Carmen Webner: bailar, comunicar, existir
Cuando daba clases de educación física, reunió a un grupo de 13 alumnos de bachillerato para montar su primera compañía de danza. Corrían los años 70. Cinco de ellos son ahora reconocidos coreógrafos e intérpretes. Ella, la impulsora de aquel proyecto, es Carmen Werner (Madrid, 1953), una de las más prominentes figuras de la danza […]
Cuando daba clases de educación física, reunió a un grupo de 13 alumnos de bachillerato para montar su primera compañía de danza. Corrían los años 70. Cinco de ellos son ahora reconocidos coreógrafos e intérpretes. Ella, la impulsora de aquel proyecto, es Carmen Werner (Madrid, 1953), una de las más prominentes figuras de la danza en nuestro país, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2020) y Premio Nacional de Danza (2007), entre otros muchos reconocimientos.
El pasado 23 de mayo, en el marco del Festival Madrid en Danza, estrenó 1953, una obra en la que, por llevar como título su año de nacimiento, se adivina algo de vista atrás. Pero no lo sabemos, entre otras razones, porque cuando esta entrevista se realizó, a un mes del estreno, la obra seguía aún evolucionando. Así es como funciona Werner al crear una obra de danza: “Primero tengo que encontrar mi punto de partida, qué es lo que quiero contar –relata–. Cuando lo tengo, empieza el desarrollo: tengo reuniones con los intérpretes y con mi ayudante de dirección en las que surgen propuestas; hago fragmentos de banda sonora; y entonces doy pautas de trabajo y empezamos con las improvisaciones. Y yo, que lo grabo todo, voy diciendo ‘por aquí no’ o ‘esto me interesa’. Y puede ocurrir que lo que empezó con un punto de partida x se vaya luego a un x.2”.
Carmen Werner crea al menos una obra por año, a veces más, para su compañía Provisional Danza –“no sabíamos qué nombre ponerle y buscamos uno ‘provisional’”– que, aunque dio sus primeros pasos algo antes, cumple ahora ‘oficialmente’ 36 años. “No me gusta recuperar obras pasadas; solo lo hago cuando nos lo piden –explica sobre esta hiperproducción–. Me aburro, necesito cambio: esto está hecho, lo he bailado suficiente, vamos a por otra. Me flipa crear”.
Lo tenía claro desde muy joven: quería ser bailarina. Pero, ante la oposición de los padres, que querían dirigirla hacia Filosofía y Letras, acabó en Educación Física y como profesora en ese centro en el que utilizó las extraescolares para dar, por fin, los primeros pasos en la danza. Luego, se formó todo lo que pudo, estudiando Danza Clásica y Contemporánea en Madrid, Barcelona y Londres. Un apunte para los neófitos: esa formación clásica es fundamental para bailar, por muy personal y poco académico que uno se pretenda. “Si vas a escribir un libro –ejemplifica Werner–, tienes que saber gramática, tener vocabulario, dominar la puntuación… Cuanto más conocimiento tengas, mejor, para obviarlo o coger lo que te interesa”.
Carmen Werner tiene a la coreógrafa y bailarina alemana Pina Bausch (1940-2009) entre sus ídolos. Lo ha visto todo de ella, pero la primera vez, con la obra Café Müller, algo hizo clic en su cabeza y descubrió otra forma de entender la danza. “Estaba acostumbrada a una danza hipertécnica, académica, a ballets y compañías con ese estilo, y de repente vi una obra que era bailada pero también narrada, y que contaba una historia”. Y, desde entonces, Werner empezó a desarrollar otro tipo de trabajo en el que incluye “texto, interpretación, mucho cuerpo y un montón de cosas, todo lo que sé e incluso hasta lo que no sé”, bromea.
Ella, que ha dado clases en diferentes etapas y formatos, cree que el estado de la danza en España “es una pasada, brutal, con una gran diversidad de estilos y mogollón de coreógrafos y bailarines flipantes”. Y confiesa: “Nunca he pretendido triunfar, ni lo pretendo, ni lo pretenderé. Me gusta pasarlo bien. Esta es mi vida, es mi hobby”.