Vincent Cassel, una carrera de riesgo en riesgo

Vincent Cassel, una carrera de riesgo en riesgo

Vincent Cassel (París, 1966) creció en sets de rodajes y entre bambalinas en el teatro. Siguiendo y observando a su padre, Jean-Pierre Cassel. Así que no tuvo dudas, en realidad casi no vio opciones, tal como lo cuenta él, cuando empezó a pensar en su futuro. “En el momento en el que quise tomar el […]

Vincent Cassel (París, 1966) creció en sets de rodajes y entre bambalinas en el teatro. Siguiendo y observando a su padre, Jean-Pierre Cassel. Así que no tuvo dudas, en realidad casi no vio opciones, tal como lo cuenta él, cuando empezó a pensar en su futuro. “En el momento en el que quise tomar el control de mi vida, lo más fácil era proyectarme en un escenario, ni siquiera en películas; cuando empecé era el teatro”, recuerda. E incluso el circo. Dando la espalda a la educación y entorno privilegiados en los que había crecido, empezó trabajando con colegas, sin necesidad de dinero ni muchos recursos, solo sus ganas y energía. La misma actitud que vertió en la primera película que le lanzó como actor y aún marca su carrera: El odio (La Haine), de Mathieu Kassovitz (1995). Una película de la que no le importa seguir hablando porque sabe que aún es importante y lo será; que fue, como tantas otras después (Irreversible, Promesas del Este), una elección no sencilla. Cassel puede hoy mirar atrás y ver diversidad, valentía, riesgo, cero comodidad en sus personajes tanto dentro de las fronteras francesas como en títulos en Estados Unidos (Cisne negro, Jason Bourne).

En estos meses, de hecho, hace gala esa casi obsesión por evitar las etiquetas, estrenando muy seguidas la comedia Astérix y Obélix y el reino medio; la serie Liaison y la película que llega ahora (14 de abril), Los tres mosqueteros: D’Artagnan, primera parte de un díptico de capa y espada que adapta de nuevo la novela de Alejandro Dumas. En ella, Cassel es Athos. Coincidencias de la vida y del cine, su padre fue D’Artagnan en la versión de Abel Gance, Cyrano y D’Artagnan (1964), y formó parte de una de las más populares, la de Richard Lester (1973), un rodaje en el que el pequeño Cassel estuvo y empezó a ver de qué iba esto de la interpretación que ahora es su vida. Aunque sin tomárselo demasiado en serio. Si quizás por sus elecciones de personajes y proyectos, Cassel como actor impone, en persona su simpatía y cercanía desarman. No tiene las preguntas preparadas, no sigue un guion promocional. Es sincero. Se relaja en su sala de estar al otro lado de la pantalla, vía Zoom, y se pone más intenso de lo que planeaba porque, en realidad, lo que le gusta es la vida fácil y feliz.

[caption id='attachment_5985' align='alignnone' width='1024']Vincent Cassel con abrigo de Prada y reloj de Audemars Piguet. Vincent Cassel con abrigo de Prada y reloj de Audemars Piguet.[/caption]

Otra adaptación de 'Los tres mosqueteros'. ¿Pensó eso cuando le llegó la propuesta?

No, porque no había ninguna hecha por franceses en los últimos 75 años. Y lo interesante es que se ha invertido mucho dinero y esfuerzo en una gran producción de esta magnitud. Una película de época necesita mucho dinero o parece cutre.

Es Athos, ¿puede que sea el personaje más amable que ha interpretado?

No sé qué significa ser amable, creo que es solo una forma de esconder la complejidad del alma humana. De joven yo tenía un disfraz de mosquetero y supongo que mi favorito era D’Artagnan, pero ahora me siento más cercano a Athos, tiene un pasado terrible que le persigue, carga ese drama sobre sus hombros, la culpa… Hay mucha emoción en el personaje. No sé si amable, pero es honesto y eso ya es una gran cualidad.

Honor, orgullo, amistad, valentía, lealtad… son algunos de los valores que representan Los tres mosqueteros. ¿Son aún importantes hoy?

Sí, vivimos en una era tan complicada… Pero amistad y hermandad deberían ser recordados porque estamos cada vez más separados, diferenciados, ya sea por orientación sexual, género, color de la piel, religión… Todo son etiquetas y todos nos vamos aislando. Todo lo que nos una, hay que ponerlo en valor y recordarlo.

En estos tiempos que tanto se habla de nuevas masculinidades, ¿cómo sería un mosquetero actual?

No sé qué significa eso que llaman nueva masculinidad. Si implica ser más femenino, creo que hay algo equivocado. No creo que exista una única nueva masculinidad. Creo que si hablamos, por ejemplo, de hombres que ocupan más espacio en la familia, eso es maravilloso. Como padre estoy más presente que lo que mi padre estuvo en su tiempo. Si ser un hombre actual es quejarse más o llorar más o no tener responsabilidad sobre tu familia, no creo que sea lo correcto, creo que esa nueva masculinidad es una estafa.

