Entrevista exclusiva con Isabelle Huppert

Entrevista exclusiva con Isabelle Huppert

Isabelle Huppert (París, 1953) tenía 18 años cuando debutó en la pantalla. Primero en televisión y después, cine. Casi cinco décadas más tarde, acumula cerca de 140 proyectos a sus espaldas, sin contar las obras de teatro. Trabaja en inglés y en francés. En Europa, en EE UU, en Asia. Hoy, vive una gran época […]

Isabelle Huppert (París, 1953) tenía 18 años cuando debutó en la pantalla. Primero en televisión y después, cine. Casi cinco décadas más tarde, acumula cerca de 140 proyectos a sus espaldas, sin contar las obras de teatro. Trabaja en inglés y en francés. En Europa, en EE UU, en Asia. Hoy, vive una gran época dorada que desafía todas las normas no escritas de la eterna juventud del séptimo arte. Es una diva del cine mundial, aunque si se lo dijéramos a ella directamente, con su inquebrantable expresión, nos haría borrar la frase. Ella es actriz, sin más. Un oficio como cualquier otro al que, enseguida, le quita todo el glamour, magia y misticismo. “Es un cruce entre algo completamente inventado y algo que sale de ti. Esa es la definición de interpretación para mí”, dice.
Los directores intentan filosofar sobre su arte, justifican por qué escriben papeles pensando en ella y Huppert tira todas sus bonitas palabras por tierra. “Simplemente me gusta actuar. Es algo muy fácil para mí, no es como si escalara una montaña cada día”, responde. Da igual si su personaje es una fría asesina, manipuladora con sentido del humor y ganas de bailar cuando el mal triunfa, como su Greta, casi una bruja de cuento de hadas en la última película que estrena, La viuda, de Neil Jordan.
¿Se lo pasó bien interpretando a esta mujer?
Tengo que confesar que sí: es un auténtico monstruo, un poco diferente de estos monstruos por los que supuestamente soy conocida… Porque aquellos, como el de La pianista, nunca pensé que fueran monstruos quizá tenían comportamientos complejos, retorcidos, pero no eran monstruos. Pero sí, a Greta nada puede salvarla. Neil [Jordan] lo intenta, hablando del sentimiento de abandono que sufre. Yo no lo veo, es una persona malvada.
Es un personaje que veríamos más habitualmente interpretado por hombres.
Puede ser, normalmente sería un hombre y no una mujer. Ella está muy sola y esa sensación de soledad le da poder, fuerza.

¿Sintió empatía con el personaje?
Empatía, sí, la entiendo. Es difícil sentir simpatía por ella. Siento simpatía por el carácter novelesco del personaje. Por un lado, es fascinante, viviendo sola en esta casa, esa dedicación a la música. Me inspiró y emocionó cuando vi el diseño del pequeño espacio donde encierra a las víctimas: ese pequeño cuarto para niños, con juegos de niños. Me pareció muy interesante, ella estaba desesperadamente, locamente, intentando conservar algo del pasado. Ese espacio resultó muy inspirador para mí a la hora de pensar en el personaje.
¿Qué saca de meterse en estos lugares o personajes oscuros como actriz?
Por desgracia, es parte de la realidad. Es como cuando lees los sucesos en los periódicos, siempre te sorprende que el límite entre la normalidad y la locura es muy fino. Siempre lees que muchos de los malos eran gente normal que de pronto hacen cosas malas. La forma en la que se puede pasar de la normalidad a la locura…

¿No analiza a sus personajes?
Intento hacerla más agradable de lo que es. Greta es una persona solitaria, eso es suficiente para crear un puente entre la audiencia y yo. Neil insistió mucho en eso: está sola, la soledad siempre crea cierta empatía con alguien.
La soledad está siempre muy asociada a su profesión, a la fama.
Oui, pero a mí no me importa, me gusta estar sola, me gusta la soledad, no es una carga. Es agradable estar sola cuando no es una situación forzada.
¿Cuánto tiempo se queda con usted un personaje como Greta?
Es muy fácil quitármelo de encima. Enseguida me lo quito. En un minuto.

