En 1918 se firmó un armisticio previo al Tratado de Versalles en uno de sus coches de viajeros; en 1920, el presidente francés Paul Deschanel renunció a su cargo después de caer por una de las ventanillas, tras haber ingerido gran cantidad de somníferos; el rey Carol II de Rumania huyó de su país durante la revolución partisana en uno de estos trenes, llevando consigo dinero, joyas y cuadros; en marzo de 1945, Hitler ordenó volar el coche CIWL nº 2410, en el que se firmó el armisticio tras la Primera Guerra Mundial, símbolo humillante de la derrota alemana.
También
algunas historias de espías se han demostrado ciertas, como la del inglés Robert Baden-Powell –fundador de los Scouts–, quien, haciéndose pasar por entomólogo, transportaba entre las formas y colores de las alas de las mariposas plasmadas en sus bocetos representaciones codificadas sobre la situación de las fortificaciones de la costa dálmata, que resultaron de gran ayuda para los ejércitos británico e italiano en la Primera Guerra Mundial. Además, celebridades como Marlene Dietrich, Mata Hari, Ernest Hemingway o Lawrence de Arabia cruzaron el continente en la ruta original.
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Maderas y moquetas adornan los lujosos vagones del Orient Express, 18 en total.[/caption]
El Orient Express es, sin duda, un tren legendario que, aunque finalizó oficialmente tras décadas de declive el 19 de mayo de 1977,
volvió a resurgir de sus cenizas transformado en el Venice Simplon-Orient Express a partir de 1982. Así, el recorrido clásico París-Estambul ya solo se efectúa una vez al año, en septiembre, y ha sido sustituido por otro estándar de dos días y una noche entre Venecia y Londres que atraviesa Italia, Austria, Suiza, Francia y Reino Unido. Es el que relatamos en estas página, pero el trayecto puede ser en dirección opuesta; solo un tramo –el más común, hasta París–, o con paradas en Praga y Budapest.
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El tren, en el mítico y espectacular paso de San Gotardo, en Suiza.[/caption]
Todo en este tren trata de mantener la idea original de
su creador, Georges Nagelmackers: lujo y extravagancia sobre ruedas en 18 vagones de los años 20 y 30 completamente restaurados: 12 coches cama, tres coches restaurante, un vagón bar y dos vagones extra que proporcionan alojamiento para el personal y almacenamiento para el equipaje y suministros.
Las cabinas, que constan de un gran sofá, un asiento y una pequeña mesa plegable, se convierten en una cómoda habitación con cama durante la noche. Elegantemente camuflado hay un lavamanos y, si se quiere mayor confort, está disponible la gran suite, con una enorme cama doble, sala de estar, baño privado y ducha.
Un mayordomo por coche se encarga de atender cualquier requerimiento a bordo.
Estampas desde la ventanilla
Una hora antes de la salida, los pasajeros revolotean por el andén de la estación de Santa Lucía en Venecia, esperando que haga su entrada triunfal el Venice Simplon-Orient Express. Entre el pasaje, hay
diplomáticos, banqueros, aristócratas, empresarios, artistas exitosos… y algún escritor quizás en busca de inspiración. Las mejores firmas de moda adornan sus trajes y complementos. A las 11:30, el tren se pone en marcha mientras se sirve a los pasajeros champagne Tattinger. A las 13:15, se detiene unos instantes en la estación de Verona para seguir camino a Trento. Las viñas y los árboles frutales quedan atrás al pasar junto a los Dolomitas, la gran cordillera alpina que se extiende por el norte de Italia con macizos montañosos de más de 3.000 metros entre valles y bosques. La comida se sirve en dos turnos en sus tres restaurantes de lujo: Cote d’Azur, Etoile du Nord o el L’Oriental. El menú ofrece una carta de tres platos, entre ellos langosta gratinada sobre crema de caviar y puré de patatas o una selección de quesos franceses de postre.
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Detalle del restaurante L’Oriental, inspirado en el Medio Oriente, uno de los tres que, en sendos vagones, acoge el convoy.[/caption]
A las 17.30 el tren hace entrada en la estación de Innsbruck, capital política y cultural del Tirol y famosa estación invernal donde una breve parada permite a los pasajeros estirar las piernas. De nuevo en el tren, a partir de media tarde
se requiere rigurosa etiqueta para celebrar la velada. El piano suena en el coche bar, mientras los pasajeros esperan la hora de la cena tomando un cóctel, como el Guilty 12, creado por el camarero Walter en 2008 a partir, nos cuentan, de 12 ingredientes secretos que representan a los personajes de la célebre novela de Agatha Christie. Ya es noche oscura cuando el tren llega a Zúrich.
Al despertar, los viajeros deben presionar un botón para pedir el desayuno, que el mayordomo sirve en cada compartimento. El sol comienza a colarse por la ventana y el tren efectúa su entrada en la Gare de l’Est parisina. Es el final de trayecto para muchos pasajeros. Para los que continuamos hacia Londres, sobre las 11 de la mañana, se sirve un delicioso brunch en delicadas vajilla inglesa y cubertería de plata.
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Detalle de una de las suites, que cuentan con baño privado y un sofisticado mueble bar en madera y cristalería de lujo.[/caption]
A las 13.30 se llega a Calais, donde los pasajeros descienden para cruzar el canal de la Mancha en un autocar, pasar la aduana y llegar, a través del eurotúnel, a la estación de Folkestone.
Un grupo de músicos ameniza la espera hasta que, a las 16.10, aparece el British Pullman, un equivalente inglés al Venice Simplon-Orient Express: una delicia de coches de estilo art déco, rescatados y restaurados de la edad de oro de los ferrocarriles británicos. El Pullman hoy consta de 11 coches de evocadores nombres, Audrey, Gwen, Ibis, Minerva, Perseus... y otras tantas historias. El Phoenix, por ejemplo, fue destruido en un incendio en 1936, pero su chasis se salvó y fue recuperado en su totalidad en 1952. Hoy presume de una fina marquetería de flores, en madera de cerezo americano. Mientras a través de la ventana transcurren los típicos paisajes de la campiña inglesa, a las 17 horas, la tradición local manda, se sirve el té, acompañado de brioches de pollo, sándwiches, delicias de solomillo asado, queso y pasteles dulces, todo ello elaborado por Claire Clark, una de las mejores chefs pasteleras del mundo.
Almacenes, industrias y grafitis indican que nos acercamos a Londres. Son las 18.30 h y la Victoria Station es un hervidero de gente que, finalizada la jornada, regresa a sus casas. La armonía disfrutada en los dos días anteriores comienza a disiparse ante el estrés y el caos de la gran urbe europea. Bienvenidos a la realidad.