El arquitecto británico Norman Foster posa para Gentleman.

Norman Foster, la historia del gran genio que reinventó la arquitectura

Quizás su obra no es la más poética, pero es el arquitecto más influyente del mundo. La convicción de avanzar hacia el futuro impulsado por la tecnología hacen de Norman Foster un intelectual capaz de transformar nuestro tiempo.

El retrato que Lord Foster (1935) deje para la posteridad podría titularse Hombre sobre fondo verde. Ese espacio monocromo sería el reconocible mármol de vetas color jade de la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde el arquitecto explica con su impecable acento inglés las líneas maestras que pueden mejorar las condiciones de vida de sus semejantes. Pero también sería pertinente que su figura se recortase sobre un paisaje frondoso, en el que la naturaleza finalmente ha podido convivir con las necesidades humanas y los avances industriales. “A pesar de los muchos desafíos, las ciudades ofrecen más oportunidades de riqueza, innovación, libertad y educación. Ahora mismo el cambio climático es uno de esos grandes desafíos, por lo que los planes maestros para las urbes deben ser la anticipación de un futuro sostenible”.

Como Patrón para las Ciudades, Norman Foster resumió hace dos años en el estrado de la ONU su pasión por la arquitectura, su potencial para mejorar el avenir. Se mostró como lo que es, un hombre de acción que plantea soluciones concretas. Un visionario cuyos edificios son un manifiesto de buenas prácticas que ponen a las personas en el centro de su preocupación y apuestan por impulsar el progreso desde el riesgo, la audacia y la innovación. Alguien capaz de dar lecciones a los más poderosos porque el inmenso conocimiento que acumula tuvo que aprenderlo desde cero.

El chico de los recados

Su padre era obrero industrial y su madre, camarera. Con solo 16 años, Norman se colocó de chico para todo en el Ayuntamiento de Manchester. Recorrer aquel edificio fue su primera experiencia con la gran arquitectura, aunque desde pequeño le gustó dibujar edificios, también aviones y coches, dos pasiones que se han perpetuado en el tiempo –pilota los primeros y colecciona los segundos–.

Norman Foster en el  Edward P. Evans Hall, edificio de la Escuela de Administración de la Universidad de Yale.
Norman Foster en el Edward P. Evans Hall, edificio de la Escuela de Administración de la Universidad de Yale (Estados Unidos), diseñado por Foster + Partners.

“Corría arriba y debajo de los pasillos, llevando documentos y preparando tés. Aún recuerdo los detalles de aquel noble edificio, una obra maestra de Alfred Waterhouse construida en 1877. Subir las escaleras era una experiencia grandiosa, con la luz cenital, sus vidrieras, los bancos donde sentarse; doblas una esquina y de repente había un techo altísimo”. El arquitecto recordaba incluso, durante una entrevista concedida al recibir un premio por su trayectoria, el sistema de tuberías de los baños. “Todo aquello me marcó profundamente”. Tras pasar dos años por la Royal Air Force, se colocó de asistente en una promotora inmobiliaria. Para entonces ya había devorado libros de arquitectura por su cuenta en la biblioteca pública. “Un día le pregunté a un joven arquitecto qué opinaba de Frank Lloyd-Wright: él se me quedó mirando y respondió preguntando a su vez si estudiaba con él en la universidad. Me di cuenta de que sabía más de historia de la arquitectura que aquellos profesionales”.

Por entonces, bastaba con presentar un dosier atractivo con propuestas y dibujos para entrar en la escuela de arquitectura local, así que el joven Foster –que en ese momento contaba 21 años– se montó un portafolio y, tras finalizar sus estudios en Manchester, incluso consiguió una beca en Yale, donde se hizo amigo de otro estudiante británico con el que se acabaría asociando y cuya carrera arquitectónica también es legendaria: Richard Rogers.

En los años sesenta Foster se especializa en construir edificios industriales y de oficinas tras separarse de Rogers y pasar por Team 4, la oficina de las arquitectas Georgie Cheesman y su hermana Wendy, que se convertiría en su esposa y con la que tendría cuatro hijos. Después colaboró intensamente con el visionario de la construcción y la sostenibilidad Buckminster Fuller. “Para mí fue la esencia de la conciencia moral”, diría de su mentor en una entrevista en 2015 con The Observer. “Siempre nos alertaba de la fragilidad del planeta y de la responsabilidad del ser humano para preservarlo”.

