Javier Rey y las canastas falladas de Michael Jordan
A Javier Rey no le hubiera importado dedicarse al deporte, pero acabó siendo actor. Ni en una ni en otra disciplina, dice, vale solo el talento o la inspiración; sin trabajo, sin horas, no se construye una carrera. La suya, sustentada ya sobre bases sólidas, encara un año ilusionante. / Estilismo: África Colado. Maquillaje y peluguería: Pedro Cedeño (NS Management). Ayudante de fotografía: Lucía da Cunha.
El año se prevé intenso para el actor Javier Rey. Aún reciente el éxito de la serie de Netflix La última noche en Tremor, espera el estreno de dos películas: 8, dirigida por Julio Medem, tras un rodaje presidido por larguísimas sesiones de maquillaje para interpretar al mismo personaje en ocho etapas de su vida hasta los 91 años, y Singular, de Alberto Gastesi y con Patricia López Arnáiz. Además, acaba de terminar el rodaje de la serie de TVE La Frontera. A sus 44 años, Rey (Noia, La Coruña, 1980) exhibe una carrera sólida –en la que sigue brillando con luz propia Fariña (2018), la serie sobre el narcotráfico gallego que tanto talento reunió–, por la que transita con la seguridad que en esta profesión otorga la posibilidad de elegir y con la pasión que siente construyendo personajes, uno tras otro, empezando de cero cada vez.
Una curiosidad para empezar. Entre todos los oficios que wikipedia dice que ha hecho, además de teleoperador y acomodador, llama la atención el de venta de pescado por internet.
Sí, pero fue como diez días. El primer año en Madrid, mientras estudiaba interpretación, tuve varios trabajos con la idea de hacer teatro a la vez. Si me salía un bolo, que no era ni pagado, y no me daban las fechas, dejaba el trabajo y luego tenía que volver a buscar.
¿Había dudas? Hasta que llegan los primeros grandes papeles como La chica de ayer, 2009, o Hispania, la leyenda, 2010, ¿uno se pregunta si ha acertado?
Sí, claro que hay dudas. Ni siquiera tienes las herramientas para saber si lo estás haciendo bien o no. Bueno, la vida es ir aprendiendo poco a poco en función de las oportunidades que te van dando y de los experimentos que vas haciendo. Claro que había dudas. Incluso al principio me daba vergüenza decir que era actor, hasta que en una encuesta de puerta a puerta de telefonía me preguntaron profesión. Y pensé ‘lo he dicho, ahora tengo que hacerlo’.
A veces pareciera que está cansado de tanta referencia a Fariña, como si quisiera dejar claro que no fue fortuito, que es producto de una evolución.
No, no. Yo estoy totalmente orgulloso, me fascina que a día de hoy, aunque haya tenido otras series o películas muy exitosas, me sigan recordando más Fariña. Por algo será. Hay algo en la combinación de lo que hicimos ahí que es para sentirse orgullosos. Para nada me molesta, todo lo contrario. Lo que pasa es que a veces parece que fue mi primera aparición, y eso no es así, llevaba muchos años haciendo muchas cosas. De hecho, yo siento que había tenido éxito antes, por ejemplo con Velvet, que fue un fenómeno que se veía muchísimo por ejemplo en México; o estaba de vacaciones en Nueva York y la gente me paraba. Fariña fue un tipo de éxito, pero ya hubo otros antes.
¿Qué es para usted el éxito?
Muchas cosas. Para empezar, sentirte orgulloso con lo que haces, irte a la cama tranquilo con lo que haces o, como mínimo, con cómo encaras los trabajos, cómo te relacionas con los demás… También los premios, pero no me gusta asociar el éxito al resultado, sería injusto. Me gusta el proceso y me gusta, en mi caso, sentirme orgulloso del trabajo, del esfuerzo, qué opina mi director o mi directora, que quieran volver a llamarte y trabajar contigo, eso es una de las cosas más exitosas que pueda haber.
¿Tiene una idea de la carrera que quiere construir, de cómo quiere mirar lo hecho dentro de unos años?
Sí, más o menos. Me siento muy tranquilo y muy contento. Es verdad que al principio uno no tiene mucho control, ni de lo que hace ni de lo que te ofrecen, y entonces es todo un poco caótico. Haces proyectos de los que aprendes mucho y sirven, pero que a lo mejor luego visto con los años, uf, madre mía. Pero cuando empiezas a coger las riendas y te dan oportunidades de poder elegir hacia dónde quieres llegar… Yo ahora me encuentro en un momento estupendo en ese sentido, intentando hacer cosas que me hagan crecer como actor, no dar todo por sabido, tocar series, pelis, drama, comedia… Las carreras de los actores que me gustan suelen ser muy muy muy diversas, muy muy largas y espero que eso sea así para mí.
¿Actores como quiénes?
En España, yo siempre pongo de ejemplo a Pepe Sacristán: tener esa carrera con 84 años y seguir trabajando. Él es el sabio de la tribu ahora mismo dentro de lo que es este negocio en este país. Hay que ponerlo en el primer lugar de la escala y luego vienen todos los demás.
Ha dicho alguna vez que ser actor les hace a ustedes más tolerante, por ponerse en la piel de tanta gente.
En mi caso, creo que sí.
¿Hay algún tipo de personaje que no le gustaría hacer?
