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Guillermo Arriaga: “Prefiero apostar y que digan qué horror de novela a una novela sin riesgo, blanda, que todo el mundo quiera leer”

Escritor incansable, guionista de películas icónicas como 'Amores perros', el mexicano Guillermo Arriaga publica 'El hombre', una obra monumental atravesada de violencia en la que muestra su maestría para narrar la condición humana.

Guillermo Arriaga (Ciudad de México, México, 67 años) escribe de forma obsesiva: en el taxi al aeropuerto, mientras toma un café, “ahora estaría escribiendo si no estuviéramos hablando”, bromea… Escribe todo el tiempo, lo que se le ocurre, lo que sucede, lo que oye, lo que le cuentan. Hasta los 40 años, había escrito tres novelas. Entonces, creó el guion de Amores Perros. Cuando su admirado Rafael Azcona (guionista riojano, creador de tramas como las de El pisito, El verdugo o El bosque animado entre otras muchísimas obras de arte) lo leyó, le preguntó asombrado: “¿Esto lo has escrito tú? Pues prepárate, porque te va a cambiar la vida”.

Efectivamente, aquella película (llevada al cine por Alejandro González Iñárritu y estrenada en 2000) le cambió la vida a Arriaga, “y a casi todos los que participaron”, añade, mientras recuerda nombres, caminando por el parque de El Retiro de Madrid, donde, en el marco de la Feria del Libro, acaba de firmar ejemplares de su última novela, El hombre. Es su presentación lo que le ha traído a España. Mañana viaja a Italia para seguir hablando de este fenómeno literario, otro más en su trayectoria, que ya en preventa agotó su primera edición. Editada por Alfaguara, El hombre es una novela monumental, 670 páginas, que, a través de la historia de Henry Lloyd y su violenta cruzada hasta amasar una fortuna, explora temas como la esclavitud, la conformación de los Estados Unidos y la frontera con México o los claroscuros de los personajes legendarios. Una historia que atrapa y que, arrancando a finales del siglo XIX, llega hasta nuestros días, con la losa del pasado asfixiando aún a la sexta generación de la todopoderosa saga familiar.

Después de guiones como Amores perros y 21 gramos y novelas como Salvar el fuego o esta misma, después de un Oscar, un premio en Cannes y tanto más, ¿realmente se sigue considerando un impostor, como ha dicho alguna vez?

Sí, definitivamente. Tengo el síndrome del impostor. Y vivo con el permanente temor de que se acabe el galón de tinta con el cual mantengo una familia; de que en algún momento van a descubrir que mi obra no era merecedora de tanta atención.

Pues hay algo en ella que definitivamente atrae a los lectores. ¿Sabe qué es?

No, no. El que mejor puede responder es una lectora o un lector. Yo no lo sé. Lo que sí puedo decir es que trabajo con una disciplina y un rigor muy serios.

¿Una disciplina de horarios, de rutinas?

No tengo una disciplina de un horario, tengo una disciplina de escribir todo el tiempo. Voy escribiendo lo que me pasa. Si un señor llega y me dice algo, lo puedo meter en la novela. Yo no planeo nunca una novela, no tengo idea de cuál es la estructura ni de quiénes son los personajes y mucho menos del final. Hay maestros que le dicen a sus alumnos ‘nunca escribas si no conoces el final’. Y yo digo: “¿Para qué escribes si ya lo conoces?”.

¿Ni siquiera en una obra como El hombre? ¿Cómo surge entonces?

Tampoco. Esta me surgió, como todo lo que he escrito, de vivencias que se van acumulando, van llenando un tanque, que es el inconsciente, y ahí voy viendo la historia que quiero contar. En este caso, a mí siempre me llamó la atención la historia de un hombre que libera esclavos con tal de hacer un ejército para saquear y robar. Cuando empecé, no sabía más.

¿Qué dice de la sociedad un origen tan violento como el que refleja la novela?

