Dubai: de ciudad en medio del desierto a emirato millonario
Los mapas, planos y guías son un negocio muy rentable por estas latitudes. Es necesario actualizarlos continuamente, y los taxis están en contacto vía radio para consultarse direcciones desconocidas, porque cada seis meses la ciudad añade tentáculos de cemento y acero, se articulan túneles y pasos elevados para formar nuevos laberintos, y, por la noche, […]
Los mapas, planos y guías son un negocio muy rentable por estas latitudes. Es necesario actualizarlos continuamente, y los taxis están en contacto vía radio para consultarse direcciones desconocidas, porque cada seis meses la ciudad añade tentáculos de cemento y acero, se articulan túneles y pasos elevados para formar nuevos laberintos, y, por la noche, brillan las luces de los barrios que no se detienen jamás. Sí, Dubai es la apuesta más desenfrenada que urbanistas, arquitectos, ingenieros, empresas constructoras (y consiguientes financieras) hayan soñado jamás.
El 20% de las grandes grúas para la construcción existentes en el mundo están ocupadas en este país tan pequeño como Luxemburgo, uno de los siete estados asomados al golfo Pérsico que forman la federación de los Emiratos Árabes Unidos. En el país, quien teme una burbuja especuladora es despachado con sonrisas de compasión. Es una carrera perenne por superarse: los 321 metros del Burj Al Arab, el hotel con forma de vela convertido en símbolo de la ciudad (igual que la Torre Eiffel lo es de París), quedan eclipsados por los 800 del Burj Dubai, la torre más alta de nuestro planeta.
En Occidente, todos han visto las sorprendentes imágenes de la península artificial en forma de palmera, frente a la playa de Jumeirah, donde estrellas europeas del deporte y del espectáculo se han comprado casa. No está mal para un pequeño país constreñido entre el mar y el desierto, que hace apenas 45 años, cuando los ingleses dejaron de considerarlo un protectorado y se retiraron, sólo tenía a sus espaldas un pintoresco pasado de buscadores de perlas y de piratería, y un presente hecho exclusivamente de pozos de petróleo, ese oro negro de Dubai, descubierto a mediados de los años 60.
Las atracciones “colaterales” son, igualmente, muy numerosas en Dubai: 65 restaurantes, desde fast food a la cocina francesa más refinada, a las barbacoas de carne sudafricana, a la inevitable spaghetteria con camareros vestidos como gondoleros venecianos. La zona de cines, con 12 salas; un parque de atracciones, el Magic Planet, donde quien está cansado de la bolera o de los coches de choque puede divertirse con el último videojuego, mientras casi por doquier se exhiben patinadores polacos sobre pistas de hielo artificial o patéticos, pero excelentes, acróbatas del Circo de Pekín.
La nieve en el desierto
Un poco menos concurridas están las perfumerías tradicionales, que exhalan aromas a almizcle, ámbar y algalia propios de los harenes. Chanel, Dior, Armani y las demás marcas europeas han salido ganando, al ser sus fragancias más adecuadas para los abrigos de visón que llevan las mujeres en el Snow Park del mall. Allí, en una estructura que desde el exterior parece una nave espacial de plata, los espejismos del Golfo se materializan en una pista de esquí indoor, con 600 metros de auténtica nieve y de falsos abetos, skilift y un restaurante a la entrada que sirve raclettes suizas junto a una chimenea con fuego simulado sobre una pantalla ultraplana, mientras fuera, en el aparcamiento para 7.000 coches, arrecian 45 húmedos grados a la sombra.
El lujo como forma de vida
La actividad más vistosamente practicada en Dubai es la que antaño se denominaba comercio. El shopping es a Dubai lo que el críquet a Inglaterra: el deporte nacional al que se dedican no sólo los habitantes, sino también muchedumbres atraídas desde todos los puntos cardinales por el easy spending. Hay incluso un Shopping Festival que se celebra cada año, en enero.
El festival es anual, pero la fiesta es cotidiana. Quien entra en el Mall of Emirates se siente como Alicia entrando en la madriguera del Conejo Blanco y saliendo en el País de las Maravillas. Oriente y Occidente concurren en él atraídos por el shopping sin fronteras, por ese alegre delirio que impulsa cada día a decenas de miles de personas a deambular por los 600.000 metros cuadrados y los 400 puntos de venta de todo tipo que el centro comercial alberga.