No, me encantaría todos, incluso los más perversos. Hay algo en mi trabajo de tratar de comprender cuáles son las motivaciones, por qué lo hacen, y siempre encuentras. El resultado final de un ser humano depende de muchísimos factores; tú y yo estamos a un grado de estar en la cárcel o de otra cosa. La vida es una pequeña carretera donde te vas encontrando rotondas con varios caminos; a veces eliges, otras te obligan a elegir, y eso te va llevando y te va llevando, y te va llevando a un lugar que, dependiendo de cómo eran papá y mamá, el lugar donde estabas, etc., eres el resultado. Es fascinante ir echando para atrás en esa carretera a los personajes, es un ejercicio estupendo.
En todas las entrevistas se destaca que usted no cuenta nada de su vida.
Cierto, yo me siento más tranquilo así.
¿Es fácil en este mundo hiperconectado, de móviles y redes sociales?
Superfácil. Yo controlo bastante mi vida, la verdad. Obviamente, hay veces que es imposible, pero de lo que depende de mí, sí. No me importa dar opiniones sobre cosas, con la cautela de que probablemente más allá de lo que sea mi oficio no soy un profesional de nada. Me acuerdo cuando me preguntaban cosas sobre la pandemia y decía, ‘bueno, quiero tener un poquito de respeto hacia las personas que sí que tienen que tener un altavoz’. Claro que tengo una opinión sobre la sociedad, sobre las cosas, pero prefiero también ser muy cauto, porque en muchos temas prefiero que hable gente que a lo mejor no tiene el mismo altavoz que tengo yo.
¿Cree que paga un precio por ello, que un Javier Rey más público, activo en redes sociales, con seguidores, tendría más trabajo, más dinero?
Me contratan por lo que hago, no por lo que digo. Tiene que ver con lo que me preguntabas sobre el éxito. No necesito nada más que la gente vaya a ver mis pelis. Me gusta cuando me definen y no aciertan, porque siento que me he convertido en el último personaje que ha visto la persona que me ve.
Quiso ser ciclista y alguna vez ha dicho que no le importaría haberse dedicado al deporte.
O periodista deportivo incluso, no sé…
¿No cree que el deporte guarda cierto paralelismo con la interpretación: talento que a veces no llega a su destino, esfuerzo, suerte…?
Hay muchísimas similitudes. Por ejemplo: cuanto más tengas el instrumento afinado, cuanto más te hayas preparado, mejor va a salir el personaje. Una cosa es la calidad técnica o el talento que puedas tener para llegar a un set y que, por inspiración divina, te salga una obra maestra. Eso pasa una vez, dos, tres, pero eso no construye una carrera. Lo que construye una carrera es trabajar muchísimas horas sentado solo delante del guión haciéndote preguntas, y cada vez que vas encontrando más herramientas, menos haces el cliché de lo que corresponde, y más haces una propuesta que muchas veces cuando llega tu director o tu directora dice ‘no había pensado en esto’. A lo mejor no vale o a lo mejor sí, pero lo que te proporciona básicamente es una libertad absoluta cuando estás en el set de trabajo con tus compañeros. En una película, con ocho semanas de rodaje diez horas al día, no puedes dejar mucho al azar. Y creo que en el deporte pasa lo mismo. Michael Jordan decía en un anuncio que había tirado no sé cuántos tiros y fallado no sé cuántos; que había metido solo una parte, pero esos le habían dado los títulos. Para meter esos, ha tenido que estar tirando horas y horas y horas. Creo en eso y eso es la similitud con el deporte. Ya, que llegue alguien o que no llegue depende de muchos más factores que el talento y las horas, también hay una industria detrás y otra serie de cosas. Y en nuestro oficio muchas veces el instrumento está muy afinado en función a lo que trabajas, y si no trabajas con regularidad probablemente llegues a un set con otras sensaciones.
No es la primera vez que posa con prendas de Dior. ¿Le gusta? ¿Tiene algún vínculo especial con la marca?
Me gusta mucho. Sí, sí, conozco a la gente que está detrás, es increíble todo lo que han traído a la sesión. Es una marca que va a la vanguardia y que hace cosas que van como tres años por delante.
A propósito de La última noche en Tremor confesaba sus dudas sobre si sería capaz de hacer un papel con esa exigencia. ¿Un actor como usted sigue teniendo dudas sobre hasta dónde puede llegar?
Sí, claro, y si no deberías tenerlas. Cuando terminas algo, vuelves a empezar. Cuando tienes dominado el personaje y lo empiezas a disfrutar, va saliendo bien y tus directores un buen día te aplauden porque se ha terminado el rodaje, entonces te vas, descansas y, cuando llega el siguiente guion, empiezas de cero. No vives de rentas. Eso ya pasó y ni siquiera se ha estrenado aún. Al final, es como que siempre estás empezando, siempre tienes que meterle esas mismas horas y siempre tienes que ponerte en duda.
Y con esa misma duda, algún día se pondrá a dirigir.
Ocurrirá, ocurrirá. Antes me daba un poco de vergüenza decirlo, ahora no porque empieza a ser una necesidad. Es una cuestión de tiempos, aunque tengo un grave problema porque me gusta mucho lo que hago y no quiero dejar de hacerlo para tener ese tiempo. Estoy esperando que las cosas se coloquen un poco solas, porque tiene algo de si quieres más a papá o a mamá.