Philip Roth, el último suspiro del escritor políticamente incorrecto
En septiembre de 2009, la revista Gentleman publicó una entrevista con el recientemente fallecido Philip Roth. En su curso, el novelista hablaba de literatura, de los judíos, de la desesperanza, de sus personajes y de a quienes recordaban. Una entrevista reveladora. En el momento de su desaparición, esta republicación quiere representar un homenaje a un […]
En septiembre de 2009, la revista Gentleman publicó una entrevista con el recientemente fallecido Philip Roth. En su curso, el novelista hablaba de literatura, de los judíos, de la desesperanza, de sus personajes y de a quienes recordaban. Una entrevista reveladora. En el momento de su desaparición, esta republicación quiere representar un homenaje a un escritor y un ciudadano a quien echaremos de menos.
El hombre considerado como el más grande novelista vivo de los Estados Unidos es alto, delgado, tiene unas piernas de caminante compulsivo y se desplaza por su piso descalzo con inmaculadas medias de toalla. Vive y escribe en una zona rural de Connecticut, pero ahora está en su piso de la 79, en el West Side de Manhattan.
Nacido en 1933 en el barrio judío de Newark, Philip Roth estudió literatura en Chicago con el escritor Saul Bellow, una amistad que marcó su futuro para siempre. Tras un brillante debut con la novela 'Goodbye, Columbus' (1959), en 1962 escribió una corrosiva sátira sobre un joven bajo la mirada castradora de su “idische mame”, titulada 'Letting go. El lamento de Portnoy', su obrita maestra, de 1969, sacó la masturbación de los manuales de la psiquiatría. Después de esta épica del gran onanista, y para sacudir su temprana popularidad, residió en Europa Oriental e Inglaterra.Tras su matrimonio con la actriz inglesa Claire Bloom, siguió publicando novelas notables, como 'El profesor del deseo o Decepción' (1990), cuyo manuscrito hallado por la esposa desencadenó un sordo divorcio, así como la extraordinaria 'Operación Shylock', de 1993, que ganó uno de sus cinco premios del PEN Club, en la que narra bien un supuesto complot del Mossad contra su persona, o bien un rapto de paranoia. Ficción y confesión, lo que hoy algunos críticos llaman “autoficciones” vibran muy próximas en toda su obra. Pero fue tras el divorcio y su regreso a Estados Unidos, a mediados de los 90, cuando Roth se embarcó en una vorágine creativa. A este período pertenecen las novelas 'Indignación, Elegía, Sale el espectro', y la trilogía protagonizada por su alter ego, Nathan Zuckerman: 'Pastoral americana, La mancha humana y La contravida'.
Desde 2006, con 'Elegía', impuso usted temas impensables: la enfermedad, la impotencia, los pañales para adultos.
Temas a los que llegué en virtud de la edad. Empecé a verme expuesto a incidentes y hechos novedosos, como el adiós a los amigos y la impresionante parafernalia de la muerte, los velorios, las apologías ante el ataúd. Todo esto, que parece tan natural a los jóvenes cuando miran a los viejos, no lo es en absoluto. Esta fue la gran revelación: ¡Lo natural es vivir! Desde luego, como todos los chicos de cinco o seis años, ya había tenido esa “revelación” cuando una tía enferma, un ser adorable, vino a pasar sus últimos días con mi familia. Dormíamos en el mismo cuarto y esto tuvo gran impacto en mí. Volví a tener la revelación más tarde, durante unos meses turbulentos de la adolescencia; y luego volvió a los 40. La “revelación” de la propia muerte es misteriosa, va y viene; a veces te llega en medio de la felicidad, por temor a perder lo bueno. Recuerdo que tenía 40 años y por entonces mi estudio quedaba retirado de la casa. Una noche, volviendo esos metros por el parque, miré el cielo y recuerdo que pensé: “Phil, no te preocupes más por la muerte hasta que cumplas los 75”. Y me pareció un pacto justo. Pero esa fecha llegó más rápido de lo que esperaba.En tiempos que consagran la juventud más allá de lo real y razonable, ¿siente la vejez como una frontera, un tabú?
No creo que sea un tabú, cada uno maneja la vejez según sus dones, igual que la vida. Y además, no me importa lo que piense la sociedad en general. Después de los 70 dejé de pensar en la vejez como un problema y la adopté como argumento literario.¿En cuál de sus libros? En el 'Teatro de Sabbath', del 95, hay citas de uno de sus favoritos, 'Mientras agonizo', de Faulkner.
'Sabbath' está lleno de muerte pese a ser una farsa. Yo tenía 60 años entonces: era un bebé. Por eso allí la muerte está rodeada de interminables aventuras, mientras que en 'Elegía' hay poco de qué reír.En los libros de ese período, desde mediados de los 90, los desenlaces suelen ser provisionales, hay diálogos imaginarios, conjeturas e hipótesis, sueños, fantasías, imposturas, en 'Shylock' conocemos a su propio doble...
