Nombres del año I – Cine: Sean Baker convierte en fábulas luminosas las vidas en los márgenes
El tipo que siempre hizo cine social con tintes de cuento, incluso con influencia de los clásicos animados de Walt Disney, ha acabado siendo el protagonista de su propia historia de superación artística y de fábula real.
Sean Baker (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1971), hijo de maestra y de abogado, comenzó a componer películas caseras cuando estaba en el instituto haciendo la secundaria. Trabajó como proyeccionista para sacarse unos ahorros con los que poder componer sus cortos de aprendizaje. Se graduó en Bellas Artes y Cine en la Universidad de Nueva York. Y a los 33 años, en 2004, debutó en el largometraje con Take Out, una película rodada con apenas 3.000 dólares de presupuesto, filmada con una cámara Sony y mayoría de intérpretes no profesionales, con la que canalizó su amor por el realismo descarnado del Nueva York de los años setenta, aquel que procedía del neorrealismo italiano.
Veintiún años después, tras una carrera de creciente e imparable prestigio, aunque siempre dentro de los márgenes de la independencia, Sean Baker escuchó su nombre entre aplausos hasta tres veces en la ceremonia de los Oscar celebrada el 2 de marzo de 2025 en Los Ángeles. La primera, para recoger el premio al mejor guion, escrito en solitario. La segunda, por el galardón a la mejor dirección. La tercera, como coproductor de la película. Anora, una estrambótica pero preciosa comedia de fondo amargo, con el final más rotundo del cine reciente, en la que Baker da la vuelta al mito de La cenicienta a través de la figura de una prostituta, se convertía así en la gran triunfadora de la noche con un total de cinco estatuillas. Unos meses antes, el cuento de Baker, y de paso, el de Anora, su personaje de ficción, y el de la estadounidense Mikey Madison, su casi desconocida actriz, también ganadora del Oscar, había comenzado con la Palma de Oro del festival de Cannes.

En el certamen francés, tras abrazarse con su emocionada mujer, la productora canadiense de origen asiático Samantha Quan, colaboradora habitual en lo profesional, y con la Palma entre las manos, afirmó que ese premio había sido su principal objetivo a lo largo de 30 años: “Ahora no sé lo que haré el resto de mi vida”. Y en los Oscar aprovechó para establecer una encendida defensa del cine en salas, “en peligro”, y no tanto en plataformas: “¿Dónde nos enamoramos del cine? En los cines. Este es mi grito de guerra”.
Sean Baker es hoy el mejor ejemplo del no demasiado habitual cine social americano, representado por su humanismo y por una sensibilidad especial para retratar con enorme vitalismo a los más desvencijados seres humanos. Personajes esquinados por razones sociales, sentimentales o económicas: como las prostitutas trans de Tangerine (2015); como la actriz porno y la desconfiada anciana de Starlet (2012); o como la malcriada cría de The Florida Project (2017). En Tangerine una de sus criaturas se hacía llamar Sin-Dee Rella, jugando con el término pecado (sin en inglés), más aplicado a sus clientes que a ella misma, y con la palabra inglesa cinderella (cenicienta). Son los mundos sórdidos en los que el director norteamericano ha estampado una luminosidad y unas texturas singulares, después de desarrollar una exhaustiva investigación de corte casi documental, durante muchos meses, antes de ponerse a escribir y sobre todo a filmar.
Con una extraña combinación de compasión y de curiosidad por las historias invisibles, por las vidas en los márgenes, Baker ha retratado la cara oscura del sueño americano. Pero, paradójicamente, siempre lo ha hecho a todo color. Amargos cuentos de luz. Luminosos cuentos amargos.