A Athos le dicen en la película: “El mejor legado que un caballero puede dejar es su ejemplo”. El legado o ser un ejemplo, ¿son conceptos que le importan?

No, para nada [se ríe]. No estoy aquí para dejar nada después de mí. No hay blancos y negros. Lo que intento hacer con mis personajes es buscar los grises, las sombras, las luces, lo que no es evidente. La gente se empeña en decir que solo interpreto villanos. No, solo hago tipos reales. Y en mi opinión coincide que la mayoría de los malos en las películas son una representación más realista de cómo la gente actúa en la vida, tienen problemas, fantasmas, un lado oscuro. Yo no intento juzgar lo que hacen mis personajes, solo entenderlos. Y si de verdad lo intentas, puedes entender hasta al peor tipo mundo.

¿Actuar es una terapia?

No, para nada, no lo elevo a ese nivel porque entonces es demasiado serio, lo que intento es pasarlo bien. Si te pones demasiado serio o dramático, no sale nada auténtico.

Pero empezó en películas importantes, serias e intensas, como El odio, que se estudia en escuelas de cine y sociología.

No estoy de acuerdo. Si miras la estructura de El odio, el centro de la película es casi una comedia italiana neorrealista de los 60. Para mí, eso es el mejor cine porque es divertida, social, bonita, profunda, triste… Y cuando la rodamos, lo pasamos muy bien.

Y 'El odio' es ya parte de su legado.

Sí, es cierto, y también Irreversible. Con las dos me pasó que, cuando las rodamos, dije que se estudiarían en las escuelas de cine en el futuro. Y así es. Se hicieron con valentía, tienen un objetivo, un sentido. Y a la vez prometo que fueron divertidas de hacer. Tienes que divertirte o no merece la pena.

¿Alguna vez ha dejado de pasárselo bien en este trabajo?

Tenemos que empezar por definir bien qué es este trabajo. Mi trabajo es actuar entre “acción” y “corten”, y estar en proyectos interesantes. Esa parte aún me gusta. ¿Lo demás? Todo eso de hacer de actor en la vida real… Eso es trabajo en el mal sentido.

Ha sido imagen de varias marcas de moda y belleza –ahora de Prada–. ¿Esa parte del trabajo es divertida?

Bueno, es una mezcla entre narcisismo y mucha libertad. Siempre lo digo: es mejor hacer una buena campaña que una mala película.

¿Cree que su aspecto físico ha tenido impacto, para bien o para mal, en su carrera?

Creo que debes tener claro lo que tienes y lo que no tienes, y usarlo lo mejor que puedes. Se pierde tiempo y energía intentando ser algo que no eres. Por ejemplo, yo tengo las piernas muy delgadas, parezco un gallo; pues recuerdo ver los dibujos de Astérix y Obélix cuando era pequeño y ver que Julio César era fuerte de cuerpo y delgado de piernas. ¿Qué le dije a la diseñadora de vestuario de la película? Necesito mi falda más corta, porque es más ridículo y le da más sentido al personaje. Tenemos que crear desde lo que tenemos y olvidar lo que no tienes. No puedes fingirlo. Mucha gente usa maquillaje, prótesis. Para mí es más importante lo que te quitas que lo que te pones.

¿Cuándo se dio cuenta de qué tenía?

Es algo que vas aprendiendo. Ser actor me ayudó mucho a construir mi identidad. Tienes que confiar en tus elecciones, son una representación de lo que sientes. Pero no lo comprendes enseguida, necesitas tiempo. Cuando eres más joven, eres complejo y estás acomplejado también. Hasta que un día te das cuenta de que la mejor versión de ti solo saldrá cuando te aceptes a ti mismo tal y como eres. A mí me atrae gente como Jean Paul Belmondo, para mí era una de las personas más carismáticas del mundo, y no sería el más guapo. Seas como seas, si no te sientes cómodo, será un hándicap. La única forma es aceptar quién eres. Mira Javier Bardem. Es uno de mis actores favoritos, porque no le importa lo que piensen de él. Tiene ese algo muy masculino, no intenta ser un chico bonito. También le pasa a Robert De Niro, Benicio del Toro…

Pero al estar tan expuestos, será difícil abstraerse de lo que digan los demás.

No son los otros lo que te definen, no hay que escuchar lo que los demás digan, céntrate en tu trabajo, en tu vida, en tus elecciones… Pero es verdad que hoy día ocurre lo contrario, se supone que necesitamos la validación de todos constantemente.

ETIQUETAS: