Slim Aarons, de reportero de guerra a capturar la dolce vita de los ambientes más lujosos
Fotógrafo oficial de la jet set de los pasados años 50-60, capaz de contar una historia en un microcosmos de glamur con una mirada única, Slim Aarons es celebrado en un libro que recoge sus imágenes más icónicas.
Explican reporteros fotográficos de guerra que su talento no estriba tanto en su capacidad para hacer buenas fotos como en la de introducirse en contextos vetados para la mayoría de la gente. Y eso implica, por supuesto, coraje, pero también intuición y relaciones. Visto así, la distancia que a primera vista separa las dos vertientes profesionales de Slim Aarons, inmerso en los horrores de la guerra primero y acompañando el esplendor de la élite occidental después, no parece tan insalvable.
Efectivamente, Aarons comenzó fotografiando el enfrentamiento entre nazis y aliados entre las ruinas de las ciudades europeas y los desiertos del norte de África. Hasta que dijo ‘basta’: “Sentí que merecía una vida más sencilla y lujosa como compensación por aquellos años en los que dormí en el barro mientras era bombardeado”.
Fue entonces cuando George Allen Aarons se convirtió en Slim Aarons y en el fotógrafo de la jet set, con acceso a personas, lugares y situaciones prohibidas para el común de los mortales. El galerista londinense Michael Hoppen, citado en la introducción del libro de Shawn Waldron Slim Aarons: The Essential Collection by por Slim Aarons (publicado por Abrams), afirma: “Slim solía decir que tenía acceso a Camelot (…). Comprendió instintivamente que un toque ligero y una sonrisa gentil abrían puertas que de otro modo permanecerían cerradas”.
Sin embargo, debajo de esa aparente superficialidad –remarcada con frases como “no fotografiaré más una playa en la que no haya una rubia”–, no es difícil adivinar algo más. Lo confirma en esa introducción María Cooper Janis, hija del actor Gary Cooper, amigo de Slim: “Siempre tuve la impresión de que las imágenes que capturó, sugerían también otra historia más personal, debajo de la superficie.”
Fotografiar la felicidad no es fácil: se muestra por un momento e inmediatamente desaparece. Y, además, puede resultar aburrida. Las obras de Aarons evitan ese riesgo, conservando el dinamismo de cada gesto artístico. Una vez le preguntaron por qué los personajes de sus imágenes lucían tan felices. “Porque le gusto”, respondió. Pero lo cierto es que fue su mirada la que transfiguraba cada momento; conquistaba la luz para que inundara piscinas y castillos, flores y palmeras, brocados y muebles y los cuerpos de los ricos de Hollywood y Park Avenue, de los Alpes suizos, Mónaco, Marbella y Capri; acariciaba esos rostros satisfechos y ataráxicos para crear felicidad donde, quién sabe, quizás no había ni una sombra de ella.