Pero eso es la invención. Yo nunca trazo un argumento de principio a fin, me dejo llevar, me sumerjo. No podría decirle por dónde comienzo; si lo supiera, no continuaría siendo tan difícil. ¡Cada vez empiezo de cero! Lo único que tengo es una noción de cierto personaje en una situación inédita para la que no está preparado. La clave al escribir es encontrar, espontáneamente y sin un plan, por puro instinto –y este es concretamente el don–, el personaje adecuado a cada situación. En 'Pastoral americana', el sueco Levov debe enfrentarse al hecho de que su dulce hijita se ha convertido en una terrorista urbana, y él, que es un compendio de mesura y rectitud, de fuerza y buena suerte, no está preparado para lo que debe afrontar. Ningún ser humano está preparado para lo que debe afrontar en su vida, pero algunos lo están menos que otros.
En un fragmento sobresaliente de 'Pastoral', la amiga de la hija terrorista acosa a Levov: es la prevalencia de la vulgaridad como violencia suprema.
Coquetear con un hombre mayor es la mejor manera de humillarlo. Y cuánto más vulgar, más violento, más injurioso. Nunca pensé en ella como una terrorista, no era una palabra que usáramos en los 60. La joven es la encarnación de las mutaciones de esa época, cuando las mujeres se involucraron por primea vez en política. Es la erupción volcánica que precede al movimiento feminista. Y además, la sexualidad siempre entraba en juego: ahí está Bernardine Dohrn, esposa de Bill Ayers, amigos del presidente Obama. Bernardine era una verdadera Juana de Arco de los 60: inescrupulosa, cruel y sexy.Muchas de sus novelas transcurren en momentos singulares de la vida política de su país. En 'Indignación' (2008) es la guerra de Corea; en 'La mancha humana' (2000), el caso Lewinsky. En ellas, la gran Historia se articula con una biografía. Pero usted fue acusado por simplificar estos movimientos de protesta.
Diga mejor por no haberlos justificado ni haberlos hecho potables. A mis ojos no lo eran, ni lo serán. Y eso que fue una época de gran pesadumbre para mí: yo odiaba la guerra de Vietnam y no estaba precisamente a la derecha en ese momento. En la vida a menudo tengo opiniones estúpidas, como cualquiera, pero mientras escribo no tomo posición: describo lo que veo. Aprendí que no hay que atender a cualquier crítica porque, ya sabe, el lector o el comentarista usan una novela para sus fines personales. Y yo hago lo mismo: tomo de la vida lo que me sirve para hacer una ficción de arte.Sin duda, los comentarios más adversos le han venido de la comunidad judía, por sus críticas al estado de Israel y su desacralización de la “Tierra Santa”. En 'La contravida', de 1986, su personaje Zuckerman desgrana un sarcasmo tras otro sobre los colonos…
Se trata de colonos de los asentamientos, los que sueñan con el Gran Israel, la derecha expansionista. Son temas que me saltan al cuello, trato de averiguar qué hace palpitar a esos personajes. Pero todo depende de cómo se mire. De hecho, mis amigos israelíes me atacan por ser demasiado condescendiente con esos colonos siniestros.Desde 'Portnoy', en cada una de sus novelas aparecen los temas clásicos de la identidad y la asimilación: están los rasgos comunes de la colectividad judía, pero también el anhelo de herejía, y quienes “celebran sus raíces”, como quiere la corrección política, son patéticos. Y está la impostura apenas posible de 'La mancha', el hijo de negros convertido en judío para progresar en la universidad. Yo no lo llamaría impostura. La historia de Silk le ocurrió al primer judío que ganó una cátedra de sociología en la muy conservadora universidad de Princeton. Hubo un incidente, sufrió un juicio interno y fue obligado a renunciar. A su muerte, su viuda me permitió leer las actas: era un material maravilloso, pero yo carecía entonces de un enfoque preciso. Años después tuve la idea de que fuese un negro que se hacía pasar por judío. Mi trabajo es encender una luz en medio del drama; y si explota todo, que explote, no lo voy a detener. Cuando oigo palabras como ‘Identidad’ o ‘Celebrar las raíces’, no sé qué quieren decir, son términos que no pertenecen a mi vocabulario.En sus libros todo es desmentir la identidad, aunque se teorice mucho sobre, por ejemplo, las narices.
Los judíos han sido grandes inventores; de hecho inventaron el mito de la nariz judía hasta creérselo, cuando está el mundo lleno de grandes narices: italianas, griegas, egipcias. Yo tengo una nariz de gentil si la compara con las narices mayores de la estirpe. ¿Sería judío el que inventó la rinoplastia? No estoy seguro, yo crecí en la época de las rinoplastias pioneras, y aunque hoy se ven trabajos asombrosos, queda algo feo en la piel y los poros, ¿no cree? Las narices de quirófano brillan en los laterales.La actriz judía de 'Me casé con un comunista' se odia a sí misma por serlo.
¡Ah, los judíos que se odian a sí mismos son los mejores! Es broma. No me gustan las etiquetas; puedo decirle que escribo para romper etiquetas. El estereotipo es un corset de metal, ignorancia. Un buen libro es una caja con estereotipos rotos.¿Cómo se documenta para escribir?
Es lo más divertido del trabajo, pero no lo hago antes, sino una vez que tengo el borrador. Procedo a partir de mi propia invención. No quiero que la vida me controle, pero sí busco que me corrija. Lo real puede ser más rico.