El discreto encanto del club de las esposas de los dictadores

El discreto encanto del club de las esposas de los dictadores

Es inimaginable para Adolf como para Benito salir despeinado o mal afeitado. Pero sería un insulto a la inteligencia de las mujeres reducir su comportamiento político a la aprobación de un hermoso peinado, porque en el camino hacia la conquista del poder los dictadores comprendieron enseguida que no avanzarían si no conquistaban a las mujeres […]

Es inimaginable para Adolf como para Benito salir despeinado o mal afeitado. Pero sería un insulto a la inteligencia de las mujeres reducir su comportamiento político a la aprobación de un hermoso peinado, porque en el camino hacia la conquista del poder los dictadores comprendieron enseguida que no avanzarían si no conquistaban a las mujeres para la causa, si no las unían a sus destinos. Y para conquistar el poder y mantenerse en él, todos ellos se apoyarán en las mujeres. Mujeres de vida alegre o grandes burguesas intelectuales, simple revolcón o amor apasionado, lo cierto es que están siempre presentes en la vida de los dictadores. Las violentan o las adulan, pero se dirigen a ellas de forma sistemática. Se llaman Magda, Clara, Nadia, Elena... Unas veces son esposas, otras compañeras, musas o admiradoras, que tienen en común haber mandado mucho, aunque oficialmente en nada; pero a veces incluso llegaron a gobernar a través de su Pigmalión, al que muchas acompañaron hasta en la muerte. Ellos son crueles, violentos, tiránicos, infieles. Y sin embargo ellas los aman. Engañadas con numerosas rivales, sacrificadas a la devoradora pasión de la política, espiadas, criticadas, encerradas, ellas resisten. Porque se sienten fascinadas. Porque ellos las necesitan. EVA BRASUN Y HITLER Berghof, residencia privada de Hitler, abril de 1935. Llaman a la puerta que separa el dormitorio de Hitler de su despacho. El Führer no lo oye. Llaman otra vez. De nuevo nada. De pronto la puerta se abre y ella entra. Mira a Döhring, el administrador, asombrada, y le dice: “¿Todavía no se ha marchado? ¿Qué hace aquí?”. Se acerca a Hitler y le dice algo en voz baja. No obtiene respuesta. Le habla por segunda vez; de nuevo nada. Y de repente él se enfurece: “¡¿Otra vez aquí?! ¿No ves que tengo trabajo, muchísimo trabajo? Siempre vienes a unas horas absolutamente imposibles; en este momento tu presencia aquí no es de ninguna utilidad”. Ella, roja de furia, levanta la cabeza y mira fijamente a Döhring; luego sale dando un portazo que hace temblar el marco de la puerta. Y entonces es cuando el administrador descubre la cara del Führer: una sonrisa cínica expresa su gozo. La joven, que se permite entrar en la habitación de Hitler sin haber sido expresamente invitada y que él se da el gusto de despachar con orgullo no es otra que Eva Braun. Sabemos que Hitler era capaz de fingir sus enfados, sobre todo en la intimidad. La escena, verdadera escena de pareja teatralizada por la presencia del observador Döhring, no es anodina. Eva es, por una parte, la joven a la que Adolf le gusta aterrorizar para calmar sus propios nervios y, por otra, la mujer audaz que da un portazo en las narices al implacable jefe del Estado nazi (…). CLARETTA PETACCI Y MUSSOLINI La hipocondriaca Claretta empieza el día así: “¡Mamá! ¿Qué me pongo?”. Como de costumbre, todavía está en la cama, desayuna, se maquilla cuidadosamente en un cuarto de baño elegante, no escatima ni el colorete ni el rímel, se pinta las uñas y se desordena sabiamente el pelo. Ya está lista para la primera de las doce llamadas diarias del Duce, fuma su primer cigarrillo y se tiende en el sofá a esperar. Ha mandado que le instalen junto al sofá un pequeño teléfono rosa con un hilo larguísimo, reservado a las comunicaciones con él. “Su vida ha sido una larga espera”, dirá un día su madre. Entre ellos nace una fuerte intimidad psicológica y física. Mussolini ha puesto a su disposición en el Palazzo Venezia el apartamento Cybo, con la habitación del Zodiaco, cuyo techo abovedado está pintado del color del cielo y decorado con los símbolos en oro de las doce constelaciones. “Mi consuelo consistía en deshacer las arrugas de preocupación de su frente” (Claretta Petacci, esposa de Mussolini) Clara lo espera allí, puntual, a las tres de la tarde. Llega a bordo de un sidecar rojo que los guardias llaman “la motocicleta del amor”. Aquí deja sus dibujos, sus discos, sus espejos. Ha trasladado su pequeño universo estrecho a la alcoba de Benito. Él siempre acaba llegando, hacia las siete o las ocho, a veces a las nueve. Está hambriento de ella y se unen intensamente hasta que cae la noche. “Mi consuelo consistía en poder deshacer las arrugas de