
Diego Martín: pasión por el buen gusto
La sensatez, la profesionalidad y el buen gusto definen su carrera como actor. Presente en múltiples series y películas en las que queda patente un estilo muy personal, se decanta por la variedad, el dinamismo y la precisión de lo audiovisual. Diego Martín y Breguet protagonizan una sesión en la que se rinde pleitesía a la historia y el verdadero estilo. Estilismo: María Larrú.
Su nombre aparece en los créditos de series y películas desde finales de los 90 y nunca le ha faltado trabajo, pero, como dice Diego Martín (Madrid, 1974), “esta es una profesión en la que es muy complicado diseñarte qué quieres hacer y trabajas sin ser consciente de qué va a ser de los productos en los que te embarcas. No existen las fórmulas”.

El Derecho perdió un abogado; el cine ganó un actor. ¿Se imagina su vida si no hubiera elegido la interpretación?
No sé si la disyuntiva era con el derecho o con una tercera vía, pero la verdad es que me lo pregunto a menudo. Lo cierto es que esa decisión me ha permitido llegar hasta donde estoy.
Mucha gente le identifica a usted más en su lado cómico que en el dramático…
Es curioso, porque cuando llegó Aquí no hay quien viva, la gente era escéptica porque yo venía de hacer cosas más dramáticas, y después de eso costó que me reconocieran en el drama porque me veían más en papeles de comedia. Cuesta salir, a veces para uno mismo. Pero he de decir que hay cosas que uno ha sabido hacer y considero irrespetuoso desmarcarte de aquello por lo que la gente ha sabido reconocerte.
En cada estreno se produce un cierto miedo escénico, ¿sigue ocurriéndole o la experiencia le permite dominarlo?
No, porque este es un trabajo de equipo donde lo que uno hace es solo una parte del resultado. Hay muchos procesos; hay una mirada del director, otra de la producción ejecutiva, el montaje… y además está la sensación de cada uno. Así que aun viendo lo que he hecho, desconfío de mi propio juicio. Cuanta más experiencia, menos criterio desarrollas.

Se considera perfeccionista.
Sí, lo intento. Por un lado, con la experiencia cada vez soy más exigente con ciertas cosas, pero al mismo tiempo he desarrollado una cierta serenidad para no flagelarme demasiado. Me he convertido en alguien posibilista; no me martirizo con imposibles.
¿Cómo se convive con el estrés en este trabajo?
No tengo ni idea, no hay reglas fijadas. Hay situaciones de presión que he conseguido llevarlas con relativa tranquilidad y momentos de tranquilidad que son peores. Para mí, el sufrimiento del estrés se produce con aquello que no controlo, es lo que me angustia un poco.
Teatro, cine, series. ¿Dónde se siente más cómodo?
En principio no influye tanto el medio como la gente con la que estás contando, para mí es lo que marca más… Pero quizás sea la televisión, que es donde más me he movido, y que además se ha acercado al cine, y viceversa. Las series han reducido los tiempos de rodaje y la manera de rodar es muy similar. A mí me gusta mucho rodar. A pesar de que la mayoría dice que el teatro es el verdadero templo del actor, creo que está hecho para alguien más maratoniano y yo me veo más esprínter. En lo audiovisual siento que hay más variedad, precisión y dinamismo… me gusta su vértigo.

¿Qué nos han traído las series y qué nos han quitado?
No tanto eso, como qué nos han traído las plataformas. La verdadera revolución es que hay toda una generación que juega con el tiempo de visión. La verdadera revolución es la manera y los ritmos de consumo.
Ha participado en producciones francesas. ¿Qué diferencia hay con el mercado español?
Hay pocas diferencias en cuanto a la forma de trabajar. Pero hay cosas que tienen que ver con la idiosincrasia de cada país. La industria española es flexible, adaptable y muy buena a la hora de improvisar. En otros mercados hay más planificación y previsión, lo cual esta muy bien, pero cuando tienen que improvisar se atoran.
¿Y qué le falta al cine español?
El dinero no sobra, pero, y también forma parte de la idiosincrasia del país, hay otra carencia y es el consumo de cultura. En España se vive mucho fuera y hay resistencia a entrar en un cine o coger un libro. Hay una grandísima parte de España que no consume cultura de forma habitual y esto se podría mejorar. Nos hace falta un poco de autocrítica y mirar un poco al exterior. Se hacen cosas de nivel que a veces pasan desapercibidas porque no hay tiempo para deglutir todo lo que se produce.

Si tuviera que definirse como actor…
Lo de definirse a uno mismo no lo llevo muy bien. Creo que tengo un cierto nivel medio del que no bajo demasiado. Pero tampoco sé si lo prefiero. Sí me considero un actor preciso y el texto lo llevo siempre muy trabajado. Y aunque es algo deprimente, soy un actor fiable.
¿Sufre el síndrome del actor maduro? ¿Cómo se cura?
No se cura. Decía Jack Nickolson que no importaba cuántos ceros tuviera su cheque, que siempre pensaba que era el último. Y hablamos de él y sus ceros… Imagínate a nuestro nivel. En esta profesión tienes siempre la sensación de que haces algo para presentarte al mundo, de que estás de alguna manera empezando, y en cada proyecto hay algo de vértigo. Este es el único trabajo, incluso si se compara con otras actividades artísticas, en el que no hay nada externo a uno mismo; somos la obra y el trabajo.

Ahora se estrena la serie Legado, donde es uno de los protagonistas. ¿Cómo se ha sentido?
Lujo. La verdad es que los ingredientes, los hilos con los que se ha hecho esta prenda, son de lo máximo a lo que se puede aspirar en este trabajo. Cuanto mayor es la calidad de la gente con la que juegas a este tenis que es la actuación, más elevas tu nivel, y eso genera una mezcla entre alegría y orgullo.
Además de la cultura, usted destaca por su gusto por la elegancia, de hecho hemos hecho una producción en la que luce relojes Breguet. ¿Cómo define ese estilo personal y cómo ha influido también en su papel de actor?
Se define de manera muy sencilla: me gustan las cosas bonitas o bellas. En todo. La vida es lo suficientemente corta como para no intentar hacer este viaje lo mejor rodeado posible. Creo firmemente que no hay ética sin estética. Lo he integrado evidentemente en la profesión pero no es parte de mi andamiaje profesional. Yo he ido a la profesión tal cual soy yo, hasta el hecho de transformarlo. Eso me abrió una comunicación con partes de esta industria que me interesan mucho más y que están más cerca de mi sensibilidad como persona, más que como estrategia ligada a la moda, que me interesa menos. Y en relojes, a priori me gustan más los relojes clásicos pero para mi no tiene que ver con la calificación de ese objeto sino con que haya un flechazo, que en mi caso perduran.
Asistente de fotografía: Edu Orozco. Técnico digital: Juan Martínez. Maquillaje y peluquería: Carmen de Juan (Another Agency) para Chanel y Shu Uemura.
La sesión ha sido realizada en el Club Matador. C/ Jorge Juan, 5. Madrid.
Tfno.: (+34) 910 60 98 83. clubmatador.com