Vicente del Bosque, el entrenador tranquilo
Uno pudiera pensar que un entrenador campeón del mundo dispone de forma vitalicia, como los expresidentes del Gobierno, de algo así como un gabinete, con despacho y asistente, que le ayude por ejemplo a lidiar con los medios de comunicación, tan voraces cuando se aproximan citas como el Mundial de Catar. No es el caso […]
Uno pudiera pensar que un entrenador campeón del mundo dispone de forma vitalicia, como los expresidentes del Gobierno, de algo así como un gabinete, con despacho y asistente, que le ayude por ejemplo a lidiar con los medios de comunicación, tan voraces cuando se aproximan citas como el Mundial de Catar. No es el caso de Vicente del Bosque (Salamanca, 1950). La vía para entrevistarle es conseguir su móvil y pedírselo directamente, y aprovechar, además, que le cuesta decir que no: por ayudar, dice, y porque parece sentir –esto no lo dice él– algo así como una especie de responsabilidad para compartir con la sociedad tanto logro cosechado. Eso sí, que nadie espere ni en esta ni en otras entrevistas pronunciamientos sobre nombres propios, alineaciones ideales o consejos a Luis Enrique: una de las obsesiones de Del Bosque es no convertirse en “un mal ex”, según sus propias palabras, y esto, volvemos al principio, también le aleja de algunos expresidentes.
Vicente del Bosque no necesita presentación. Es, ni más ni menos, el entrenador que hizo a la selección española, en Sudáfrica 2010, campeona del mundo de fútbol por primera y de momento única vez en la historia. Quizás quepa recordar que, además, atesora más de 30 años en el Real Madrid como jugador primero (cinco Ligas y cuatro Copas), preparador en las categorías inferiores después y entrenador del primer equipo durante cuatro años (dos Ligas y dos Champions). Y que, antes de dejar la selección, que dirigió entre 2008 y 2016, la llevó a conquistar la Eurocopa (Polonia y Ucrania, 2012) por segunda vez consecutiva.
El entrenador que hizo a España campeona del mundo, ¿como verá el Mundial?
Como he visto todos los campeonatos del mundo. Es una cita obligada para toda la gente a las que nos apasiona este deporte: en casa, probablemente solo, y que no pase nadie por delante de la tele. Intentaré ver todos o casi todos los partidos.
¿Se atrevería a hacer un breve pronóstico sobre las selecciones favoritas?
Parece que los europeos, Francia, Alemania, Inglaterra, que tampoco ha hecho nada pero que hay que tener en cuenta, y España son candidatos al título. De América me quedo con Brasil y Argentina, que ha recobrado el punto que siempre ha tenido de favorito. Y estoy expectante con equipos como Croacia o Serbia, me gustan que estén los dos equipos en el Mundial, y siempre estamos esperando algo de Asia o de África, pero no llega.
Mérito de usted y de Luis Aragonés, España ya figura siempre entre los favoritos.
Soy de la teoría de que España ha tenido muy buenas generaciones de jugadores que no tuvieron la suerte que nosotros tuvimos. Parece muy simple lo que digo, pero es verdad. En la vida hay que tener suerte. Nosotros en el Mundial de Sudáfrica tuvimos muy buenos jugadores, un sistema de juego adecuado y una forma de jugar reconocida por todo el mundo, pero tuvimos también suerte; sin eso, no se consigue nada. Y sin embargo, a otros generaciones anteriores con elementos parecidos les faltó esa suerte.
¿Y cuál diría que fue su principal mérito como entrenador?
Cuando los jugadores ven un entrenador débil, ellos se dan cuenta de todo, del débil y del que sabe poco. Entonces, he intentado siempre una cierta fortaleza emocional y, que si yo tuviera unas limitaciones, ellos no se dieran mucha cuenta. He sabido, primero, lo que era más importante, que era tener un grupo con una buena unión, y luego he intentado aportar las herramientas futbolísticas que yo creía que eran las mejores.
¿El fútbol es solo un juego?
En teoría, es un juego, pero es verdad que tiene un eco y un escaparate muy importante, y a veces se convierte en un mal o un buen ejemplo para muchos jóvenes. A veces la forma de comportarse es la adecuada y otras metemos la pata.
Sí parece evidente que no es igual a cuando usted jugaba.
Ha evolucionado, claro, porque todo evoluciona. Pero en la esencia no tanto: en las relaciones personales, en lo que es un vestuario, no tiene por qué haber cambiado mucho. Al fin y al cabo, son aspiraciones de veintitantos chavales que todos quieren jugar. Tampoco en lo técnico, porque habrá muy buenos jugadores de ahora que podrían jugar antes y de antes que podrían jugar ahora. Sí ha evolucionado como deporte, físicamente, tácticamente, el orden, la organización…
Y sobre todo en la dimensión que ha adquirido como espectáculo…
Pues sí. Yo creo que, aunque se diga que el fútbol está en retroceso y que puede ser que ahora la gente joven no tenga paciencia para ver un partido de dos horas, yo veo que los acontecimientos futbolísticos son muy seguidos por todo el mundo, y en un campeonato de esta índole vamos a tener no a un país volcado, sino a todo el mundo pendiente de los resultados de un Mundial.