preocupación de su frente”. Pero el placer es breve; Benito no tiene tiempo. Debe volver a la Villa Torlonia, donde lo espera Rachele, su esposa (…). INESSA ARMAND Y LENIN Cuando conoce al “hombre de Lena” (Lenin es el apodo de Vladimir Ilich Ulianov), Inessa Armand tiene 35 años y su vida está hecha añicos. Ambos han renunciado a una vida tranquila para llevar una existencia agitada y clandestina. Inessa ve en él la encarnación de su determinación y sus esperanzas en una nueva humanidad. A Lenin le gusta escuchar a esa mujer inflexible y elegante. (…) Tres años más tarde ella le confiesa los sentimientos de los primeros meses después de conocerse: “No sabía qué hacer, estaba incómoda, violenta, envidiaba a la buena gente que entraba y hablaba contigo”. Como ya le había pasado con Alexander, y luego con Vlady, su relación tarda en comenzar. Inessa siempre tiene miedo de confiar en los hombres (…). Pronto se vuelve indispensable para el organizador de la futura revolución y se instala en la avenida Reille con sus dos hijos, Varvara, la hija de Alexander, y André, el hijo de Vladimir, en un piso que da al parque de Montsouris, no lejos del de Lenin, en la calle Baunier. Pero Inessa sigue casada con Alexander Armand y Lenin con Nadia Krupskaia. Las presentaciones entre ambas mujeres son más que delicadas. Contrariamente a lo esperado, Inessa y Nadia desarrollan, una fuerte amistad, porque más allá de los celos las une su compromiso con el feminismo (…). YANG KAIHIU Y MAO Nacida en 1901, Yang Kaihui es delicada y sensible. Su madre, que procede de un medio modesto pero culto, le ha transmitido su conocimiento de los clásicos de la literatura tradicional, mientras su padre recorre el mundo con el fin de perfeccionarse en sus estudios de filosofía. Nombrado profesor de moral en la Universidad de Pekín en 1918, este padre pródigo acoge en su casa a uno de sus alumnos preferidos, Mao Zedong. Kaihui, que es ocho años más joven que él, tiene 17 años la primera vez que se ven y Mao trata inmediatamente de seducirla. Pero ella sueña con el gran amor que no conoce ni ley ni límites (…) y considera a Mao demasiado brusco, poco refinado y, de entrada, lo rechaza. Repite: “Vale más nada que lo imperfecto”; y Mao Zedong no es el hombre perfecto que ella espera. Sin embargo, dos años después Mao y Kaihui se convierten en amantes (…). CATHERINE DENGUIADE Y BOKASSA Nacida en 1949 en Chad, Catherine Denguiade era una joven que iba todas las mañanas a pie al instituto Pio XII, hasta que una mañana de 1964 Jean-Bedel Bokassa toma el mismo camino. Inmediatamente queda prendado de la belleza y la figura esbelta de aquella joven y decide que será la elegida de su corazón. Los días siguientes se hace el encontradizo (…). Bokassa era tan celoso que desconfiaba incluso de sus propios hijos, llegando a ponerles escuchas Con Catherine, Bokassa aprende a admirar a una mujer: “No puedo prescindir de ella. La necesito”, confiesa. Al cabo de unos meses, en junio de 1965, Catherine se convierte en su esposa y le da su primer hijo, una niña llamada Reine. Seguirán seis más, entre ellos, el príncipe heredero Jean-Bedel Bokassa Junior (…). La mañana del 4 de diciembre de 1977 una emoción fugaz anima el rostro de Catherine cuando la imponente corona se posa sobre su frente. La que no era más que una colegiala cuando conoció a Bokassa se ha convertido en la mujer del presidente y ahora en emperatriz. Por lo demás, el dictador dedica gran parte de su energía a tratar de calmar sus proverbiales celos. Su hijo Georges es testigo: “Mi padre desconfiaba de todo el mundo. Sospechaba que todos los hombres, incluidos sus propios hijos, querían arrebatarle sus mujeres. Un día, en la villa Kolongo, descubrí que me había puesto escuchas” (…). ELENA PETRESCU Y CEAUCESCU Nicolae Ceaucescu (futuro líder casi accidental) y la joven obrera provinciana Elena Petrescu contraen matrimonio a finales de 1947. Ambos son muy ambiciosos, por lo que en marzo de 1965, al día siguiente de la llegada de Ceaucescu al puesto de secretario general del Partido Comunista Rumano, ponen en marcha su estrategia política. Tienen un plan, una partitura que tocan a cuatro manos: su poder debe irradiar a todos los niveles de la sociedad. Cada uno tendrá su terreno: Nicolae quiere llevar a Rumanía al tablero diplomático internacional; Elena, conquistar una credibilidad intelectual y convertirse en una “gran científica de renombre universal”, para torcerle el cuello a “Florina”, la pelandusca descarada e inculta que fue, y borrar los rumores de prostitución que circulan sobre ella. Sólo le falta encontrar una vía en la que brillar (…).

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