Bentley, en la fábrica del mejor coche del mundo
Robots y brazos motorizados desarrollando una coreografía precisa, fascinante y desoladora. Esa es la imagen que uno espera al entrar en una planta de producción de automóviles. Una danza post-industrial en la que desaparece cualquier atisbo de humanidad y se relega la sabiduría manual a la pulsación de un interruptor. No es el caso, sin […]
Robots y brazos motorizados desarrollando una coreografía precisa, fascinante y desoladora. Esa es la imagen que uno espera al entrar en una planta de producción de automóviles. Una danza post-industrial en la que desaparece cualquier atisbo de humanidad y se relega la sabiduría manual a la pulsación de un interruptor. No es el caso, sin embargo, de la fábrica de Bentley en Crewe, ciudad cerca de Manchester (Gran Bretaña) en la que desde 1938 la legendaria marca construye de forma casi artesanal sus exclusivos vehículos: a pulso, en equipo coordinado de manera aparentemente intuitiva pero estudiada, asimilada de forma natural, se construye el relato de un mito.
En un ambiente relajado en el que una cadena de brazos se va turnando para ensamblar las diferentes partes que previamente han sido completadas también a mano. “Tenemos clientes que obviamente poseen otros coches de alta gama y a los que dejan de impresionarles ciertas cosas, pero cuando vienen a supervisar la construcción de su Bentley y les digo ‘¿ve ese motor que está siendo ensamblado en aquella carrocería?, ese es su coche’, llegan a emocionarse, es un momento sorprendente para ellos”, explica Nigel, nuestro guía personal, quien lleva más de 30 años trabajando para la marca británica, al igual que otros miembros de su familia lo hicieron antes y en la que ha ocupado diversos puestos.
Entre ellos, una de sus especialidades fue la del trabajo de la piel que cubre el volante, los asientos y otros elementos del vehículo. Una labor artesana para cuyo aprendizaje hacen falta varios años debido a lo delicado de este material semi-elástico “que no se queda quieto”, según describe el propio Nigel con una sonrisa cuando pasamos frente a la zona donde se cosen a mano las fundas de cuero para los volantes, y en la que se esmeran la docena de operarios que suelen tardan unas tres o cuatro horas para la confección de una sola pieza.
En esta planta de Pyms Lane son nada menos que 3.600 los profesionales expertos que, de la nada y con los materiales más nobles, construyen los diferentes y admirados modelos de Bentley. Cifra asombrosa que toma cuerpo en una de las cadenas de montaje, la del Continental –el deportivo por excelencia de la marca–, la cual posee 62 estaciones de trabajo y un solo robot en funcionamiento. Más asombrosa incluso es la línea de producción del Mulsanne –el más ‘aristocrático’–, en la que trabajan 144 empleados que tardan dos semanas en completar cada vehículo (aunque, trabajando en varios simultáneamente, concluyen cuatro cada día). Un ratio incomparable en cualquier otro vehículo no ya de alta gama, sino incluso de lujo.
La aparente devoción que emplean los trabajadores de Bentley para realizar su tarea imprime en los vehículos que salen de este lugar una discreción y solidez que de alguna forma son valores compartidos también por sus propietarios. Tanto el mencionado Continental, como el Bentayga o el Flying Spur –un poco menos el Mulsanne, de espíritu limusina–, son vehículos que tienen la elegancia en su ADN. No necesitan de chófer ni de signos de exclamación. Ni tampoco expresan la necesidad de llamar la atención sobre uno mismo, porque saben que la calidad es algo sutil que se disfruta desde dentro, una modestia presente desde los inicios de esta marca.
El ingeniero Walter Owen Bentley decidió dejar de trabajar en la aeronáutica militar para dedicarse a la construcción de un vehículo que fuese más rápido pero también más silencioso y seguro que los que se producían en aquellos años. En 1920 vendió su primer ejemplar, y solo cuatro años después ganaría en Le Mans. Una victoria que repetiría entre los años 1927 y 1930 y que estaría basada en la sofisticación de su motor, que sigue siendo uno de sus principales reclamos hoy en día.
A pesar de estos éxitos, los años 30 y su ciclo económico depresivo tras el crack del 29 pusieron en riesgo la continuidad de un negocio que basaba su éxito en la excepcionalidad, pero la marca fue rescatada por Rolls-Royce. Es entonces cuando se perfila la clásica imagen de los Bentley a través del modelo Speed Six, que fue tremendamente innovadora para su época: una línea sencilla de techo bajo y trasera musculada que recuerda a una gorra de plato. Dicha estructura fue a mediados de los años cincuenta retomada y reforzada por la prestigiosa firma de diseño de carrocerías Mulliner –que ya colaboró fabricando el chasis del Bentley en 1923–, dando lugar al R-Type Continental, que es el predecesor del Continental GT. Una clásico atemporal que apenas necesita actualización.