Pesadilla de Navidad: llegan las cenas de empresa
1. Nunca sentarse en la mesa del jefe. El vinito, el aperitivito, las cervecitas (porque a estas alturas ya todos hablan como Flanders, el vecinito perfectito de Homer Simpson) causan estragos a los 15 minutos de empezar la cena. No hemos comido nada, sólo bebido muy rápido y la lengua toma vida propia, no atiende […]
1. Nunca sentarse en la mesa del jefe.
El vinito, el aperitivito, las cervecitas (porque a estas alturas ya todos hablan como Flanders, el vecinito perfectito de Homer Simpson) causan estragos a los 15 minutos de empezar la cena. No hemos comido nada, sólo bebido muy rápido y la lengua toma vida propia, no atiende a las órdenes que le lanza el cerebro, se siente libre y empieza a soltar lo que no está escrito… Para todos, irremediablemente, te has convertido en El Soplón. Te quedaste sin amigos. El jefe para colmo, te agradecerá los servicios prestados pero te verá, para siempre jamás, cual culebrilla que se arrastra por los pasillos de una oficina en la que todos están deseando aplastar.
2. Enseñar, insinuar, entregar, cumplir.
Esta regla tiene el siguiente desarrollo. Mujer: nunca muestres lo que no estés dispuesta a entregar. Hombre: nunca insinúes nada que no puedas cumplir. El vino, ese sagrado licor que traspasando la garganta solo produce placer, nos empujará, nadie sabe por qué, a cumplir nuestras secretas fantasías… que si me lo monto con la secretaria en el reservado… Que si le doy caña al de personal por debajo de la mesa… pero las fantasías, fantasías son y en ese reino deben quedar. Si se escapan y se materializan… Cavarán nuestra propia tumba. A ver quién se atreve a saludar después, y verse todos los días, incluidas sus parejas oficiales.
3. Pañuelos de cuatro nudos en la cabeza, desterrados.
Ha terminado la cena, te has bebido varias botellas, varias copas, suena la música y de repente oirás nítidamente frases que solo tú, recuerda, sólo tú, escucharás: “Sal y demuéstrales lo que vales. ¡Deshiníbete, que es Navidad!” Y tú, macho o hembra alfa de la oficina, olvidas tu dignidad (que se quedó en una de esa botellas), te pones un pañuelo de cuatro nudos en la cabeza y sales a bailar, encima de la mesa, por entre los pasillos… te entregas, te entregas… sólo escuchas carcajadas y ánimos de tus compañeros: “¡Danos más, danos más!” Y tú se lo das todo hasta caer exhausto encima de un plato grasiento de jamón. Eterno, serás eterno, porque te han grabado al menos cinco de tus más acérrimos enemigos y te han colgado en Facebook, en Youtube y el más envidioso te ha twitteado por la red. Qué puedo decirte a estas alturas… Te lo dije: los pañuelos de cuatro nudos en la cabeza sólo traen desgracia.
Lo mejor es siempre la sabiduría ancestral: compórtate, finge, sé amable con todos, sonríe al jefe sólo lo imprescindible, no ligues con nadie a quien no te atreviste a entrar antes de la cena, espera sabiamente. Sólo así saldrás indemne de este infernal bucle de las cenas de empresa. Empiezan con ingenuidad y terminan como el rosario de la aurora.