George Clooney, director de su propia vida
En los años 90 del siglo pasado, 40 millones de personas se reunían cada semana delante de su televisor en Estados Unidos para ver un nuevo episodio de Urgencias. La razón, en gran parte, era un actor en concreto: George Clooney. Tenía entonces 33 años y llevaba ya casi diez con cameos en otras series, […]
En los años 90 del siglo pasado, 40 millones de personas se reunían cada semana delante de su televisor en Estados Unidos para ver un nuevo episodio de Urgencias. La razón, en gran parte, era un actor en concreto: George Clooney. Tenía entonces 33 años y llevaba ya casi diez con cameos en otras series, secundarios, en episodios pilotos que no salieron adelante. Se había acostumbrado al ritmo televisivo, al rechazo de la industria, a bajar la cabeza y trabajar en todo lo que llegara hasta que llegó el éxito repentino. Por entonces, tenía tantos tics de actor de oficio que, según la leyenda, hasta el propio Steven Spielberg se dio cuenta un día que pasó por el rodaje de la serie: “Este hombre será una estrella si deja de mover tanto la cabeza”, parece que dijo.
Spielberg estaba en lo cierto, admite ahora Clooney. Aunque aupado por ese triunfo en la pantalla pequeña empezaron a llamarle para el cine y comenzaron a seguirle los medios, él tardó años en conseguir la confianza buscada. Era el hombre más sexy del mundo y eso, automáticamente, parecía convertirle en mal actor. Nadie se paraba a mirar un poco más allá. “Creo que fue solo hace 10 o 15 años cuando llegué al punto de decir, ‘no puedo seguir intentando demostrar que soy buen actor –contaba en una entrevista en estos años pandémicos–. Ahora por fin me siento más cómodo, después de haberme peleado durante años, de darlo todo, de dejarte la piel demostrando que eres actor, un día te cansas y dices ya está”.
George Clooney nació en Kentucky (Lexington, 1961) y vivió también en Ohio. Hijo de una concejala y de un respetado periodista radiofónico y televisivo. Aunque parecían estados y mundos alejados del show business, estaba su tía Rosemary Clooney, una famosa cantante que había actuado con Bing Crosby. Ella fue un poco su faro cuando decidió abandonar los estudios en contra de la opinión de sus padres y marcharse a Los Ángeles. “Mi padre se enfadó mucho y ahora puedo entenderlo”, recuerda. Pero tampoco fue una decisión de rebeldía, la hacía también desde el respeto a esos progenitores “a los que no quería avergonzar. Una regla que siempre me ha seguido fue lo que me dijo mi padre cuando decidí intentar ser actor: ‘No me importa lo que hagas en la vida, pero desafía a la gente más poderosa y defiende a aquellos que tienen menos poder”, relata.
Diferentes caminos hacia la fama
Aquella máxima ha marcado claramente la carrera y vida de George Clooney, quien pudo haber seguido el camino recto y fácil de la fama. Un camino vacío de significado, de elecciones de películas taquilleras y formulaicas, de alfombras rojas y fiestas. Y, sin embargo, emprendió una subida escarpada, llena de proyectos con directores independientes (Sodebergh, los hermanos Coen…) y en la que, al final, le esperaba lo que realmente quería hacer y no sabía: escribir, producir y dirigir. Crear sus propias historias. “Tenía 33 o 34 años cuando el éxito llegó, era lo suficientemente maduro para darme cuenta de lo poco que tenía que ver la fama conmigo”, dice.
Abierto hasta el amanecer, de Robert Rodriguez (1996), fue la primera película que hizo durante el éxito de Urgencias. Un filme de clase b, de vampiros y maleantes. Totalmente inesperado para alguien que reunía 40 millones de seguidores semanalmente. Lo continuó ese mismo año con un intento de galán de comedia romántica en Un día inolvidable con Michelle Pfeiffer; esa parecía ser la dirección que Hollywood esperaba y acabó siendo la primera y última comedia realmente romántica (no se puede contar del todo el humor negro de los Coen en Crueldad intolerable, 2003) que haría en las siguientes tres décadas… hasta ahora. Este mes, a sus 61 años, cuando ya puede hacer lo que le dé la gana, protagoniza junto a una vieja amiga y una de sus coprotagonistas con más química, Julia Roberts, Viaje al paraíso (estreno 16 de septiembre). “La escribieron para nosotros, nos mandaron el guion, lo leí, llamé a Julia, le pregunté si la iba a hacer, ella me preguntó lo mismo y yo le dije que si ella la hacía, yo también”, cuenta Clooney.
Viaje al paraíso es la primera película en la que actúa y no dirige desde Money Monster (donde también coincidió con Julia Roberts, ambos a las órdenes de Jodie Foster) en 2016. En estos cuatro años ha dirigido dos películas, Cielo de medianoche, que también protagonizaba él, The Tender Bar, donde no salía, y la miniserie Catch-22, donde se reservó solo un pequeño papel. Después de tanta lucha para ser considerado buen actor, ¿se acabó el Clooney actor? En sus últimas apariciones públicas da muchas razones para pensar que le veremos mucho menos en pantalla.
“Para empezar, no hay tantos papeles buenos ahí fuera”, admite mientras habla de Viaje al paraíso y de la siguiente película que protagonizará junto a otro amigo y buen compinche de rodaje, Brad Pitt. Para continuar, está su propia vida personal. Casado desde 2014 con la abogada internacional de derechos humanos, Amal Alamuddin, padres de dos hijos gemelos, Ella y Alexander, ha antepuesto la familia a la interpretación. Y el primer sorprendido es él. “Yo no quería casarme, no quería tener hijos, pero entonces este ser humano extraordinario se cruzó en mi vida y supe desde el primer minuto que todo iba a ser diferente”.
Esgrime otras razones para su alejamiento de la actuación. Una es la saturación, el sentir que lo ha hecho todo o casi todo. “Cuando ya llevas tanto tiempo, miras a tu alrededor y te preguntas qué más puedes hacer por este negocio, porque amo este negocio, y además no quiero, a mis 61, preguntarme por cómo me ve ese director de casting o aquel productor. Quería involucrarme más”. Así ha decidido crear. “El director es el pintor; el actor y el guionista son los cuadros”, dice. Y se vuelve sobre sus referentes los Spencer Tracy o Cary Grant. “No tuvieron carreras tan largas. Como actor no tienes nunca el control total de tu carrera. Si tienes suerte, puedes llegar a elegir y decir no a las malas, coger solo buenas películas, pero yo ya he hecho ambas y según el tiempo avanza, es aburrido ser solo actor”.
El dinero tampoco es un aliciente. Los millones generados por taquillazos como la saga Ocean’s Eleven; incluso por desastres de crítica como Batman & Robin, su único arrepentimiento reconocido; y, sobre todo, el dinero que ha ganado como imagen de marcas como Nespresso y con la venta de su empresa de tequila Casamigos (700 millones de dólares, se dice) le ha permitido regalar a sus 14 mejores amigos un millón de dólares, tener tres casas por el mundo, entre ellas, su famoso palazzo al borde del Lago Como, y ser un donante solidario de múltiples causas internacionales, ahora también con la fundación creada por él y Amal.
Se habla de Clooney como una estrella de la vieja escuela, como esos Cary Grant, Gregory Peck o Paul Newman a los que admira, porque incluso en los años que cambiaba de pareja cada año no ha protagonizado ni un escándalo: siempre elegante, irónico, inteligente, pero ha llevado su estilo del Hollywood clásico un paso más allá con un compromiso político y humano que genera tanta o más atención. Y se ha puesto al mando de una carrera que es única.