Así se hace la magia: visitamos la manufactura de Blancpain en Suiza
En Le Brassus, Blancpain conserva los valores de la tradición con una manufactura donde rige la excelencia de la alta relojería. Así se hace el Villeret Quantième Perpétuel.
La relojería es un ejercicio metódico y concienzudo que sigue unas pautas rigurosas, como sucede en todo proceso mecánico; un orden que, sin embargo, no pone coto a la creatividad y su resultante: un producto que es perfecto en su funcionamiento y bello en la imagen que proyecta. Y por supuesto, las complicaciones relojeras son el summum creativo.
Visitar la manufactura de Blancpain en Le Brassus (Suiza) es adentrarse en la historia de una marca fundada en 1735 y reconocida como la firma de alta relojería más antigua. Y seguir el proceso de creación de su calendario perpetuo, una experiencia tan especial como aclaratoria de lo que representa fabricar un reloj y el tiempo que ha de invertirse en el mismo.
La pieza elegida es la última versión del Villeret Quantième Perpétuel en caja de oro rojo y que, por primera vez, viste una esfera verde, ese tono que inunda Le Brassus con sus bosques de abetos. Hay que recordar que el calendario perpetuo cuenta con un mecanismo complejo que ajusta automáticamente la fecha para tener en cuenta las variaciones de los meses y los años, incluidos los bisiestos. De hecho, solo necesitará de un ajuste en febrero de 2100, mes que no será bisiesto debido a una excepción que se produce tres de cada cuatro siglos en el calendario gregoriano.
Pero hasta llegar a esa pieza que encarna la perfección relojera, hay una serie de pasos necesarios; desde que las máquinas de última generación moldean las piezas, hasta que el reloj está dispuesto para llegar a la muñeca del comprador. Este es su discurrir: una vez que se han creado las piezas, y antes de que estas lleguen a las manos del relojero, deben pasar por el departamento de decoración, situado en la última planta del edificio de Le Brassus, donde cada una de ellas adquiere la forma y la estética que luego se verá en el calibre, porque no es solo la decoración en sus distintas variantes, sino los ángulos perfectos en cada una de ellas, algo que permitirá el perfecto desempeño en ese mecano que es un calibre relojero.
Superado ese trámite para nada menor en el que hay piezas que requieren varias horas de trabajo, el relojero recibirá un kit con las piezas del movimiento junto con una detallada orden –con su referencia específica–, para el ensamblaje de esos componentes que acabarán conformando el calibre 5954, el movimiento del calendario perpetuo de Blancpain. Porque aunque el relojero sea muy hábil y esté acostumbrado a hacerlo, siempre trabaja con este tipo de indicaciones que le ayudan y le muestran dónde poner los aceites, cómo ensamblar los elementos, y lo más importante, hay otra razón: la calidad.
Calidad, esa es la palabra que define el trabajo relojero. Por eso, una vez ensamblado, el relojero debe verificar la funcionalidad del movimiento y comprobar cómo funciona y cómo se mueven juntos, antes de pasar al siguiente estadio, que no es otro que colocar las agujas y encajar el movimiento en la caja para que pase la prueba definitiva.
Pero antes de llegar a ello, es importante anotar un detalle que define al calendario perpetuo de Blancpain, y es que sus funcionalidades están aseguradas ante un manipulado incorrecto o movimiento no deseado. O lo que es lo mismo, el cambio en las indicaciones de fecha, mes o de la fase lunar se puede realizar en cualquier momento del día –hay que recordar que entre las 10 de la noche y las 2 de la madrugada antes no era posible–. La solución de la marca fue un sistema que protege el mecanismo del calendario de posibles daños si el usuario ajusta el reloj mientras están cambiando las indicaciones. Pero hay un segundo avance, registrado en 2005, el que tiene por protagonista a los correctores bajo las asas. Este sistema patentado permite ajustar las indicaciones del calendario con solo presionar un dedo, sin necesidad de una herramienta.
Volvamos a la creación de este calendario perpetuo. Una vez que el ensamblaje está terminado, llega la fase de ‘vestir’ (aviage) esa creación mecánica. Es el momento de introducir el calibre en la caja, un paso en el que se montan el rotor del movimiento, las manecillas horarias y de las distintas funciones y el cristal que protege esfera y fondo de esa caja.
Es lo que se conoce como acabado del reloj, actividad en la que se afana otro relojero cualificado de la manufactura. Está trabajando sobre la finalización de la esfera y tiene marcadas unas instrucciones muy precisas de cómo colocar las manecillas correctamente. Este paso es importante para el calendario perpetuo, así que se regula de tal manera que todas las indicaciones de la esfera estén configuradas para que el proceso de cambio de año se realice de forma instantánea y coordinada.
Hay que detenerse en otro elemento distintivo de Blancpain, el bisel. Su configuración típica con un doble arco es una característica distintiva de la marca. Lo mismo que los rotores, en este caso en forma de panal, que complementan el espectáculo que se percibe en el fondo del reloj y que muestra una parte del calibre. Otro detalle importante: en Blancpain son siempre de oro.
La relojería, y Blancpain por supuesto, ha ido avanzando en la solución de dos de sus grandes inconvenientes: el polvo y el magnetismo. El primero hace tiempo que dejó de ser un problema, pues los espacios de trabajo cuentan con avances que los convierten en libres de polvo, pero aún así los relojeros extreman las medidas de limpieza de cada reloj porque cualquier mota puede obligar a rehacer los pasos de ensamblado. Respecto del magnetismo, hay que decir que en Blancpain ahora las espirales son de silicio, es decir, amagnéticas, lo que repercute positivamente en la precisión de la marcha del reloj, o lo que es lo mismo, garantiza un correcta cronometría y funcionamiento de las distintas indicaciones del calendario.
Todo este proceso de creación está auspiciado por distintos controles de calidad, que se llevan a acabo a medida que se producen las intervenciones, desde la decoración al producto final, pasando por las distintas etapas de ensamblado. Pero hay una prueba final y definitiva, la que cada reloj debe pasar en una máquina que simula 4 años de vida del reloj, incluyendo los años bisiestos. Una prueba en la que una señal acústica indicaría que hay algo incorrecto en la creación, y que permite afirmar que el reloj está listo. Cierto es que luego pasará un control de cronometría, pero superar este examen es sinónimo de que se han hecho bien las cosas. El calendario de Blancpain es ya una realidad; desde que empezaron las tareas de decoración habrán transcurrido algo más de dos semanas, una nimiedad en el valor real del tiempo. Perpetuo, por supuesto.