Después de cinco décadas en el cine, ¿se pone límites, hay algo a lo que diría que no?
No, no tengo límites. Quizá el único sería hacer una película mala con un director sin talento. Pero no me pongo límites, si haces un papel, lo haces. En algún tiempo, quizá habría intentando encontrar cierta moralidad a todo, pero creo que lo divertido es ir hasta el final. De hecho, cuando estábamos rodando La viuda en Dublín, encontré un cine donde ponían Misery, hacía mucho que no la veía, me había olvidado un poco qué oscura y divertida es. No hay límites. Y creo que verla me inspiró para hacer Greta, tienen algo en común.

Por primera vez en la entrevista, suelta media sonrisa pensando en su parecido a la temible Kathy Bates en Misery. Cambia la expresión. Solo se ha quitado sus dramáticas gafas de sol unos minutos antes, cuando le han traído el café au lait que ha pedido. Como esos personajes gélidos por los que ella misma sabe que es conocida (Elle, La pianista), Isabelle Huppert es fría, directa e imponente en el cara a cara. Su fama la precede: respuestas cortas y cortantes, avisan. Sin embargo, ese día, en Toronto, donde tuvo lugar la entrevista, está un poco más entregada, de buen humor.
Cuando elige un papel, ¿es solo por el director?
Un poco por todo. Este personaje de Greta, me lo mandaron sin saber que iba a dirigirlo Neil y no sé si lo hubiera hecho sin Neil —se para a pensar—. Creo que, en realidad, escojo siempre por el director. Es mi principal motivación. Incluso cuando son directores noveles, elijo por el director guiándome por mi intuición. Y hasta ahora he acertado: Ursula Meier, Joachim Lafossee…
¿Alguna vez le ha llamado la dirección?
No, mucha gente me lo pregunta, y conozco actores que han dado el paso, pero yo no tengo esa energía. Mi trabajo como actriz me llena por completo. Si lo hiciera, sería por curiosidad no porque tenga ganas o una voluntad real. Y dirigir por curiosidad no parece una buena razón, ¿no?
Dice que la interpretación le llena, ¿por eso trabaja constantemente?
No trabajo constantemente, trabajo a menudo.
¿Entonces es buena también en no hacer nada?
Por supuesto, de hecho, cada vez soy mejor en no hacer nada. Tampoco quiero ponerme muy intensa… Todo depende de si no haces nada continuamente, si no haces nada a ratos como elección personal o si es una obligación. Como elección, sí, soy muy buena en dedicarme a la nada. Sin ser una carga, tampoco es que sea inútil.
Su amor por el cine va más allá del trabajo de actriz y tiene dos cines en París, ¿es así?
Sí, tengo dos cines en París. Uno se llama Christine 21, que fue rebautizado por mi hijo. Y el otro es Ecoles 21, porque está en la Rue des Ecoles en París y 21 por el siglo XXI. Son míos, por mi empresa, pero los lleva mi hijo con su padre [su pareja desde 1982, Ronald Chammah].
Teniendo en cuenta cómo está cambiando el cine ahora, con las plataformas, es bonito mantener aún este tipo de salas.
Sí, París tiene muchas aún. No quiero echar muchas flores a mi ciudad, pero París es única en eso. Aún podemos ver muchas películas antiguas en cines, aún hay una audiencia, la gente va a ver películas viejas al cine. Mi hijo, por ejemplo, acaba de programar todo un ciclo de cine japonés. Es maravilloso.
¿Cuándo empezó su amor por el cine? ¿Recuerda la primera película que vio en pantalla grande?
Claro, era una niña. Aunque, en realidad, no soy tan cinéfila como la gente piensa. Me quedan muchas películas por ver. He visto muchas, veo muchas, puedo ver películas cada día, y si no lo hago es porque no tengo tiempo. Pero sí, recuerdo claramente que la primera película que vi en el cine fue una comedia con Darry Cowl, Les livreurs (1961). Y la que más me impresionó, cuando tenía ocho o nueve años, fue My Fair Lady.

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