Alberto Iglesias: el actor de teatro que mejor conecta con el público
Sucede con ciertos actores que cuando salen a escena concitan de inmediato la atención del público, tienen eso que llaman peso escénico, presencia, luz…. Sucede con Alberto Iglesias, santanderino del 75 y un artista hecho a sí mismo a base de talento, constancia y un secreto que confiesa: “La suerte de trabajar con los grandes […]
Sucede con ciertos actores que cuando salen a escena concitan de inmediato la atención del público, tienen eso que llaman peso escénico, presencia, luz…. Sucede con Alberto Iglesias, santanderino del 75 y un artista hecho a sí mismo a base de talento, constancia y un secreto que confiesa: “La suerte de trabajar con los grandes y estar muy despierto para aprender de ellos”.
Su biografía no deja tregua: desde 1993, con 18 años y tras sus pinitos en el colegio, el actor es reclamado por La Machina Teatro para un Macbeth haciéndose un hueco en la compañía cántabra, con la que vive una década de giras y se inicia en la escritura teatral, otra de sus pasiones que cobra impulso con el XX Premio Palencia de Teatro 2000 por 'El cazador de palomas'. Debido a su pronta incorporación al oficio, Iglesias hizo de la práctica su escuela convirtiéndose a la vez “en un cursillista profesional”, que se ha nutrido de un amplio catálogo de maestros de la talla de Fermín Cabal, Helena Pimenta, Phillys Nagui o Enrique Vargas.
“Acabo de cumplir 25 años como profesional de las tablas”, proclama satisfecho. Tiene mucho mérito para quien salió de su pueblo, Sancibrián, sin más padrino que “el amor por la literatura” que le transmitieron sus padres, y ha construido una sólida carrera trabajando a las órdenes de Lluís Pasqual en 'La Tempestad'; de John Strasberg en Cyrano de Bergerac; de Daniel Veronese en Glengarry Glen Ross; de Miguel del Arco en 'De ratones y hombres' –papel que le valió en 2013 el premio de la Unión de Actores–, o de José Carlos Plaza en 'Hécuba', con su memorable Poliméstor.
Si hay un mentor en su carrera es Mario Gas: “Asistí a un curso que impartió en Santander y le dije que quería estar en su montaje 'Un tranvía llamado deseo'”. Comenzó entre ambos una fructífera alianza que se afianzó con la escritura al alimón de Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano y eclosionó en el taquillazo de Incendios, de Wajdi Mouawad, donde asombró con “el reto de desdoblarse en seis personajes”.
Para quien actuar es un proceso místico, “que requiere olvidarse de uno mismo para que aflore el personaje”, encarnar al Loco de 'La Strada', en la versión del filme de Fellini que dirige Gas, es una gozosa transformación: “Me abre un abanico de posibilidades, es un 'clown' triste que ríe, que toca el violín, que hace el payaso, que se encabrita…”, aunque Alberto sabe que “la imaginación del público será la que termine de componer el personaje”.