La novela habla de un siglo muy cruento, el XIX. Sobre todo en América, donde los países, entonces en construcción, estaban en varias guerras tratando de quedarse con más territorio. México con Estados Unidos; Bolivia con Chile; Brasil, Paraguay, Argentina…, muchas guerras por el territorio que provocaron muerte y destrucción. Y por otro lado, hay una tendencia o inclinación a la violencia porque la naturaleza es violenta per se.

Guillermo Arriaga posando para Gentleman.
Fotografía:Carlos Luján
Guillermo Arriaga posa para Gentleman en el centro cultural Casa de Vacas, situado en el parque de El Retiro, de Madrid.

Cabe la duda de si hay otra forma de hacer las cosas. ¿O al fin y al cabo somos animales que luchan para sobrevivir?

No, no. Somos animales, sí, pero también somos animales que pugnan por la civilización. Y la civilización es el camino con el que contenemos la violencia. En El malestar en la cultura, Sigmund Freud decía que para poder contener la naturaleza necesitábamos hacer ciertos sacrificios, pero que los sacrificios cada vez gratificaban menos a los seres humanos. Por eso se llama El malestar en la cultura: en lugar de que refrenar tus instintos y tu naturaleza te traiga beneficios, sufres cada vez más depresión simbólica y cada vez más dificultades para alcanzar una economía sana.

El protagonista pasa a la historia como un héroe libertador cuando, a la vez, arrastra un pasado sangriento. ¿Los personajes legendarios tienen claroscuros?

Todos los seres humanos tienen claroscuros. Hay una película, El buque-faro, con Robert Duvall, en la que dice que su trabajo es encontrar aquel acto de un ser humano que lo podría llevar cinco años a la cárcel para extorsionarle.

¿Somos de algún modo responsables de lo que han hecho nuestros antepasados?

No, no. Los católicos creen que porque Adán y Eva cometieron el pecado original, nosotros vamos a estar pagándolo para siempre. No creo que seamos responsables. Sí hay que reconocer de dónde venimos, lo que somos, pero para ocuparnos, no para fustigarnos.

¿Por qué escribe?

A Álvaro Mutis [escritor colombiano] le hicieron la misma pregunta y responderé lo mismo: para que me lean. Un libro que no se lee, es un libro muerto. Quieres que te lean, y no solo unos cuantos, quieres ser discutido, quieres ser parte de la cultura.

A estas alturas de su carrera, usted parece tener resuelto ese problema.

Nunca puedes dar por garantizado que tu libro se va a publicar, se va a leer o te van a preguntar sobre él. Nunca, nunca puedes dar nada por hecho en este negocio.

¿Hay en su trabajo alguna intención de ‘cambiar el mundo’, de ‘concienciar’, de ‘alertar’ o basta con entretener?

No. Tampoco entretener… Es contar una historia y con la esperanza, no certeza, de que tenga eco en los lectores y que vayan conociendo su entorno y reflexionando. Decía Paulo Freire [pedagogo y filósofo brasileño] que una cosa es estar en el mundo y otra estar con el mundo. La esperanza es que un libro te permita estar con el mundo, porque Freire decía que el que tiene una relación con el mundo puede transformar su entorno. Lo que yo hago es contar historias. Yo le decía a mis alumnos cuando daba clases: “Nunca cuando escriban traten de ser profundos”. Y me decían:, “¿Quieres que sea superficial?” No. Cuenten la historia. Si ustedes son profundos, la historia será profunda. Si ustedes son superficiales, la historia será superficial. Si son políticos, la historia será política. Pero no traten de sobrecargar una novela, que es un andamiaje muy frágil, se rompe muy rápidamente. No aguanta el peso de los mensajes morales.

Una frase suya: “Prefiero ser conocido más por mis grandes fracasos, que por mis mediocres éxitos”.

Prefiero apostar todo y que digan ‘qué horror de novela, es un desastre’, a que digan (imita un tono un tanto cursi) ‘ay, mira, entró en su zona de confort, es una novela que todo el mundo quiere leer, pero es una novela sin riesgo, sin propuesta, blanda’. Prefiero causar un horror y que la gente diga que es una mierda a que digan ‘ay, está bonita’.

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