Hay quien dice que el fútbol actual se está alejando de la gente.
Si miramos 2010 con la perspectiva de los 12 años que han pasado, te das cuenta de cómo se acercó la gente al fútbol; una gran mayoría se sintió muy contenta. Y además lo miraban no solo como un espectáculo, sino de cómo un país era capaz de ganar un Mundial. ‘Si nosotros estábamos siempre en la cola y ahora somos campeones’. Pues es también un índice de que un país ha mejorado, que ha evolucionado, un país entre comillas moderno.
Hablemos de usted. Con 17 años, se vino a Madrid a iniciar una carrera en el fútbol. ¿Recuerda el día que hizo las maletas?
Sí, fue una aventura, desde luego. Una aventura que inicié con algo de miedo a esa edad. Mis padres sabían que venía a un club que me iban a cuidar, a participar de mi formación, como así fue. Yo lo aprendí todo con mi familia, pero a partir de los 17 años estuve en un sitio que se preocuparon de mí, de que fuera un chaval majo.
De niño uno sueña con todo. ¿Imaginó alguna vez hacer lo que ha hecho?
No, nunca. Jugaba por placer, porque era el juego favorito de todos los chavales. Pero nunca pensé que iba ser futbolista, ni siquiera cuando llegué al Madrid. Hasta que con 18 o 19 años, cuando pasé el primer año en el juvenil, otro en el Aficionados y ya me fui cedido al Castellón, empecé a pensar que podía encauzar la vida por el fútbol y puse todos los medios para que así fuera.
¿Quiénes eran sus ídolos entonces?
El mediocampo que tenía el Real Madrid y que fue campeón de Europa en el 66, los yeyés: Pirri, Grosso y Velázquez. Yo llegué en el 73 y coincidí con ellos; soy de una generación entre los yeyés y la quinta del Buitre.
¿Eran los futbolistas figuras tan relevantes como ahora?
Había futbolistas de una gran fama, como Günter Netzer, un alemán que llegó al Madrid en la temporada 73-74, cuando se permitieron los dos jugadores extranjeros.
¿Y los sueldos?
Yo no me quejo de nada. Del dinero es una bobada hablar. Claro que se han desorbitado, pero si lo generan y se lo pagan…
Tras colgar las botas, se ocupó usted de las categorías inferiores del Real Madrid, donde priorizó la integración de los chavales más complicados. ¿El fútbol puede ser una buena herramienta educativa?
Sin ninguna duda, es una herramienta fantástica para la educación de los jóvenes y para saber lo que es la vida: el simple hecho de competir, el ganar, el perder… Y en un equipo en el que a veces no juegas. A veces, somos los que estamos alrededor de nuestros jóvenes los que hacemos mal el trabajo, preguntando ‘¿has jugado, has marcado?’, como si fuera lo importante.
¿Y puede ocurrir lo contrario, que la fama, el dinero, la competencia o los intereses de terceros tuerzan el camino de un jugador?
Puede ser. Tienes que saber que eres futbolista solo, que no eres nada del otro mundo, y que te ganas la vida así y debes tener una conducta adecuada. Y saber que es solo una época de tu vida, que a los treinta y tantos tendrás que dejarlo y hay que intentar prepararse para el futuro.
No le gustan las celebraciones exageradas.
Cada uno es como es. Yo soy salmantino, un poco soso, sobrio… Cuando metió Iniesta el gol, yo apreté los puños y a veces digo que al verme en la tele pienso ‘me he pasado’. Es una broma. Pero esa normalidad no es mala: ni ser muy exagerado en la victoria, ni tampoco deprimirte en la derrota. Ese equilibro emocional es muy difícil.
Es conocido su compromiso con causas sociales. Pero los futbolistas se cuidan mucho de pronunciarse sobre ciertos temas. ¿Es lo que deben hacer?
Sí. Si a través del deporte alguien te conoce y te estima, luego puedes herirle, es mejor ser prudente. Al final, nosotros hemos defendido una camiseta, la española, y por tanto hay que respetar a todos.
¿Diría que el 11 de julio de 2010 es el día más importante de su carrera profesional?
(Duda). No… Yo pensaba que iba a ser un entrenador formativo, pero cuando me tocó estar al frente intenté trasladar lo mismo que a los chavales que había intentado educar. Y no nos ha ido mal. El respeto del entrenador hacia el jugador y del jugador hacia el entrenador, eso es lo más importante.
¿Y algún día especial como futbolista?
He sido un hombre de un solo club, que durante 36 años ha sido mi vida; me quedo con un recorrido más que un día en concreto. No habrá nadie en España que no le reconozca.
¿Echa de menos cierto anonimato?
No, no. Un día un amigo me dijo que lo mejor en la vida es no exhibirse ni ocultarse, y eso trato de hacer.