajar con quien no cae bien?

Cada vez me toca menos de eso segundo. Procuro, en la medida en que tengo cierto mando en plaza, que tampoco tengo tanto, opinar, sin vetar a nadie. Trabajar con amigos, si son buenos, es facilísimo. Rellán es muy bueno, serio, tiene sentido del humor y da gusto, es de los que saca cosas buenas de ti. Y con Manuel Galiana, con el que luego he vuelto a coincidir en Matusalén, donde hace de mi padre y colaba, es uno de los grandes, no entiendo por qué no ha trabajado más. Y Fiorella Faltoyano y alguno más que se me escapa… son amigos.

Al personaje le absorbe su profesión y descuida su vida privada. ¿A usted le ha pasado?

Hay trabajos muy absorbentes. Por ejemplo, una serie no te deja hacer otra cosa. El ritmo de trabajo es brutal, hay que estar bien físicamente, si no, no aguantas. De seis de la mañana a siete de la tarde todos los días, y luego estudias.

En una escena Müller dice a Rafa que no pasa nada por tener un poco de miedo. ¿Pasó usted mucho miedo con el Covid?

No, durante. Estaba en peligro de muerte permanente y tenía alucinaciones. Me di cuenta de lo mal que había estado cuando salí. Allí intentaba sobrevivir. Hubo un momento en que quería que me pegaran un tiro, no podía más físicamente. Se me ocurrió que me mataran los médicos, pero yo, en las alucinaciones, pensaba que eran de la cúpula militar de ETA y me iban a matar. Uno de los tíos me dijo: “¿Pero cómo te vas a morir con lo bien que lo pasamos contigo?”. Y ahí algún click me hizo en la cabeza. Creo que a raíz de eso, y de la medicación, claro, empecé a mejorar un poco. Yo ya había escrito una carta a mis padres, que ya estaban muertos, para decirles que igual llegaba un poco tarde, que tenía que coger un autobús… ¡Tenía un lío en la cabeza! Estaba ya pensando en largarme, no aguantaba más.

¿Cambia mucho la vida después de una experiencia así?

Nada, nada. Mi mujer y mi hijo lo pasaron muy mal. Pero yo me concentré en recuperarme. Había una frase que decía mucho Quique San Francisco que era “a problema sin remedio, litro y medio”. Una vez recuperado, pues vamos a aprovechar. No es que te pases todo el día de juerga, pero vives un poco más. Es mejor no darle más vueltas.

Lleva 45 años trabajando y con premios importantes. A pesar de ello, ¿se ha sentido alguna vez despreciado por ser actor de comedia?

Sí, absolutamente. Algunos periodistas reconocían el esfuerzo y hablaban de Luna de lobos y Todo por la pasta, y hablamos de 1986. Pero sí, he tenido que demostrar que podía hacer otras cosas, aunque yo tampoco estaba convencido. La gente que me dio la opción es que veía cosas que ni yo me planteaba, por ejemplo, Enrique Urbizu, Julio Sánchez Valdés, Ricardo Franco con La buena estrella. Mucha gente piensa que soy un actor más o menos limitado, cosa que yo pienso también, pero después de aquellas películas entré en la categoría de actor. Y luego está el enfrentamiento entre los del teatro y los del audiovisual. Yo no he hecho nada de teatro nunca.

Pero si la primera entrevista que le hice yo fue por un trabajo en el teatro…

Miles gloriosus. Que la crítica de El País, Haro Tecglen, decía: “Es lo más parecido que he visto a un espectáculo de coros y danzas de la Sección Femenina. Antonio Resines no sabe hacer teatro; de Maribel Verdú, mejor, ni hablamos”. Eso sí, nosotros lo pasamos en grande. En Madrid hicimos una representación y veíamos a Alonso de Santos, el director, medio llorando: “¿Pero qué habéis hecho? lo habéis destrozado”. El teatro marca el prestigio… bueno, ahora menos. Y yo en el teatro no me muevo ya mal, pero no es mi medio.

Pero sí el cine y la televisión… Por la calle la gente le para todo el rato, ¿no?

Después del Covid, en diez metros me paraban tres veces y me siguen preguntando si estoy bien. Caigo bien. Y, como me ha pasado paulatinamente, me he acostumbrado. Como diría Jorgito Sanz, con esa chulería, “como me ha pasado toda la vida…”. Pero el reconocimiento del público me vino sobre todo por las series, sobre todo Los Serrano.

En esos 45 años, ¿cómo ha cambiado como actor?

La ventaja que tiene esta profesión, y que yo creo que es uno de los factores que ha ayudado al éxito (risas)… ¿Qué éxito?

Bueno, es uno de los actores más conocidos de este país.

Sí, pero la serie que voy a hacer ahora, que dirige Jaime Botella, Serrines, es la historia de un actor que tiene un éxito brutal, pero que ahora lo que quiere es prestigio. Creo que sigue siendo lo mismo para mí, solo que tengo más seguridad. Siempre me he tomado esto como una especie de juego. Me lo sigo pasando bien, si no, no estaría aquí. Serrines son ocho capítulos para Mediaset Amazon.

Aunque es conocido como actor, también ha sido productor. ¿Le interesa ahora más esta faceta?

No. Al revés. El problema de producir es que si te van mal la primera y la segunda, pues… Yo he producido más teatro, pero nunca he tenido un éxito. Ahora lo que voy a hacer es dirigir una película de ficción, con mi señora, Ana Pérez-Lorente. Un guion escrito por ella. Se llama La obra y no es sobre el Opus Dei, y entre paréntesis León, porque no sabíamos si La obra estaba registrada ya o no (risas). Es la historia de un actor al que le empiezan a ir mal las cosas, que soy yo. Y fíjate qué reparto, con el burro delante para que no se espante: Antonio Resines, Ana Belén, María Barranco, Loles León, Carlos Areces, Santiago Segura, el Gran Wyoming, Jorge Sanz…

Ya no pregunto si es comedia.

Es comedia, efectivamente. Es una historia de amor.

Pues vamos a hablar del amor: ¿qué pasa con el amor pasados los sesenta?

Bueno, yo me he casado con 66. A mí me parece que es igual. El cuerpo más ajado, pero yo estoy encantado. Ahora es todo más razonable, vienes ya estudiado, que para los exámenes es muy bueno y como esto es un examen. Es todo más tranquilo… bueno, no, depende de con quién estés liado, porque mi señora no para.

Han hecho juntos un libro, una película documental (Historias de nuestro cine), ahora van a codirigir otra…

Todo lo ha hecho ella. El libro, de pe a pa, menos los pies de foto, que son muy buenos y son míos. La película, yo era el conductor, pero la que la ha montado ha sido ella. Y el guion de La obra (León), un día dijo que lo había escrito, yo no me había enterado de nada. Y me viene con el reparto ya hecho.

Y, supongo, que disfrutará mucho estos trabajos con ella, ¿no?

No, no, me da pavor, menudas broncas me echaba por la noche cuando hicimos la película. Y tenía razón. Lo que haremos será planificar antes entera la película y ensayar. ¡Qué bien!, sí, lo que pasa es que luego las noches son horrorosas (risas). Eso tiene una película: ¿qué pasa cuando vuelves a casa?

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