Rustam Tariko, el nuevo zar del vodka: las claves de su éxito millonario

Rustam Tariko, el nuevo zar del vodka: las claves de su éxito millonario

Rustam Tariko nació en 1962 en Menzelinsk, en el Tartaristán ruso, hijo de una enérgica maestra de propaganda comunista de la antigua Unión Soviética, que echó de casa a su padre cuando él tenía un año. Creció vistiendo con orgullo su uniforme de Joven Pionero del Partido, aunque por lo demás, como él mismo señala, […]

Rustam Tariko nació en 1962 en Menzelinsk, en el Tartaristán ruso, hijo de una enérgica maestra de propaganda comunista de la antigua Unión Soviética, que echó de casa a su padre cuando él tenía un año. Creció vistiendo con orgullo su uniforme de Joven Pionero del Partido, aunque por lo demás, como él mismo señala, “vivíamos en condiciones terribles: nuestro apartamento era tan frío que para calentarnos nos pasábamos, por turnos, la plancha por encima de la ropa”. Hoy, con un aspecto de Napoleón salido de una novela escrita a dos manos por Tolstoi y por Chéjov, Tariko es uno de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna estimada por la revista Forbes en 3.500 millones de dólares. Su fortuna empezó de la única manera posible: huyendo de aquel frío, de la plancha, de Menzelinsk, de Tartaristán. Lo hizo en 1979 y, como en los mejores sueños americanos, llegó a Moscú con 17 años y los zapatos llenos de agujeros. Su primer empleo consistió en fregar calles: “Me tenía que levantar a las cuatro y media aunque afuera hubiera -20º por 70 rublos al mes”. Entretanto, Tariko estudiaba Ingeniería del Transporte en la universidad, y pronto empezó a demostrar que, además de un admirable don de gentes, tenía un auténtico sexto sentido para los negocios en general. La primera vez fue trabajando de camarero en un restaurante para nuevos ricos: según cuenta, las propinas llegaron a ser tan altas que Rustam empezó a invertirlas en aparatos de tecnología, que luego revendía, con gran éxito, a sus clientes. Hasta que se pasó al turismo, donde empezó a ganar cientos de dólares al día –hasta 10.000 al mes en una época en que el ciudadano ruso medio ganaba cinco– como proveedor de habitaciones de hotel para extranjeros durante los años de Mijail Gorbachov, es decir, en los últimos años de la Unión Soviética, cuando aún no había caído el Muro pero todo comenzaba ya a cambiar. En otras palabras, los años mejores para encauzar la visión patriótico-empresarial que Tariko, a esas alturas, ya tenía: “Desde los días de la Perestroika me he especializado en traer a Rusia cosas que en mi opinión los rusos deberían de haber tenido y no tenían”. A comienzos de los 90, un ya bien vestido Tariko decide empezar a invertir en bienes de lujo y delicatessen, sobre todo italianos. Así, tras varios viajes a Italia obtiene, primero, la exclusiva para Rusia de los populares huevos de chocolate Kinder Sorpresa, luego la de los Ferrero Roché y, finalmente, en 1991, la del vermú Martini: un contrato fundamental en su carrera, porque además de convertirle en poco tiempo en el mayor distribuidor de Martini del mundo, genera una serie de otras exclusivas (Johnny Walker, Veuve Clicquot, Baileys, etc.) que, en cuestión de tres años, hacen de él el dueño del 75% del mercado de alcohólicos occidentales de Rusia. Este récord le reporta una gran popularidad y la fama –en años de mafias y escándalos de corrupción- de hombre de negocios de éxito “pese” a no tener vínculos mafiosos; un hombre, por lo demás, muy carismático, según el cual “lo más importante no es la confianza, sino la aspiración”, ya que “el puente de Brooklyn, el Taj Mahal, no se construyeron por inspiración, sino por aspiración”. Llegado a este punto, Tariko nota que Rusia carece prácticamente de especialidades propias aptas para la exportación, y que ni siquiera la única famosa, la vodka Stolichnaya, es del todo rusa. Así, tras un minucioso estudio, en 1992 funda, en un nuevo alarde de business patriótico, la destilería de vodka Russian Standard, recuperando de paso la designación de la vodka oficial de los tiempos del zar. “Mis productos tienen nombres rusos, pero parecen occidentales, con lo que apelan a ambas partes de la psicología rusa: su amor por Rusia y su apetito por el estilo de vida occidental”, afirma este “patriota agresivo”, estratega fino y meticuloso, que vive gran parte de su tiempo en su Boeing 737 –muy útil, aunque en el fondo comprado “porque sí”– volando a alguno de los 60 países del mundo en los que tiene intereses en la actualidad. “Hasta ahora, la única marca rusa conocida en todo el mundo era Kalashnikov, y eso no es bueno”, afirmó en una reciente entrevista al Vanity Fair estadounidense. “Yo quiero que los rusos tengan su propia mejor vodka, su propio mejor banco, su propia mejor tarjeta de crédito”. Y más adelante añade: “Puede que yo posea una gran fortuna, que viaje mucho, que me acueste en Londres, en Nueva York, en París o en mi avión; pero cuando duermo estoy en Rusia, y me despierto ruso, porque este país me lo ha dado todo”. Declaraciones como estas le han supuesto a Rustam Tariko el apelativo de “honesto millonario ruso”, que significa algo parecido a un ruso ideal, universal, cosmopolita y patriota; un auténtico Napoleón ruso, en suma, tan admirado en casa como en Occidente, donde la historia de su éxito se asimila cada vez más a la larga y gloriosa saga capitalista de los grandes talentos surgidos, como él, del frío.
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