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100 años del fallecimiento de Joseph Conrad, el navegante de las letras

Tal día como hoy falleció un excelente escritor cuya principal inspiración se encontraba en un único lugar: el mar

La mar y Conrad, Conrad y la mar han ido siempre de la mano. Su amor por esa imponente extensión de agua salada le llevaron a embarcarse para escribir sobre sus experiencias y sobre historias imaginarias. Para el escritor, el mar proporciona "la inmensidad, la soledad en torno a las almas oscuras e impasibles de los marinos". Esas eran las sensaciones que plasmaba en sus obras hace más de un siglo.

Británico de origen polaco, se enroló en la marina mercante a los 16 años, edad a la que abandonó definitivamente su país de origen. Fue entonces cuando comenzó a enamorarse del mar y cuando escribió su primera novela corta: El corazón de las tinieblas, que ahora la Editorial Alma publica en una edición especial con traducción de Juan Gabriel Vásquez e ilustraciones de David de las Heras.

No son solo aventuras las que se cuentan en sus 13 novelas, 28 relatos y dos libros de memorias, sino naturaleza, el enfrentamiento del hombre con sus demonios o la lucha eterna entre el bien y el mal. El hostil comportamiento de las bravías aguas se puso frente a él por primera vez en el río Congo.

Parte de aquellas experiencias que vivió a bordo de un barco a vapor las recoge en esta obra maestra de la literatura. Se reflejan también sus preocupaciones sobre los excesos de la colonización de África y la amoralidad intrínseca del ser humano. Sentimientos que se muestran a la perfección en las últimas palabras del protagonista, Kurtz: "¡El horror! ¡El horror!".

Barcos y epitafios

Los barcos son parte de sus libros y conforman auténticos personajes, pues para Conrad y cualquier marino que conozca su oficio, los barcos son también seres vivos. Así lo definía el propio autor: "De todos los seres vivos de la tierra y el mar, son los barcos los únicos a los que no se puede engañar". El capricho de la naturaleza choca contra la defensa que proporciona la embarcación, "fiel en la lucha contra fuerzas de las que no avergüenza acabar derrotado".

Un 3 de agosto como hoy hace cien años, falleció un hombre convirtiéndose en leyenda e incluso en su epitafio reflejó su mayor pasión: "¡Adiós, hermanos! Erais buenos marineros. Nunca mejores hombres embridaron con gritos salvajes la ondulante lona de un pesado trinquete, ni balanceados en la arboladura, perdidos en la noche, respondieron con más coraje, grito por grito, a la furia de un temporal del Oeste".

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