Nombres del año III – Literatura: Rosalía redefine su legado con ‘Lux’, su obra más ambiciosa
Cuando el mundo la había consagrado ya como una diva musical universal, la impredecible creadora reafirma su personalidad con un disco, Lux, que la sitúa en un escalón de genialidad tan indiscutible como infinito.
“Acabo de escuchar por quinta vez el increíble nuevo álbum de Rosalía. Si no es el álbum del año, es el álbum de la década, es absolutamente brillante”. La frase es de alguien tan nada sospechoso de amiguismos o compromisos, pero sí capacitado y experimentado, como Andrew Lloyd Webber, compositor de musicales como Jesucristo Superstar, Evita, Cats o El fantasma de la ópera. Su vídeo, sentado en un sillón con una tablet en sus manos, mientras suena Berghain, el primer single del álbum Lux, se hizo viral en cuestión de horas. Porque, después de días de analizar y sobreanalizar a la cantante y su nueva obra, Lloyd Webber hablaba con claridad y desde el corazón. Nada más. Quizá era eso lo único que hacía falta para entender y disfrutar de la obra magna que ha entregado una artista que ya se escapa de toda etiqueta con solo cuatro discos desde 2017.
Cuando sacó el primer álbum, Los ángeles, revolucionó el flamenco sin intención de hacerlo. Empezaron ahí los apoyos y ataques, las sobreexplicaciones de la música de alguien que está por encima de ellas como ha ido demostrando paso a paso, single a single. Porque si algo hizo desde aquel primer disco fue ampliar el público que podía venir de cualquier género musical y llevárselo a estadios y discotecas. Después de El mal querer, donde siguió por esa senda, llegó, claro, Motomami, un acelere de experimentación pop y energía reguetonera que volvió a romper esquemas y acompañó con una gira mundial que la elevó a diva musical universal, sin peros. Y cuando ya todo el mundo parecía tranquilo habiéndola colocado en ese pedestal, va Rosalía y se marca un disco que contiene letras en 13 idiomas, que va de la copla a las arias, grabado entre Barcelona, Sevilla, Montserrat, París, Nueva York, Miami y (sobre todo) Los Ángeles, buscando colaboraciones con Björk, Sílvia Pérez Cruz o Estrella Morente, con Yves Tumor, Carminho o Guy Manuel de Homem Christo (Daft Punk), y acompañada de la Orquesta Sinfónica de Londres, el coro de la Escolania de Montserrat o el Orfeó Català.
Todo eso es Lux, de ‘luz’ en latín, no de ‘lujo’, porque a través de él Rosalía ha seguido la luz marcada por su espiritualidad (una estética, temática y ética que ha tenido sus propios y separados análisis), y a la que llega después de adentrarse en la oscuridad y poniendo por delante, en un mundo cada vez más cegado por las facilidades que ofrecen las habilidades digitales y artificiales, el valor de lo humano.
En un tiempo en el que la cultura es industria y a las obras de arte se las denomina contenido, Rosalía ha reventado esas ideas desde dentro, conociendo mejor que nadie cómo funcionan, aprovechando lo que le interesaba para recomponerlo otra vez. Para obligarnos a mirar y escuchar de otra manera. La verborrea que ha provocado parece solo un mecanismo de defensa ante el fenómeno imparable que es esta actriz. La elevación de todo lo que Lux contiene se desmonta de nuevo en cada palabra que Rosalía habla, siendo ella, aunque todo parezca muy medido, como el bizcocho en la televisión y la carrera en la Gran Vía. Al final, siempre acaba siendo ella, un fenómeno que se nos ha escapado de las manos. Porque como Lloyd Weber dijo observando la etimología y espiritualidad del título del disco: “Et Lux Perpetua…”. Luz eterna. Eterno será el álbum. Eterna es ya Rosalía.