En 1971, la empresa IBM le encarga un edificio temporal. El arquitecto ya había levantado las oficinas de una compañía naviera en los muelles de Londres, rompiendo sus esquemas internos con la intención de democratizarlos. Unificó los espacios de trabajadores manuales y administrativos, habitualmente segregados, generando grandes volúmenes, así como espacios comunes y recreativos que contendrían obras de arte.

Este ejercicio lo replicó en la sencilla construcción de IBM, que puso en el mapa a Foster tanto por su poética sencillez –una sola planta de cristal que reflejaba la naturaleza circundante– como por su capacidad interior de articular las necesidades humanas y productivas de la empresa. Lo que iba a ser una solución temporal sigue existiendo y se ha convertido en un icono que aún se estudia como caso de éxito, igual que otra obra de la época: las formas curvas del edificio de la aseguradora Willis, Faber & Dumas (1974). Modificar completamente al paradigma asignado a un tipo de construcción es uno de los grandes logros de Foster.

El arquitecto británico Norman Foster.
Entre las grandes obras de Foster encontramos aeropuertos, museos, edificios residenciales y de oficinas, e incluso una estación en la Luna.

El centro de arte Sainsbury’s, construido en 1978, era más parecido a un hangar aeronáutico que a un museo clásico. Pero dar la vuelta a lo que se espera de un edificio funcional se convirtió en una literalidad de cristal y acero en la gran obra que le consolidó como uno de los genios de la arquitectura contemporánea, la sede del HSBC en Hong Kong, cuyo concurso ganó en 1979. Foster tuvo la idea de invertir los términos del edificio. Sacó afuera los pilares que lo sostenían, así como los conductos eléctricos, tuberías, escaleras y ascensores para liberar su interior, creando un atrio central que ocupa las 43 plantas del edificio, concediendo todo el aire y la luz posibles a quienes trabajan en el edificio, levantando una estructura que en gran parte fue modular. “No se trataba solo de inventar un tipo particular de torre que no se había hecho antes –dijo Foster en una entrevista en 2020 recordando aquella hazaña–. Sino también de reimaginar la práctica arquitectónica como una nueva forma de organizar el diseño”.

Igualmente remarcable fue la concepción del cuartel general de Apple en Cupertino, California –cuyas tiendas más singulares también son del británico– y que desarrolló junto al fundador de la marca, Steve Jobs. Su forma circular redibujó las necesidades que una empresa puntera tiene en el siglo XXI. La accesibilidad del campus, la jerarquía interna que ya no es vertical sino multinodal, la convivencia con el medio ambiente o el bienestar de los trabajadores son las preocupaciones que dan forma a este edificio y también construyen una forma de entender el trabajo arquitectónico que Foster es capaz de capturar de manera extraordinaria.

España, segunda residencia

Convertido en un arquitecto estrella, en uno de los más grandes e influyentes de la historia, Foster –su oficina se llama Foster + Partners– es responsable de 360 grandes obras, algunas de ellas de una trascendencia insuperable. Aeropuertos, museos, edificios residenciales y de oficinas, incluso una estación en la Luna; también la rehabilitación de obras patrimoniales como el Reichstag de Berlín o la obra que lleva a cabo en Madrid, recuperando el Salón de Reinos para incorporarlo al complejo del Museo del Prado. O en Bilbao, cuyas estaciones de metro diseñó y donde está realizando la ampliación del Museo de Bellas Artes de la ciudad.

España, tras su matrimonio con Elena Ochoa, se ha convertido en la segunda casa del arquitecto. En Madrid desarrolla sus actividades la Fundación Norman Foster, una iniciativa que busca compartir su legado y también fomentar la investigación tecnológica capaz de reducir la brecha entre crecimiento humano y sostenibilidad.

Desde esta plataforma educativa y de cooperación se plantean un gran número de proyectos con perfil humanista. El problema de la energía –Norman Foster cree firmemente en la energía nuclear de última generación– o el diseño de soluciones habitacionales para dar respuesta a las migraciones forzosas son algunas de ellas. Respuestas de un genio cuya sensatez puede cambiar el mundo.

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