Einstein, Kipling o García Márquez: 10 Nobel que cambiaron la historia
Albert Einstein Nobel de Física en 1921. Einstein (arriba en la imagen) partió de dos paradojas. La primera: si yo corro tan rápido como un tren, el tren me parece parado, pero si corro tan rápido como la luz, la luz tiene que seguirme pareciendo tan rápida como siempre, porque su velocidad es una propiedad […]
Albert Einstein
Nobel de Física en 1921. Einstein (arriba en la imagen) partió de dos paradojas. La primera: si yo corro tan rápido como un tren, el tren me parece parado, pero si corro tan rápido como la luz, la luz tiene que seguirme pareciendo tan rápida como siempre, porque su velocidad es una propiedad fundamental de la naturaleza. La segunda: cualquiera puede sentir la aceleración cuando va en un coche o en un ascensor, pero no cuando salta al vacío. La solución a estas dos paradojas revolucionó para siempre la física, y con ella nuestras vidas.
Gabriel García Márquez
Nobel de literatura en 1982. Si no se le hubiese ocurrido dotarla de una estructura circular, Gabo estaría aun escribiendo ‘Cien años de soledad’, la novela eterna, el mayor monumento literario al acto que contar. Pero un día cerró ese círculo, el libro encontró su final, pasaron los días y los libros, y se puso a escribir otra historia imposible. Su título es el más parafraseado y parodiado y repetido de la historia: ‘Crónica de una muerte anunciada’. Es una narración que revela fu final en la primera línea y, por lo tanto, anula de raíz, el interés de saber qué pasó al término de esa truculenta jornada nupcial. Sólo que en manos de García Márquez el interés se mantiene vivo hasta la última página. Gabo será para siempre el maestro de las palabras bien puestas y de las historias inverosímilmente bien contadas.
Santiago Ramón y Cajal
Nobel de medicina en 1906. La mejor forma de entender el empuje científico del neurólogo español es compararle con su rival italiano Camino Golgi, con quien compartió el Nobel de Medicina en 1906. Ambos investigaron la estructura cerebral con la misma técnica, pero Golgi dedujo erróneamente que el cerebro era una red ‘continua’, y Cajal ‘vio’ que estaba compuesto por neuronas aisladas y polarizadas: una mezcla de buena microscopía y asombrosa intuición.
Marie Curie
Nobel de Física en 1903 y de Química en 1911. La imagen de Maria Slodowska –Marie Curie- es uno de los emblemas de la ciencia mundial. No solo porque aclaró la naturaleza de la radiactividad, descubrió dos elementos químicos –el radio y el polonio, llamado así en honor a su país natal- y recibió dos premios Nobel, también por su esfuerzo constante en dedicar sus descubrimientos al alivio del sufrimiento humano. Todo ello en un mundo entonces muy difícil, sobre todo para una mujer.
Orhan Pamuk
Nobel de Literatura en 2006. Ni siquiera las canas logran disuadirnos. Orhan Pamuk sigue teniendo el mismo aspecto de chico de instituto que tenía cuando nos llegó su primera foto, hace quince años. Su sonrisa cautiva y sobre todo, desarma, como desarma su defensa de la verdad, aunque sea una verdad dolorosa. No perdió ni su aspecto juvenil ni su sonrisa bonachona cuando los islamistas trataron de agredirle por decir en Turquía lo que algunos turcos no quieren oír, que han cometido terribles matanzas de armenios y de kurdos. Ahora bien, aunque la prensa ha celebrado su Premio Nobel por las resonancias políticas, habría que aclarar que Orhan Pamuk es un escritor. Un extraño escritor oriental que trabaja sobre esquemas occidentales. En Occidente, lo primero suyo que leímos fue un relato de un niño que vivía en Estambul y que escuchaba pasar los barcos del Mediterráneo al Mar Negro.
Rudyard Kipling
Nobel de literatura en 1907. Triunfó con sus cuentos de fantasmas en la India colonial, con apenas 20 años; enterró a su hijo en la guerra del 14 cuando a él aún le quedaba infinita vida por delante. Fue el heraldo del Imperio, el cantor de las glorias militares y políticas de los británicos. Y, sin embargo, entendió como nadie qué sueños criminales albergaban sus propios héroes. El hombre que quiso reinar cuenta con lucidez el revés de la trama colonial, la locura del hombre que se cree Dios. Pero Kipling va incluso más allá, y puede escribir también el más grande himno a la inocencia del siglo. ‘Kim’, la novela de aventuras por excelencia , es el libro por el que le recordaremos siempre Fernando Savater y unos cuantos lectores más. Y millones de niños en el mundo han leído, leen y seguirán leyendo ‘El libro de la selva’, sin saber que Baloo y Bagueera y la serpiente Ka fueron engendradas por este escritor único.
Barbara McClintock
Nobel de Medicina en 1983. Más de la mitad de nuestro genoma consiste en trasposones: elementos de ADN capaces de saltar de un lugar a otro, procedentes de antiguos virus. Cuanto más se sabe de ellos, más claro resulta que han tenido una importancia capital en la evolución, y que la siguen teniendo en el desarrollo y la enfermedad humana. Los descubrió Barbara McClintock en los años 40, pero sus elegantes experimentos y sus inteligentes teorías fueron despreciados durante 40 años.
Francis Crick
Nobel de Medicina en 1962. La revolución genética en que vivimos inmersos nació en buena medida de la cabeza de este físico británico. Recibió el Premio Nobel por la doble hélice del ADN, pero debió recibir otro más. La doble hélice –dos enormes ristras de solo cuatro compuestos químicos- implica que la información genética es un ‘texto’, es decir, que está contenida en el orden de esos compuestos en cada ristra, y fue Crick quien descubrió las reglas básicas de este gramática de la vida.
Albert Camus
Nobel de literatura en 1957. En la vida le derrotó Jean-Paul Sartre, el hombre bien pensante, el compañero de viaje de la izquierda oficial, ese otro ganador del Nobel que se permitió el lujo de no ir a recoger el premio. Pero Camus ha ido creciendo con los años, sobre todo como la figura ingobernable, crítica y rebelde, que los jóvenes siguen leyendo. Es el equivalente europeo a Jack Kerouac. Un mito romántico que aumenta de valor conforme los años pasan, cosa que no puede decirse del autor de ‘La náusea’. La clave está en algunas de sus obras: ‘El extranjero’, pero también su gran ensayo ‘El hombre rebelde’. The Cure dedicó una canción (‘Killing an Arab) a la famosa escena del asesinato sin emoción que preside el arranque de ‘El extranjero’, y con ello dio fe de su pasión compartida por la figura y obra de un escritor que, cuando sí fue a recibir un galardón, dijo: “La escritura no debe estar al servicio de los que hacen la historia, sino de aquellos que la padecen”.
Wiliiam Faulkner
Nobel de literatura en 1949. Dicen que bajó del avión que le llevó de Estados Unidos a Suecia para recibir el galardón más borracho que todos los nóbeles de la historia juntos. Sin embargo, llevaba escrito en un bolsillo de su americana el más bello discurso jamás pronunciado en ese contexto, un discurso de reconciliación racial. No ha habido en el siglo XX escritor más oscuro que el Faulkner de ‘Absalón, Absalón’, ni tampoco ninguno más transparente que el de ‘Luz de Agosto’. Como ahora no se le suele leer, recomiendo ‘Gambito de caballo’, una colección de historias policíacas, como introducción ligera. De hecho, lo que más conocemos de Faulkner son los mejores diálogos del cine negro. En los años cuarenta, trabajó y haraganeó en Hollywood al lado de su amigo Howard Hawks y él le escribía esas frases que Bogart y Bacall decían como nadie.